“Por sus frutos los conoceréis” (cfr. Mt 7, 15-20). Tal vez se puedan comprender un poco más las palabras de Jesús, si nos fijamos cuáles son los frutos de un árbol que da malos frutos, el materialismo mundano, y un árbol que da buenos frutos, el Árbol de
El materialismo opaca y enceguece el espíritu, al tiempo que agudiza la visión carnal y materialista del hombre mundano, y así, todo lo espiritual y lo sobrenatural –
Por el contrario, quien se acerca al Árbol de
La gracia, contenida en la sangre del Cordero, es participación a la vida divina y a la divina naturaleza, y por esto ilumina al alma, porque la naturaleza divina es luminosa[1], según las palabras de Jesús: “Yo Soy la luz del mundo” (Jn 8, 12).
Quien se acerca al Árbol de la cruz, y bebe el fruto más preciado,
Por la luz de la gracia, recibida en el árbol de la cruz, el cristiano ve a Cristo como a Dios encarnado, que en su omnipotencia y en su majestad, se ha humillado a sí mismo, movido por el Amor divino, para salvar al hombre, convertirlo en hijo suyo, y darle parte en su alegría y felicidad eterna.
Por la luz de la gracia, el ojo del alma se abre y ve lo que antes no veía: el altar no es ni piedra ni madera, sino luz del cielo; el pan no es pan, sino maná celestial, pan no inerte, sino vivo, el Pan Vivo que baja del cielo en el momento de la consagración; el vino no es vino, sino la sangre del Cordero que ha sido inmolado en el altar eucarístico; ve un templo, que antes no veía: no el construido con las paredes materiales y el techo, sino el cuerpo del que está en gracia; ve un sagrario que antes no veía: no el sagrario de metal y bronce, sino su propio corazón, en donde reposa, resguardada por el amor,
[1] Cfr. Scheeben, M. J., Las maravillas de la gracia divina, Ediciones Desclée de Brower, Buenos Aires 1954, 208.
No hay comentarios:
Publicar un comentario