“Tus pecados están perdonados” (cfr. Mt 9, 1-8). Jesús perdona los pecados al paralítico, y ante la posible acusación de blasfemia, porque se arrogaba el poder de Dios, le cura parálisis corporal, a fin de que su poder quede manifiesto. Si Jesús le decía al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, y no le curaba la parálisis, entonces el escepticismo de sus enemigos habría inducido a la multitud a acusarlo de blasfemo.
Jesús dice ser Dios en Persona, y por eso perdona los pecados, y confirma su divinidad, y sus palabras, haciendo un milagro que sólo Dios puede hacer: cura la parálisis del enfermo.
La doble curación del paralítico –curación en el cuerpo, porque le cura la parálisis, y curación en el alma, porque le perdona los pecados-, se vuelve el testimonio más elocuente contra la perfidia de los enemigos de Jesús, quienes se quedan sin argumentos.
El paralítico del episodio del evangelio, real, representa a la vez a toda la humanidad, sometida a la enfermedad y a la muerte, a causa del pecado original. La doble curación de Jesús, anticipa la vida nueva que Él ha venido a traer, que no consiste en simplemente liberarnos de las enfermedades corporales, sino en vivir la vida de la gracia, la vida divina de Dios Uno y Trino, ya en esta vida, como anticipo de la vida eterna, y esto es algo mucho más grande que la doble curación concedida al paralítico.
Jesús, el Hombre-Dios, ha venido a sanar nuestras enfermedades y a perdonar nuestros pecados, pero eso sólo como un paso previo para el don de la vida eterna, la comunión de vida y amor con las Tres Personas de
El hombre, atrapado en el materialismo y en el relativismo, no ve el futuro, y el futuro es la eternidad. Incluso los cristianos, estos en primer lugar, que deberían testimoniar con sus vidas que esta vida terrena y temporal es sólo eso, terrena y temporal, y por lo tanto pasajera, una “mala noche en una mala posada”, como dice Santa Teresa de Ávila, son los primeros en buscar comodidad, en pedir a Dios sólo salud y bienestar, y en rechazar la cruz. Es por esto que, cuando viene la sacudida del dolor, éste es rechazado, y no es visto nunca como un don de lo alto, que asimila y configura al alma con Cristo crucificado, y por medio de esta configuración, la santifica, y la prepara para la vida eterna.
Cuando Jesús cura una enfermedad, y cuando perdona los pecados, no es nunca para transformar nuestra vida en “un mundo feliz”, al estilo de Huxley; es para prepararnos para el encuentro definitivo, para la eternidad, con las Tres Personas de
Que la doble curación del paralítico nos sirva, entonces, para meditar no sólo en el poder de Jesús y en su condición de Hombre-Dios, sino en su Amor infinito, que por la curación corporal y el perdón de los pecados, busca abrirnos los ojos del alma, para que nos preparemos para la vida futura, la feliz eternidad en el cielo.
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