“No todo el que dice: ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los cielos (…) En aquel día les diré: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de Mí, malvados’” (cfr. Mt 7, 21-29). De buenas a primera, la actitud de Jesucristo parece ser muy dura, excesiva, y hasta injustificada, o falta de justicia, para aquellos que serán condenados en el Último Día. Se tiene esa impresión desde el momento en que los candidatos a la condenación –que por otra parte, se enterarán ese día- eran personas practicantes de la religión, ya que conocían a Jesucristo –en tu Nombre obramos, le dirán- y mostraban signos de ser asistidos desde lo alto: profetizaban, exorcizaban o expulsaban demonios, y hasta “hacían milagros”. Es decir, quienes se condenarán, no serán aquellos que no conocían a Jesucristo, o que no tenían fe, sino, por el contrario, bautizados que habían recibido muchos dones y gracias, porque nada de lo que hacían –profetizar, expulsar demonios, hacer milagros- lo podían hacer por cuenta propia, con sus solas fuerzas de la naturaleza.
Necesariamente, se trata de personas practicantes, y con mucha fe.
Sin embargo, se condenan.
¿Cuál es el motivo?
Es verdad que tienen fe, y que reciben muchos dones de lo alto, pero hay algo en lo que fallan, y es esencial, ya que esa falla es “estructural”, como cuando fallan los cimientos de un edificio, tal como se los grafica Jesús con el ejemplo del necio que construye sobre arena, y es tan grave, que todo el edificio espiritual se viene abajo.
¿En qué consiste la falla?
Lo dice Jesús más adelante: escucharon sus palabras y no las pusieron en práctica. Escucharon que debían “amar a Dios y al prójimo como a ellos mismos”, y en vez de eso, despreciaron al prójimo y no lo amaron, y así creyeron que amaban a Dios, cuando en realidad no amaban ni a Dios ni al prójimo, sino a ellos mismos. Son todos aquellos que hacen obras buenas y santas, pero sólo para ser vistos y alabados, o para acallar la conciencia, o por algún motivo oculto, que no es la sola y única gloria y alabanza de Dios.
Escucharon que debían “amar al enemigo”, y no hicieron caso de esas palabras, y en vez de amar a sus enemigos –rezar por ellos, desearles el bien, y estar dispuestos a hacerles el bien, si se presenta la oportunidad, que es en lo que consiste el amor al enemigo, según Santo Tomás-, se comportaron como paganos, como si nunca hubieran escuchado esas palabras, y en vez de amar a los enemigos, y perdonar las ofensas en nombre de Cristo, buscaron aplicar la ley del Talión, el “ojo por ojo y diente por diente”, o bien se comportaron como paganos, buscando modos de aplicar la venganza.
Pero también estarán aquellos que prefirieron cerrar los ojos y los oídos a las necesidades de sus prójimos, y así, refugiados en sus cómodos sillones, no visitaron enfermos, ni presos, ni dieron de comer a los hambrientos, ni de beber a los sedientos; allí estarán padres que no se preocuparon por dar a sus hijos buenos consejos, ni de enseñarles a rezar, y estarán hijos, que no supieron o no quisieron escuchar a sus padres. No entrarán quienes no obren la misericordia, aún cuando hayan profetizado, expulsado demonios, o hecho milagros.
“No todo el que dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos”. Sólo entrarán quienes escuchan las palabras del cielo, y las ponen en práctica.
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