(Ciclo
A – 2014)
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia, y
las puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella” (Mt 16, 13-19). En este Evangelio, Jesús hace dos cosas muy
importantes para su Iglesia: nombra a Pedro como Vicario suyo en la tierra, es
decir, lo nombra como Papa, como Sucesor suyo, y promete a su Iglesia el triunfo sobre las fuerzas del Infierno, al fin de los tiempos.
En
un primer momento, Jesús pregunta a sus discípulos acerca de qué es lo que dice
la gente acerca de Él; no porque no lo sepa, ya que Él, en cuanto Hombre-Dios,
es omnisciente, sino porque los está preparando para la próxima revelación, que
seguirá a continuación. La respuesta que da la multitud, la gente, es una
respuesta equívoca, errónea: unos creen que es Juan el Bautista, otros, Elías,
otros, Jeremías, otros, alguno de los profetas. La multitud, inevitablemente,
tiene una imagen distorsionada acerca de Jesús. Luego, Jesús pregunta a los discípulos,
acerca de su identidad, acerca de quién es Él, y antes de que cualquiera
responda, el primero en responder, de entre todos los discípulos, es Pedro
quien responde, dando la respuesta correcta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo”.
Es muy importante tener en cuenta lo que Jesús dice a
continuación, porque en las palabras de Jesús está la clave de la respuesta
correcta de Pedro: “Feliz de ti, Pedro, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”. Es
decir, el hecho de creer que Jesús es Dios Hijo en Persona; que es la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad encarnada en una naturaleza humana; que es el
Verbo de Dios en Persona quien ha asumido hipostáticamente, es decir,
personalmente, a una naturaleza humana, para divinizarla, sin confundir las
naturalezas divina y humana, de manera tal que quien ve a Jesús ve al mismo
Dios Hijo en Persona y no a un hombre más entre tantos, es algo que no puede
ser conocido por la sola razón humana; ese conocimiento lo ha dado Dios Padre,
y eso es muy importante, porque quien sabe eso, sabe luego que la Eucaristía no
es un pedacito de pan bendecido, sino que es el mismo Jesús en Persona, porque
Jesús, el Hombre-Dios, y la Eucaristía, son una misma cosa. Quien tiene el
conocimiento, dado por Dios Padre, de que Jesús es Dios Hijo en Persona, tiene
también el conocimiento de que la Eucaristía no es un simple trozo de pan, sino
que es ese mismo Jesús, el Hijo de Dios, que está oculto, invisible, en algo
que parece un poco de pan, pero ya no
es más pan, porque no está más la substancia inerte, sin vida, del pan
material, sino que está la substancia gloriosa del Hijo de Dios vivo, Jesús, el
Mesías, el Hombre-Dios, el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo.
Esta es la importancia de la afirmación de Pedro: “Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Si nos mantenemos unidos a la fe del Papa,
que es la fe de la Iglesia, estaremos siempre iluminados por el Espíritu Santo,
que es el Espíritu del Padre y del Hijo, y permaneceremos siempre en la Verdad,
y nunca caeremos en las tinieblas del error.
Luego de nombrar a Pedro como Vicario suyo en la tierra, le
da a la Iglesia no solo la promesa de su asistencia hasta el fin de los tiempos,
sino que le promete la victoria sobre el Infierno: “Las puertas del Infierno no
prevalecerán contra mi Iglesia”. Esto significa que a lo largo de la historia,
pero sobre todo al fin de los tiempos, se dará, entre el Infierno y la Iglesia,
entre las fuerzas de las tinieblas y las fuerzas del cielo, presentes en la
Iglesia, una lucha sin cuartel, en la cual el Infierno parecerá, en un
determinado momento, que habrá triunfado, pero eso será solo en apariencia,
porque la Presencia de Jesucristo hará que las fuerzas infernales, cuando crean
que hayan triunfado, sean en ese momento, derrotadas para siempre. La aparición
del Anticristo, en medio de la Iglesia, confundirá a muchos cristianos, porque pensarán
que el Anticristo es Cristo, y por eso la fe de muchos vacilará, y la Iglesia
se conmoverá en sus cimientos, y es por eso que los que permanezcan fieles a
Jesús y a la Iglesia deberán pasar una muy dura prueba de fe, de tal magnitud,
que muchos vacilarán en la fe, porque el Anticristo intentará cambiar la Ley de
Dios, para acomodarla a los caprichos y placeres de la naturaleza humana
corrompida por el pecado original, y hará creer que eso, es la voluntad de Dios.
En otras palabras, el Anticristo, haciéndose pasar por Cristo, en el seno de la
Iglesia, intentará cambiar los Mandamientos de la Ley de Dios y los
Sacramentos, para acomodarlos a la naturaleza humana caída, haciendo pasar el
pecado como algo bueno y virtuoso, y esto pondrá a prueba la fe de muchos.
Esto
está escrito en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Antes del advenimiento de
Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de
numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la
tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura
religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas
mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema
es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en
la carne”[1].
“Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia, y las puertas del
Infierno no prevalecerán sobre ella”. Unidos a nuestro Papa Francisco, el
Vicario de Cristo, que nos da la fe de la Iglesia, estaremos siempre iluminados
por Dios, y reconoceremos siempre a Cristo en la Eucaristía (no olvidemos que
siendo cardenal en Buenos Aires, reconoció un portentoso milagro eucarístico),
y de esa manera, viviremos siempre iluminados por la luz que brota del Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús.
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