martes, 25 de diciembre de 2018

Día 1 de la Octava de Navidad


"La adoración de los Reyes Magos"
(Gentile da Fabriano)


(Ciclo C – 2019)

          La Iglesia considera a la Nochebuena y Navidad como eventos tan importantes, que extiende su festejo litúrgico a lo largo de toda la semana, considerando a la semana como un gran domingo extendido durante siete días, lo cual quiere decir prolongar, durante siete días, la alegría propia del día Domingo, que es el Día del Señor. Pero, ¿qué es lo que ha sucedido en Nochebuena y Navidad, como para que la Iglesia adopte esta medida tan festiva y jubilosa?
          Para saberlo, es necesario contemplar el Pesebre con los ojos del alma iluminados con la luz de la santa fe católica, puesto que si lo contemplamos con los solos ojos del cuerpo y con la sola luz de la razón humana, jamás encontraremos el significado y sentido último de la alegría de la Iglesia por Nochebuena y Navidad.
          Ante todo, contemplemos a las tres personas que aparecen en el centro del Portal de Belén: la Virgen, San José y el Niño. Visto de una manera superficial, la imagen recuerda la de cualquier familia palestina del siglo I de nuestra era, que se reúne en torno a su primogénito recién nacido: una joven madre, vestida a la usanza de Palestina de esos días, que mira con amor a su hijo; un padre, mayor que ella, que también contempla con amor y alegría a su hijo; finalmente, el niño, que por ratos llora por el frío, por ratos llora de hambre, solicitando la lactancia de su madre, por ratos abre sus bracitos y sonríe, extendido en su pobre cuna compuesta por unas tablas de madera y un poco de paja entremezclada con alfalfa. Esto es lo que nos dicen los ojos del cuerpo y la luz de la razón. Es decir, esta información es la que obtenemos cuando no tenemos la luz de la santa fe católica.
          Cuando contemplamos el Pesebre a la luz de nuestra santa fe católica, las cosas cambian substancialmente.
          La madre del niño no es una madre más entre tantas: es la Santa Madre de Dios, María Santísima, que luego de llevar en su seno virginal al Hijo de Dios en Ella encarnado, dio a luz al Verbo Eterno del Padre encarnado, milagrosamente, puesto que el Niño nació de Ella así como la luz del sol atraviesa el cristal y así como la luz del sol deja al cristal intacto antes, durante y después de pasar a través de él, así el Hijo Eterno del Padre, naciendo como Luz de Luz en forma de Niño humano, dejó intacta la virginidad de su Madre, quien por este milagro de la omnipotencia divina, al mismo tiempo que se convertía en Madre de Dios, continuaba siendo Virgen y continúa siendo Virgen, por los siglos sin fin.
          El padre del Niño no es, en realidad, su padre biológico, sino su padre adoptivo, pues fue elegido, a causa de su pureza, su castidad, su virginidad, su humildad y sencillez, por Dios Padre, para que ejerciera en la tierra como un Vicario suyo de su paternidad celestial. Es decir, el Niño, que es Dios Hijo, no fue creado, sino que fue engendrado desde la eternidad en el seno de Dios Padre, recibiendo desde la eternidad, de Dios Padre, su Ser y su Naturaleza divinas, por lo que comparte con Dios Padre el Acto de Ser divino y la Naturaleza divina. El padre del Pesebre, San José, no es el padre biológico del Niño, sino su padre adoptivo, aunque cuida del Niño con el amor mismo de Dios Padre, el Espíritu Santo, ya que San José está lleno del Amor de Dios, el Espíritu Santo.
          El Niño, que es un recién nacido e Hijo Único y Primogénito de la Virgen y San José, no es un niño humano entre tantos, sino que es Dios Hijo encarnado; el Niño es el Logos eterno del Padre, pronunciado desde la eternidad; el Niño es la Sabiduría del Padre encarnada; el Niño es la Misericordia del Padre encarnada; el Niño es Dios que se hace Niño, sin dejar de ser Dios para que los hombres, convertidos en niños por la pureza divina que comunica la gracia, seamos llevados al Reino de los cielos, al finalizar nuestra vida terrena; el Niño es el Rey de cielos y tierra, el Vencedor Victorioso sobre los tres grandes enemigos del hombre, el demonio, la muerte y el pecado. Por último, el Niño nace en Belén, que significa “Casa de Pan”, porque Él nace para entregarse, como Víctima inmolada y pura, en el santo sacrificio de la cruz, con su Cuerpo y su Sangre, para perpetuar y prolongar su Encarnación y el don de su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, Pan de Vida eterna.
          Éstas son las razones por las cuales no es lo mismo contemplar la escena del Pesebre con la luz de la fe, que contemplarla sin ella y es la razón de la alegría que embarga a la Iglesia en Nochebuena y Navidad.

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