miércoles, 17 de julio de 2013

"Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré"

            

         "Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré" (Mt 11, 28-30). Desde el sagrario, Jesús nos invita a acercarnos a Él, en su Presencia eucarística y a confiarle nuestros dolores, nuestras angustias, nuestras penas, las cuales, en determinado momento, pueden volverse tan duras y pesadas, que lleguen a provocar agobio en el alma. "Agobio" significa: "cargado de espaldas o inclinado hacia adelante", y los sinónimos de "afligido" son: "abatido", "angustiado", "abrumado", "apenado", "atribulado", "deprimido", "melancólico", angustiado". En ambos casos, tanto la aflicción como el agobio, pueden ser ocasionados por un exceso de peso físico, pero en el sentido de Jesús, es ante todo y principalmente, en un sentido espiritual, porque el hombre puede estar "cargado de espaldas o inclinado hacia adelante", además de "abatido", "angustiado", "abrumado", etc., de un modo puramente espiritual. Es para esta aflicción y agobio para la cual Jesús promete el alivio si acudimos a Él, si lo visitamos en el sagrario.
          "Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". Jesús entonces nos llama y nos invita al sagrario, para que allí le contemos acerca de nuestras vidas, acerca de absolutamente todo lo que nos pasa, y principalmente acerca de aquello que nos agobia, pero no porque Él no lo sepa, ya que siendo nuestro Dios, es nuestro Creador, nuestro Salvador y nuestro Redentor, sino porque quiere que confiemos en Él, así como se confía el hijo con su padre, el hermano con el hermano, el amigo con el amigo. Y quiere que se lo confiemos porque la confianza es señal de amor, es una muestra de amor: confío en mi amigo, en mi madre, en mi padre, y por eso acudo a ellos, sabiendo que el amor no defrauda; de la misma manera, acudo a Jesús con confianza, para recibir su Amor infinito que no defrauda jamás, porque el suyo es un Amor "más fuerte que la muerte" (Cant 8, 6.
          Sin embargo, al acercarnos, Jesús nos pide algo: que carguemos su yugo: "Cargad sobre vosotros mi yugo y aprendan de Mí que soy paciente y humilde de corazón y así obtendréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". La condición para encontrar alivio a los pesares de esta vida es "cargar el yugo" de Jesús, y el yugo de Jesús no es otra cosa que la Cruz, la cual es pesada pero para Él, por es Él quien lleva la Cruz por nosotros y para nosotros, convirtiendo nuestra propia cruz en algo liviano, quitándole el peso agobiante: "Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".
          "Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". Jesús nos invita a que acudamos a Él en los pesares y en las aflicciones, en las tribulaciones y en los dolores, para aliviarlos, pero "alivio" no quiere decir "desaparición"; Jesús no promete hacer desaparecer las penas y dolores, sino aliviarlas y esto sucede cuando le confiamos lo que nos agobia, porque ahí es cuando Jesús toma sobre su Cruz la nuestra. Y así, llevando Él sobre su Cruz nuestros dolores, debido a que Él Dios Tres veces Santo y santifica todo lo que toca, santifica de esta manera nuestros dolores. No los hace desaparecer: los santifica, y así nos concede el alivio, porque ese dolor, esa pena, esa aflicción, así santificados por la Cruz de Jesús, se convierten en fuente de santidad para uno mismo, para los seres queridos y para muchos otros más.

          "Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". Obedeciendo a su voz, acudimos al sagrario cargados de dolores y penas y allí Jesús transforma nuestras vidas, porque el fruto del hablar confiado y filial con Jesús en el sagrario, es el alivio de las mismas: "Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". En la visita al sagrario, al Prisionero de Amor, se cumplen entonces las palabras del Salmo: "Al ibar iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo la gavilla". Jesús en el sagrario transforma el dolor que llevamos, simbolizado en la semilla, en alegría, simbolizada en la gavilla, es decir, en el fruto de la cosecha, y esto porque Jesús siembra su semilla de gracia, de paz y de amor en nuestros corazones, cada vez que nos acercamos a Él en el sagrario.

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