martes, 16 de julio de 2019

“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”



“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Si hay algo que caracteriza a la vida del hombre sobre la tierra, después del pecado original, es la aflicción y el agobio, precisamente por haberse apartado el hombre de Dios a causa del pecado. El hombre fue creado por Dios para Dios, para que el hombre encontrara en Dios todo su solaz, toda su alegría, toda su paz y todo su amor. Al alejarse de Él por el pecado original, toda la vida del hombre se sumerge en una inmensa oscuridad, en donde todo es tinieblas, tribulación, aflicción y agobio y en donde nada de lo creado ni de lo material puede remediar esta situación. Nada de lo creado ni nada de lo material puede conceder al hombre la paz que sólo Dios puede darle, la paz de Dios que Dios infunde en el alma por la gracia. Es por esta razón que Jesús nos invita a que acudamos a Él, para que Él nos conceda la paz del corazón y nos quite el agobio, la tribulación y la aflicción. Si los hombres acudiéramos a Jesús, que está en la Eucaristía y en la cruz, si nos postráramos ante Él y le pidiéramos que nos dé su paz, su alivio y su amor, muy distinta sería la vida en la tierra, ya que se convertiría en un anticipo del paraíso. Muchos, ante las aflicciones y tribulaciones, acuden vanamente a otros hombres para encontrar alivio, pero solo encuentran mayores cargas y mayores tribulaciones y aflicciones, porque sólo Jesús puede dar verdadero alivio al corazón.
“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”. Para encontrar y recibir el alivio, la paz y el amor que sólo Dios puede dar, debemos acudir ante la Eucaristía y la Cruz y postrarnos ante Jesús, cargar con su yugo que es suave e imitarlo en la mansedumbre de su corazón, y Jesús hará el resto por nosotros, concediéndonos la paz del corazón que sólo Él puede dar.


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