“Amen a sus enemigos” (Mt 5, 43-48). Antes de
Jesús, la relación de justicia en el Pueblo Elegido se regía por la Ley del
Talión, que establecía una estricta equidad frente al daño infligido por el
enemigo: “ojo por ojo y diente por diente”. A partir de Jesús, la ley que rige
ya no es más la del Talión, sino la ley de la caridad, es decir, la ley del
Amor divino, porque Jesús es el Amor de Dios encarnado, la Misericordia Divina
materializada, que viene a comunicar a los hombres la vida misma de Dios, puesto
que Dios no es otra cosa que Ser perfectísimo, que emana el Amor Perfecto y
Puro. Esto significa que a partir de Jesús, los hombres no se rigen ya por
principios naturales, sino por la gracia divina, que hace participar de la vida
misma de Dios, es decir, del Amor de Dios, y es esto lo que explica la
suplantación de la ley del Talión por el mandato de la caridad. El cristiano, al
alimentarse de la Eucaristía, se alimenta de la vida misma de Dios, y de esta
manera, vive en Dios y Dios vive en Él; esto quiere decir que es el Amor de Dios
el que se convierte en su principio vital y guía su ser y su obrar, dotándolo
con una capacidad nueva, que antes no poseía, la del Amor sobrenatural, el Amor
mismo de Dios, el Amor con el que Jesús nos ama desde la cruz, el único Amor
con el cual es posible amar a los enemigos.
“Amen a sus enemigos”. Jesús reemplaza la ley del Talión por la ley de la caridad, y para
que seamos capaces de cumplir esta nueva ley de la caridad, que exige amar al enemigo con un amor que supera nuestras fuerzas naturales, nos alimenta con el
Pan Vivo bajado del cielo, su Sagrado Corazón Eucarístico, en donde arde la
Llama del Amor Divino.
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