“Te
alabo Padre, porque has dado a conocer estas cosas a los pequeños” (Mt 11, 25-27). En su
infinita sabiduría y bondad, Dios Padre da a conocer “cosas a los pequeños”, al
tiempo que las oculta “a los sabios y prudentes”, y esto motiva la alabanza de
Jesús. ¿Qué son estas “cosas” que Dios Padre da a conocer? ¿Quiénes son los
humildes y pequeños?
Las
“cosas” son los misterios de Cristo: Dios Padre da a conocer, de modo secreto e
íntimo, que Jesús no es un hombre cualquiera, pero tampoco un profeta santo, y
ni siquiera el más santo entre los santos: es Dios Hijo en Persona, que se ha
encarnado en una naturaleza humana, para que la invisibilidad de Dios se haga
visible en su Cuerpo humano; Dios Padre da a conocer el poder de su Hijo, que
se manifiesta en los innumerables milagros que se suceden a lo largo del
Evangelio y se continúan por medio de su Iglesia en el tiempo y en el espacio: la
expulsión de demonios, la multiplicación de panes y peces, la resurrección de
muertos; Dios Padre da a conocer “cosas” como la Presencia real de su Hijo en
la Eucaristía, como Pan de Vida eterna, y en el sagrario, como Prisionero de
Amor; Dios Padre da a conocer a los pequeños que Jesús dona el Espíritu Santo, en
la efusión de Sangre de su Sagrado Corazón en la Cruz, y renueva este Don de
dones cada vez, en la Santa Misa, renovación incruenta del Sacrificio del
Calvario.
Los
“pequeños”, a quienes Dios Padre, susurrándoles al corazón, les hace conocer
los misterios de su Hijo, son aquellos que poseen un corazón contrito y
humillado y una conciencia de ser nada más pecado delante de Dios; son
misterios que solo pueden ser recibidos por los humildes, por los que “se
estremecen ante la Palabra de Dios”, por los que saben que sin Cristo,
Hombre-Dios, y su gracia, “nada pueden hacer”; los “pequeños” son aquellos que,
imitando a Jesús Camino, Verdad y Vida, en su mansedumbre y humildad, pasan
desapercibidos para el mundo, que alaba solo a los que se extravían por las
oscuras sendas del error, de la muerte, de la soberbia y de la concupiscencia de
vida. Finalmente, los pequeños son aquellos que “se vuelven pequeños como niños”,
y como niños recién nacidos, se dejan llevar dulcemente en los brazos
maternales de María y son arrullados por los latidos de amor del Inmaculado
Corazón de la Madre de Dios.
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