viernes, 19 de julio de 2019

“Misericordia quiero y no sacrificios”



“Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 12, 1.8). Jesús y sus discípulos se encuentran dando un corto paseo sabático –de no más de un kilómetro- por los campos. Debido a que el sábado era el día dedicado a Dios, había una serie de acciones que no podían hacerse en ese día, unas treinta y nueve en total y el segar y trillar eran parte de las obras prohibidas en el día de descanso[1]. Para la casuística rabina y también para los fariseos, la acción de arrancar las espigas era similar a segar y el frotarlas entre las manos era equivalente a trillar. Como los discípulos de Jesús tenían hambre, al pasar por el campo arrancan las espigas de trigo, las frotan entre sus manos y comen, con lo cual están técnicamente en falta ante la ley y es eso lo que le reprochan los fariseos. Jesús soluciona la cuestión basándose en el principio de que la necesidad excusa de la ley positiva: es decir, si tenían hambre, no cometían falta al comer el trigo. Para ello, cita el ejemplo de David (1 Sam 21, 1-6): huyendo de la ira de Saúl, David llegó adonde estaba el tabernáculo y allí el sumo sacerdote Abimelec le permitió comer de los doce panes llamados comúnmente “de la faz” –porque eran colocados en presencia de Dios en el santuario- o “de la proposición”, por el mismo motivo. Esta ofrenda se renovaba cada semana y por su carácter sagrado eran comidos sólo por los sacerdotes. Sin embargo, la presencia de David prevaleció sobre esta ley positiva y el sumo sacerdote determinó que convenía aplicar la excepción a la ley.
Nuestro Señor añade que el sacrificio del templo, ofrecido el sábado, es una transgresión literal del descanso sabático, desde el momento en que el servicio del templo es único y trasciende todos los demás deberes. Anticipándose a la réplica, Jesús hace una declaración sorpresiva: “Aquí hay alguien más grande que el templo”. Es decir, la presencia de Jesús hace del campo un santuario y presenta a la persona de Jesús como el gran sustituto del santuario, algo que estaba insinuado en las profecías mesiánicas[2].
Los fariseos que reprochan a Jesús no habían penetrado ni siquiera en el espíritu de la antigua ley, de lo contrario no habrían permitido que sus escrúpulos legales la privasen de un juicio prudente y caritativo respecto de los discípulos de Jesús. A su vez, Jesús tiene el poder de dispensarlos del descanso sabático porque Él es “Señor del sábado”, es decir, Él es Dios y en cuanto tal, puede hacerlo. El episodio finaliza con la frase de Jesús: “Misericordia quiero y no sacrificios”, es decir, la caridad prevalece sobre la ley positiva.
Para nosotros, discípulos de Cristo, no sólo no está prohibido comer los nuevos panes de la proposición, es decir, la Eucaristía, no el día sábado, sino el Día del Señor, el Domingo, sino que la Eucaristía es el fundamento y la causa para dar a nuestros prójimos, no la dureza de nuestros corazones, sino el Amor misericordioso de Jesús Eucaristía.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial Herder, 392.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 392.

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