(Ciclo
A - 2014)
Jesús
revela el misterio absoluto acerca de Dios, inalcanzable tanto para la mente
angélica como para la mente humana, sino es revelado por el mismo Dios: que Dios
es Uno y Trino: Uno en naturaleza y Trino en Personas; una misma naturaleza
divina, un mismo Acto de Ser divino, y Tres Personas realmente distintas, pero
iguales en poder, en majestad, en honor, en divinidad. Solo la Iglesia Católica
posee la Verdad absoluta acerca de la constitución íntima de Dios, como Uno y
Trino. Pero Jesús no quiere que simplemente nos quedemos con el conocimiento
teórico de quién es Dios en su esencia última; Jesús no se conforma con que sepamos
que Dios es Uno y Trino; Jesús no quiere que simplemente sepamos y repitamos de
memoria, para el examen de Catecismo de Primera Comunión y de Confirmación, que
Dios es la Santísima Trinidad.
Jesús
nos revela que Dios es Uno y Trino, porque quiere hacernos saber que es la Santísima
Trinidad en pleno quien, por amor a cada uno de nosotros, obra la obra de nuestra salvación, la cruz de Jesús, porque
es Dios Padre quien envía a Dios Hijo para que entregue su
Cuerpo en la cruz y derrame su Sangre y con su Sangre derramada a través de sus
heridas y a través del costado traspasado por la lanza, infunda a Dios Espíritu
Santo, de modo que todo aquel que sea bañado con la Sangre del Cordero, la
Sangre que mana de sus heridas y de su Corazón abierto por la lanza, sea lavado
de sus pecados y reciba la vida eterna. Jesús quiere que sepamos esto en primer
lugar: que Dios es Uno y Trino, y que este Dios Uno y Trino se ha empeñado, en
sus Tres Divinas Personas, por puro amor a todos y cada uno de nosotros, en obrar la obra de nuestra salvación.
Pero Jesús también quiere que sepamos que la obra de la Santísima Trinidad no finaliza en la cruz, sino que continúa en
el altar eucarístico, porque el altar eucarístico es la prolongación,
continuación y actualización del sacrificio de la cruz.
Entonces,
tanto el Calvario, como la Santa Misa -prolongación y continuación del Calvario-,
son obra de la Trinidad, aunque tampoco aquí finaliza la obra de amor de la Trinidad para
con nosotros: es tanto el amor de la Trinidad para con nosotros, que las Tres
Divinas Personas no se conforman con el sacrificio redentor de Jesús en la
cruz; no se conforman con el don de la Eucaristía; no se conforman con el don
del Espíritu Santo; las Tres Personas de la Santísima Trinidad quieren venir a
inhabitar, las Tres, en nuestros corazones, y es para esto que el Padre envió a
su Hijo a morir en la cruz: para que nos donara su gracia santificante, para
que por la gracia santificante nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo,
se convirtieran en templo y sagrario del Espíritu Santo y en morada de la
Santísima Trinidad. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando en el Evangelio
dice: “Si alguien me ama, cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo lo amaremos
y haremos morada en él” (Jn 14, 23).
Todo lo que la Santísima Trinidad hace por nosotros, a través de Jesús: darse a conocer en su estructura íntima –Dios Uno y Trino-; obrar la obra de la salvación enviando Dios Padre a Dios Hijo a morir en la cruz para donar a Dios Espíritu Santo; prolongar y actualizar el sacrificio redentor del Calvario en el altar eucarístico –porque es Dios Hijo quien entrega su Cuerpo en el Pan eucarístico y derrama su Sangre en el cáliz, así como entregó su Cuerpo en la cruz y derramó su Sangre a través de su Corazón traspasado-, es para que nosotros, por medio de la gracia santificante, convirtamos nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, en templos vivos del Espíritu Santo y amemos a Jesús de tal manera que la Llama de Amor Vivo arda siempre en nuestros corazones, y con una intensidad tan grande, que atraiga la atención del Padre y del Hijo, de manera tal que las Tres Personas de la Santísima Trinidad vengan a habitar en nuestros corazones, convirtiéndolos en su morada.
Éste es el objetivo último de la Santísima Trinidad y el designio para cada uno de nosotros: no solo que nos salvemos, sino que nos convirtamos, cada uno de nosotros, en algo más grande y más hermoso que los mismos cielos, de manera tal que las Tres Divinas Personas “abandonen”, por así decirlo, a los cielos, y vengan a habitar en nuestros corazones: “Si alguien me ama, cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él”.
Todo lo que la Santísima Trinidad hace por nosotros, a través de Jesús: darse a conocer en su estructura íntima –Dios Uno y Trino-; obrar la obra de la salvación enviando Dios Padre a Dios Hijo a morir en la cruz para donar a Dios Espíritu Santo; prolongar y actualizar el sacrificio redentor del Calvario en el altar eucarístico –porque es Dios Hijo quien entrega su Cuerpo en el Pan eucarístico y derrama su Sangre en el cáliz, así como entregó su Cuerpo en la cruz y derramó su Sangre a través de su Corazón traspasado-, es para que nosotros, por medio de la gracia santificante, convirtamos nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, en templos vivos del Espíritu Santo y amemos a Jesús de tal manera que la Llama de Amor Vivo arda siempre en nuestros corazones, y con una intensidad tan grande, que atraiga la atención del Padre y del Hijo, de manera tal que las Tres Personas de la Santísima Trinidad vengan a habitar en nuestros corazones, convirtiéndolos en su morada.
Éste es el objetivo último de la Santísima Trinidad y el designio para cada uno de nosotros: no solo que nos salvemos, sino que nos convirtamos, cada uno de nosotros, en algo más grande y más hermoso que los mismos cielos, de manera tal que las Tres Divinas Personas “abandonen”, por así decirlo, a los cielos, y vengan a habitar en nuestros corazones: “Si alguien me ama, cumplirá mis mandamientos y mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él”.
Jesús
no quiere que nos quedemos con el simple conocimiento de que Dios es Uno y
Trino: quiere que lo amemos y que por amor, evitemos el pecado mortal, el
pecado venial, y que por amor vivamos a la perfección sus mandamientos, para que Él,
el Padre y la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo, hagan morada en
nuestros corazones, en el tiempo y por toda la eternidad. Para esto es que
Jesús nos revela que Dios es Uno y Trino, que Dios es la Santísima Trinidad.
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