jueves, 4 de junio de 2020

“Vosotros sois la sal de la tierra (…) la luz del mundo”




“Vosotros sois la sal de la tierra (…) la luz del mundo” (Mt 5, 13-16). Jesús compara a sus discípulos con dos elementos que se encuentran en la cotidianeidad de todos los días: la sal y la luz. Los cristianos son “sal” y son “luz”; ambos elementos son necesarios para la vida, para que la vida adquiera otro sentido. En el caso de la sal, es lo que da sabor a los alimentos: sin la sal, los alimento pierden su sabor y se vuelven sosos y quien los va a comer, queda inapetente. Si la sal no sala, si pierde su esencia, el alimento deja de ser apetecible: así es el cristiano para este mundo, le da al mundo el sabor de la vida eterna, porque con sus obras, más que con sus palabras, debe anunciar al mundo la Buena Nueva de Cristo, que ha venido para perdonar nuestros pecados y conducirnos a la vida eterna. La sal consiste en hacer saber al prójimo que esta vida no es definitiva, sino sólo una prueba para ganar la vida eterna, en el Reino de los cielos, por los méritos de Jesucristo.
El otro elemento con el que compara Jesús a sus discípulos es la luz: si no hay luz, predominan las sombras y la oscuridad y así el alma se vuelve incapaz de ver el misterio pascual de Jesucristo, misterio que es de luz y de luz eterna: el cristiano tiene la misión de señalar el camino de la luz eterna, Cristo Jesús, camino que lleva a la Fuente de la luz eterna, el seno del Padre. Si el cristiano deja de observar los Mandamientos y de practicar los sacramentos, no obra la misericordia y así se convierte en una luz apagada, o en una luz que fue encendida y fue colocada bajo la cama, donde no alumbra nada. Las obras del cristiano, obras de misericordia, son las que iluminan las vidas de los hombres y les señalan el Camino al Cielo, Cristo Jesús.
“Vosotros sois la sal de la tierra (…) la luz del mundo”. Por la gracia recibida en el Bautismo sacramental, hemos sido convertidos en “sal y luz” y debemos comportarnos como tales, de otra manera, habremos traicionado la misión para la cual Cristo dispuso que en nuestras almas brillara la luz de la gracia desde nuestros primeros días en la tierra.

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