(Domingo
XXXII - TO - Ciclo A – 2017)
“El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que
fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y
cinco, prudentes” (Mt 25, 1-13).
Para poder apreciar la enseñanza de la parábola, es
necesario hacer antes una breve composición de lugar, además de reemplazar los
elementos terrenos por los celestiales y sobrenaturales: en la parábola, un
grupo de vírgenes –diez en total- espera, en la noche, el regreso del esposo;
puesto que no saben a qué hora ha de venir, todas se duermen, hasta el que a
medianoche se escucha un grito que anuncia el regreso del esposo; las vírgenes despiertan
y acuden al encuentro del esposo, pero solo las prudentes, que tienen aceite y
luz en sus lámparas, son capaces de ver al esposo y por lo tanto, ingresan con
Él en la casa donde se celebra la fiesta de bodas; las necias, por el contrario,
al no tener aceite, no tienen luz y por lo tanto, una vez cerradas las puertas
de la fiesta de bodas, quedan afuera, en las tinieblas. ¿Qué significa esta
parábola? Como dijimos, para poder apreciar su enseñanza celestial, debemos
reemplazar los elementos terrenos y materiales, con los elementos
sobrenaturales representados en la parábola. Un primer elemento que aparece es el
deseo de las vírgenes de esperar al esposo, que es el deseo del alma de vivir
esta vida con la esperanza de salir al encuentro de su Dios que ha de venir a
buscarla, en la interpretación de San Agustín[1]: “Las
diez vírgenes querían ir todas a recibir al Esposo. ¿Qué significa recibir al
esposo? Es ir a su encuentro de todo corazón, vivir esperándolo”, entonces,
este “esperar al esposo”, común a las diez vírgenes, es vivir con el deseo de
encontrar a Cristo; el esposo que llega de improviso a medianoche, cuando las
vírgenes están rendidas por el sueño, es Cristo Jesús, que llega al encuentro
del alma, sea en la hora de la muerte –el sueño como muerte terrena es el este
sentido en el que lo interpreta San Agustín[2]: “Hay
un sueño al que nadie puede escaparse (…) Todas se durmieron (…) tanto las
prudentes como las necias deben pasar por el sueño de la muerte”-, sea en el
Día del Juicio Final, ya que también el sueño de las vírgenes es, para San
Agustín, el Día del Juicio Final: “A medianoche se oyó un grito: Ya está ahí el
esposo, salid a su encuentro” (Mt
25,6). (…) Es el momento que nadie piensa, que nadie espera (…) (Es) “El día
del Señor”, dice Pablo, “vendrá como un ladrón en plena noche.” (1Tim 5,2) Vigilad, pues, (…) Este grito
es lo que el apóstol Pablo dice: “En un instante, en un abrir y cerrar de ojos,
al son de la trompeta, porque la trompeta sonará, los muertos resucitarán
incorruptibles y nosotros seremos transformados (1Cor 15,52)”; la medianoche, el tiempo de oscuridad en el que las
vírgenes esperan la llegada del esposo, significa un tiempo especial de la
humanidad y de la Iglesia, en el que la confusión y el alejamiento de Dios
serán sus características principales: así como en la noche no se puede
distinguir nada y se confunden sombras por personas, así también, antes de la
Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia pasará por un momento de oscuridad, por un momento de confusión, por
una "prueba de fe", tal como lo anuncia el Catecismo[3]: “Antes
del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (y como nuestra Fe católica asienta sobre
muchas verdades, pero ante todo, sobre la Verdad de la Presencia real, verdadera
y substancial de la Eucaristía, lo más probable es que la “prueba de fe final”
consista en la supresión de la Misa como renovación del Santo Sacrificio del
Altar, por manos del Anticristo y del Falso Profeta, un falso Papa. N. del R.).
La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio
de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los
hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la
apostasía de la verdad (el Anticristo traerá una falsa felicidad a los hombres,
permitiéndoles vivir en el pecado, suprimiendo los Mandamientos de Dio y los
Preceptos de la Iglesia). La impostura religiosa suprema es la del Anticristo,
es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”, es decir,
el Anticristo, antes de la llegada de Cristo en la gloria, usurpará su lugar y
hará que el hombre desplace a Dios de su corazón y se instale a sí mismo, algo
de lo cual lo estamos viviendo, con el uso de la ciencia en contra de la Ley de
Dios, con lo que el hombre juega a ser Dios: FIV, clonación humana, alquiler de
vientres, aborto, eutanasia, etc.; la llegada de improviso se debe a que nadie
sabe –solo Dios- cuándo es la hora de la propia muerte, así como tampoco nadie
sabe cuándo será el Día del Juicio Final; el esposo que llega es, como dijimos,
Cristo Jesús, quien es Esposo de la Humanidad, según los Padres, por la
Encarnación, y es Esposo de la Iglesia Esposa: al final de los tiempos, llega
para ver su unión consumada en el Reino de los cielos; las vírgenes, tanto las
necias como las prudentes, son las almas bautizadas en la Iglesia Católica; las
lámparas son los cuerpos, el aceite es la gracia y la luz de la lámpara es la
Fe en Cristo Jesús como el Hombre-Dios, el Redentor de la humanidad; la
ausencia de aceite –ausencia de gracia- en las vírgenes necias, indica a
aquellas almas que no piensan en la vida eterna, que viven enfrascadas en la
vida terrena, despreocupadas de si existe un Cielo o un Infierno, indolentes en
su tarea de ganar el Cielo con buenas obras y de evitar el Infierno con la
penitencia y la caridad; al no tener la gracia en ellas, no tienen la luz de la
fe y por eso sus lámparas están apagadas, porque no pueden ver al Señor Jesús,
que está Presente, vivo, glorioso, resucitado, en la Eucaristía y que está
presente, de alguna manera misteriosa, en los más necesitados; al no esperar la
Venida Segunda del Señor, las vírgenes necias no se preocupan ni por vivir en gracia,
ni por perseverar en la fe y, mucho menos, en obrar la misericordia, y puesto
que es una decisión libre e irrevocable, quedan fuera del banquete eterno; las
tinieblas en las que las vírgenes necias quedan, representan el Infierno, la
ausencia eterna de la Presencia de Dios y el vivir para siempre envueltas en
las sombras vivientes, los ángeles caídos; las vírgenes prudentes son las almas
que consideran a esta vida como pasajera, como solo una prueba para ganar la
vida eterna y es por eso que viven pensando en la eternidad, y como quieren
evitar la eternidad de dolor y ganar la eternidad de bienaventuranza, se
preocupan por vivir en gracia, conservando la pureza de cuerpo y alma y
frecuentando los sacramentos; la gracia es el combustible de la fe, y por eso
sus lámparas iluminan, y la luz que irradian son las obras de misericordia
realizadas para ganar el Cielo.
A
medianoche se oyó un grito: “Ya viene el esposo, salgan a su encuentro”. “Hagamos
lo que nos dice Nuestro Señor” (Cfr. Jn
2, 5), estemos prevenidos, porque no sabemos ni el día ni la hora, ni de
nuestra muerte y Juicio Particular, ni del Día del Juicio Final: “Estén
prevenidos, porque no saben el día ni la hora” y para que no escuchemos las
palabras del Terrible Juez –“Te aseguro que no te conozco”-, llenemos nuestras
lámparas con el aceite de la gracia, esto es, vivamos en estado de gracia;
alumbremos el mundo con las obras de la fe, vivamos con la esperanza de morir
para ir al encuentro de Nuestro Señor que, en el momento en que menos lo
esperemos, ha de venir a buscarnos.
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