“Los
discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento” (Mc 6, 7-13).
Jesús envía a sus discípulos a misionar y como parte de la misión, les concede
el poder de expulsar demonios y de curar enfermos. Sin embargo, la expulsión de
demonios y la curación de enfermos no es lo más importante en la misión: estos
son solo signos de que “el Reino de Dios está entre los hombres”. El núcleo
central de la misión de los discípulos es la predicación del arrepentimiento,
es decir, la misión busca que el hombre tome conciencia de sus pecados, de su
mal obrar, de su alejamiento de Dios, de su deseo y apego desordenado por las cosas
de esta vida, porque este arrepentimiento es condición indispensable para que
la gracia de Dios pueda actuar en el alma, colmándola de la santidad de Dios. Si
no hay arrepentimiento, no hay acción de la gracia, porque la gracia necesita
de un corazón “contrito y humillado” para poder actuar. Ahora bien, hay que
tener en cuenta que el mismo llamado y el mismo deseo de cambiar de vida, es ya
una acción de la gracia; lo que sucede es que, luego de conceder Dios el deseo
de la conversión es necesario que el hombre ponga de su parte el acto de libre
aceptación de Cristo Dios como su Salvador y de su gracia santificante como
medio de santificación de su alma. Es decir, si surge en el alma un deseo
sincero de conversión, esto es, de cambiar la vida de pecado por la vida de
santidad, esto es ya una obra de la gracia; es ya una acción del Espíritu Santo
que está invitando al alma a la conversión, pero para que ésta pueda suceder,
es necesario que se responda afirmativamente a la gracia anterior, la gracia
del deseo de conversión, que es en lo que consiste el arrepentimiento.
Por
último, ¿cómo vamos a arrepentirnos si no sabemos qué es lo que está bien y qué
es lo que está mal? Para saberlo, viene en nuestra ayuda la Ley de Dios, los
Diez Mandamientos: si se cumplen los Mandamientos, es señal de que la gracia
está actuando en el alma; si no se cumplen los Mandamientos, es señal de que es
necesario el arrepentimiento y luego la conversión. Y como tanto el
arrepentimiento, como la conversión, son dones de Dios, es necesario pedirlos
en la oración, cada día, todos los días.
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