“El
Reino de Dios está entre ustedes (…) el Reino de Dios está en ustedes” (cfr. Lc 17, 20-25). Ante la tentación de esperar
y desear un mesías terreno y nacionalista, que se limite a auto-proclamarse
como rey y mesías y cuyos objetivos sean meramente humanos, horizontales,
reducidos al espacio y el tiempo de la historia humana, Jesús revela que el
Mesías de Dios y su Reino, el Reino de Dios, no será visible, es decir, no
podrá ser percibido por los sentidos, porque no tendrá un lugar geográfico
delimitado, al modo de los reinos terrestres. Los hombres estamos acostumbrados
a percibir por los sentidos y a creer en lo que los sentidos nos dicen y es por
eso que necesitamos de algo visible –en este caso, un reino- para creer –en el
mesías-. Pero Dios es Espíritu Puro, Eterno, Increado, y pretender que su Reino
posea las características de los reinos humanos, es reducir a Dios y su Reino a
los estrechos límites de la naturaleza humana. Otra cosa distinta es que los
reinos humanos, las naciones y sus gobiernos, reconozcan a Cristo como su Rey y
Señor, en cuyo caso, no se trataría propiamente del Reino de Dios, sino de un
reino humano que dobla sus rodillas ante Dios y su Mesías, Jesucristo,
proclamándolo como Rey y Señor.
¿De
qué manera está el Reino de Dios “entre nosotros”, o también “en nosotros”? El
Reino de Dios está entre nosotros y en nosotros, por medio de la gracia
santificante, otorgada por los sacramentos y concedidas a nuestras almas por
medio de la Pasión y Muerte en Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Por la gracia,
el alma comienza a participar de la vida divina y puesto que la vida divina se
desarrolla en el Reino de los cielos, cuando el alma está en gracia, en cierta
manera, vive ya la vida eterna del Reino de Dios y vive, de modo anticipado, el
Reino de Dios, eterno, estando todavía en la tierra. A esto nos referimos
cuando, parafraseando a Nuestro Señor, decimos que el Reino de Dios está “en
nosotros”: como la gracia inhiere en el alma y es un don interior, es por eso que
decimos que “el Reino de Dios está en nosotros”, cuando estamos en gracia. Sin embargo,
hay algo más en la doctrina de la gracia, que hace que el alma posea en sí
misma algo infinitamente más grandioso y maravilloso que el Reino de Dios, y es
que, por la gracia, el alma se convierte en morada del Rey de los cielos,
Jesucristo. Por eso, en el tiempo de la Iglesia, el católico que comulga en estado de
gracia, puede decir con toda verdad: “El Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, está en mí”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario