“No
todo el que dice: ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7, 21-29). Jesús nos advierte acerca
del valor de las palabras: si estas no van acompañadas por obras concretas de
misericordia hacia el prójimo, las palabras pronunciadas por nosotros, delante
de él, no valen nada, y esto quedará de manifiesto el Día del Juicio Final. En ese
día, serán apartados para siempre, de la visión beatífica y de la comunión de
los bienaventurados, todos los que, llevando el sello del bautismo, y habiendo
recibido los sacramentos de la Comunión y de la Confirmación, y aun habiendo recibido
el Sacramento del Orden, sin embargo, en el momento del Juicio Final, sean
encontrados faltos de obras de misericordia, tanto corporales como
espirituales.
Esos
tales, nos advierte Jesús, serán condenados al Infierno, en donde arderán para
siempre, con sus cuerpos y sus almas, porque las palabras vacías, sin obras de
misericordia, aun cuando sean hermosas, como: “Señor, Señor”, no tienen ningún
valor delante de Dios. Jesús nos aclara esto para que no nos engañemos y para
que no creamos que por mover los labios y recitar oraciones, teniendo un
corazón endurecido y sin caridad para con el prójimo, podremos presentarnos ante
el Juicio de Dios en el Día de la Ira de Dios, vacíos de obras buenas. Si no nos
presentamos con obras de misericordia, de nada valdrán nuestras palabras huecas
y vacías, que resonarán, huecas y vacías, en el Infierno, por toda la
eternidad, recordándonos nuestra malicia.
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