miércoles, 15 de junio de 2011

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Jesucristo,
Sumo y Eterno Sacerdote,
ofrece la Víctima
Santa y Pura,
su carne resucitada,
que es la carne del Cordero de Dios,
empapada del Espíritu Santo,
la Eucaristía.


Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote -por quien y en quien tiene fundamento y razón de ser el sacerdocio ministerial y todo sacerdote-, y como sacerdote ejerce su oficio, el cual consiste en sacrificar una víctima sobre un altar para que, por la ofrenda de la víctima, desciendan desde el cielo las abundantes gracias de la divinidad.

En cuanto Hombre-Dios, Jesucristo no es sólo Sacerdote, sino también Altar y Víctima: Él es la Víctima perfectísima que se ofrenda a Dios como holocausto agradable, cuyo perfume sube hasta el cielo, y el Altar es su Cuerpo sacrosanto.

Él, el Sumo y Eterno Sacerdote, se ofrenda a sí mismo, como Víctima Pura y Santa, en su naturaleza humana, es decir, en su carne según su naturaleza, y es una víctima agradable a Dios, porque esta carne no tiene los defectos de la carne, por cuanto mora e inhabita en ella el Espíritu de Dios, y por cuanto el Hijo de Dios la ha asumido en sí de un modo tan íntimo, como lo hace el fuego con el hierro[1], y por este motivo, esta carne de esta Víctima que es Cristo, es ofrenda purísima y espiritual, absolutamente grata a Dios Trino.

La carne de la Víctima que ofrece Jesús Sacerdote, no es una carne muerta y sangrienta, que es despedazada al ser consumida, sino que es una carne viva, empapada del Espíritu de Dios[2], así como la esponja se empapa del agua cuando es sumergida en esta.

La carne de la Víctima que ofrece Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, no es una carne muerta, porque posee en sí misma la fuerza espiritual vivificante del Espíritu Santo que inhabita en esta carne.

Quien consume la carne de esta Víctima ofrecida por Jesús Sacerdote, no consume la carne al modo como se come la carne natural[3], porque es la carne resucitada del Cordero, en quien opera la fuerza divina vivificante del Verbo y del Espíritu Santo.

En el supremo sacrificio de la cruz, el Sumo Sacerdote Jesucristo se inmola en su carne, como Víctima, y muere, pero para vencer a la muerte, por la virtud del Espíritu de Vida eterna que mora en su carne, y para donar de ese mismo Espíritu vivificador a los hombres, mediante la unión con su carne, en la Eucaristía.

El Espíritu Santo, que inhabita en la carne de la Víctima ofrecida por el Sacerdote Eterno lleva, en la Santa Misa, por las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial, a esa carne al altar, para unirla con la carne de los creyentes, para que los creyentes, consumiendo esa carne espiritualizada y embebida en el Espíritu Santo, reciban ellos también al Espíritu de Dios, que les da la vida eterna en germen.

Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, se inmola en el altar de la cruz, y en la cruz del altar, en el altar eucarístico, como Víctima, en su carne resucitada y llena del Espíritu Santo, la Eucaristía, para que quien consuma esta carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, viva no ya con vida natural, creatural, sino con la vida eterna de la Trinidad.
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ofrece la Víctima Santa y Pura, su carne resucitada, que es la carne del Cordero de Dios, empapada del Espíritu Santo, la Eucaristía.

[1] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 548.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem.

[3] Cfr. August., Tract. 27 in Jo, cit. Scheeben, Los misterios.

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