jueves, 4 de junio de 2020

“Si tu ojo o tu mano son ocasión de pecado, córtatelos”




“Si tu ojo o tu mano son ocasión de pecado, córtatelos” (cfr. Mt 5, 27-32). Es obvio que cuando Jesús dice que si el ojo es ocasión de pecado hay que arrancarlo, o que si la mano es ocasión de pecado, hay que cortarla, no lo está diciendo en forma literal, sino figurada, metafórica. Lo que Jesús nos quiere hacer ver es la importancia negativa que tiene el pecado, porque no solo nos impide la entrada en el Reino de los cielos, sino que nos abre las puertas del Infierno. En efecto, el que peca, no sufre ningún daño en sus miembros, pero va con todo su cuerpo y toda su alma al Infierno, a la eterna condenación. En cambio, el que mortifica la mirada, por ejemplo –a esta mortificación de la vista se refiere Jesús cuando dice que “si el ojo es ocasión de pecado, arráncatelo”-, luego va con su vista mortificada al Cielo, en donde gozará por la eternidad de un cuerpo glorioso, resucitado y perfecto.
“Si tu ojo o tu mano son ocasión de pecado, córtatelos”. El consejo de Jesús, por fuerte que pueda parecer y en efecto lo es, tiene por objetivo el advertirnos acerca de las gravísimas consecuencias que tiene el pecado para la vida eterna, pues una vista o una mano que se entregan al pecado, son la puerta abierta para la eterna condenación en el Infierno. Al mismo tiempo, la advertencia de Jesús nos hace ver cuán valiosa es, tanto la mortificación -mortificar la vista, privándonos de ver cosas pecaminosas-, como la realización de obras buenas, ya que una mano que se dedica a obrar la misericordia y no a cometer el mal, irá con todo el cuerpo al Reino de los cielos. Por esta razón, mortifiquemos la vista, y una forma de hacerlo es no solo no mirar cosas malas, sino mirar cosas buenas, como alguna imagen de la Pasión, por ejemplo; además, no nos limitemos a solamente no obrar el mal con las manos, sino que utilicemos las manos para obrar la misericordia, empezando con los más necesitados. De esta forma, iremos con todo nuestro cuerpo y con toda nuestra alma, al Reino de Dios, por toda la eternidad. Por una breve mortificación en el tiempo -lo que dure nuestra vida terrena-, nos ganaremos una eternidad de felicidad celestial.

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