(Domingo
III - TO - Ciclo B – 2021)
“El Reino de Dios está cerca (…) conviértanse y crean en el
Evangelio” (Mc 1, 14-20). Jesús predica y revela dos cosas: por un
lado, que “el Reino de Dios está cerca”; por otro lado, que para ingresar en ese
Reino de Dios, es necesaria la conversión del corazón. ¿Qué es la conversión
del corazón y porqué es necesaria para ingresar en el Reino de Dios? Para
saberlo, debemos remontarnos al inicio de la historia humana, a la creación de
Adán y Eva y al pecado original cometido por estos en el Paraíso, con su
consiguiente expulsión del mismo. Debido a este pecado original, a la especie
humana le fue quitada la gracia que se le había concedido en Adán y Eva y que a
través de ellos debía transmitirse a todos los hombres; al cometer el pecado
original, no sólo quedaron privados de la gracia Adán y Eva, sino que todos sus
descendientes, es decir, toda la humanidad, quedó sin la gracia y sometida a la
esclavitud del pecado. Si no tenemos en cuenta este hecho histórico acaecido en
el inicio de la humanidad, el hecho del pecado original, el cual se transmite
por generación a todos los hombres, no podremos entender qué es lo que Jesús quiere
decir cuando anuncia la necesidad de la conversión para poder entrar en el Reino
de los cielos. Como consecuencia del pecado original, todo hombre nace con este
pecado y por este pecado, todo hombre es esclavo del pecado, cuyo fruto es la
muerte. Por el pecado, el hombre se encuentra esclavizado por sus pasiones,
además de estar condenado a una doble muerte, la muerte terrena y la muerte
eterna. Ahora bien, la liberación de este estado de esclavitud sólo es posible
por una acción divina, porque sólo Dios Trino tiene el poder necesario para
romper las cadenas espirituales que encadenan al hombre a sus pasiones y a las
cosas bajas de la tierra. Otro elemento a tener en cuenta es que, para que la
gracia actúe, es necesario que el hombre desee ser liberado del estado de
esclavitud que le proporciona el pecado, porque el hombre es libre y libremente
debe desear ser liberado de esta esclavitud. Es a este deseo de ser libres del
pecado por la recepción de la gracia santificante que proviene de Dios, es a lo
que Jesús se refiere cuando habla de “conversión”. El hombre debe desear ser
liberado del pecado por medio de la recepción de la gracia santificante, gracia
que nos obtiene Jesucristo con su Santo Sacrificio en la Cruz, para poder así
ingresar en el Reino de los cielos. Notemos que Jesús no obliga a nadie a la
conversión; sólo advierte de la necesidad ineludible e imperiosa de la misma
para poder entrar en el Reino de Dios, puesto que, al ser un reino de gracia,
no puede ingresar nadie que esté en pecado, ni mortal ni venial. Jesús llama a
la libre conversión, la cual debe provenir libremente, como acto libre personal
de cada uno; por eso es que dice: “conviértanse”, como llamando a la decisión
libre de cada uno a la conversión. Si Dios quisiera, nos convertiría a todos
los hombres de todos los tiempos, en menos de un segundo, infundiéndonos su
gracia, pero no lo hace porque esto sería violentar la libre decisión de cada
uno. De hecho -y esto lo podemos comprobar a diario-, no todos desean amar a Dios
y vivir en su Reino y es por eso que obran el pecado, cometiéndolo libremente. La
decisión de desear ser liberado del pecado debe ser personal, libre,
voluntaria, decidida en lo más profundo del ser de cada persona; en otras palabras,
cada persona, libremente, debe desear ser liberada por Jesucristo y debe libremente
aceptarlo como su Salvador. De otro modo, la gracia no puede actuar, porque si
la persona no desea ser liberada, Dios no la liberará, porque Dios respeta
nuestras libres decisiones. Esto explica dos cosas: por un lado, que al Reino
de Dios nadie entra obligado, a la fuerza: o se entra libremente, porque
libremente se eligió a Cristo Dios como el Salvador personal, o no se entra en
el Reino de Dios: nadie entra en el Reino de Dios si no lo desea y esto Dios lo
respeta; por otro lado, explica la existencia del Infierno, porque quien
libremente elija el pecado y rechace ser salvado por Cristo, al fin de su vida
terrena no ingresará al Reino de Dios, por lo que dijimos, esto es, que al Reino
de Dios no se ingresa a la fuerza, sino libre y voluntariamente: esto explica
la existencia del Infierno eterno porque quien no ingresa en el Reino de Dios,
no tiene otro lugar adónde ir, luego de la muerte terrena, que no sea el Infierno;
por eso, los condenados en el Infierno están allí por libre decisión, por
elección autónoma, propia, personal y es esto lo que nos enseña el Catecismo,
que quien se condena, lo hace por decisión propia, porque precisamente no quiso
convertirse, no quiso recibir la gracia santificante, no quiso aceptar a Cristo
Dios como al Salvador y en su lugar eligió el pecado y como el fruto del pecado
es la muerte, la muerte en pecado mortal -libremente elegida y deseada- es la
eterna condenación, es decir, la segunda y definitiva muerte.
“El Reino de Dios está cerca (…) conviértanse y crean en el
Evangelio”. Jesús no nos obliga a convertirnos, nos llama a la conversión, para
que así, recibiendo la gracia santificante, estemos en grado de ingresar en el
Reino de Dios. En nuestra libre decisión está, por lo tanto, salvar nuestras
almas, recibiendo la gracia santificante que proviene del Corazón traspasado de
Cristo en la Cruz y se nos concede por los sacramentos, o elegir, también
libremente, la eterna condenación en el Infierno.
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