viernes, 29 de enero de 2021

Fiesta de la Presentación del Señor

 



          La fiesta católica de la Presentación del Señor es el cumplimiento pleno de una antigua tradición hebrea, según la cual el primogénito varón debía ser llevado al Templo y ser presentado o consagrado al Señor[1]. En este caso, la Virgen y San José, cumpliendo con esa tradición, al mismo tiempo la plenifican y le dan su verdadero y propio sentido, ya que a Aquel a quien presentan o consagran a Dios, su Primogénito Jesús, no es un niño hebreo más entre tantos, sino el Hijo de Dios encarnado quien, como tal, más que consagrado a Dios, estaba en el seno del Padre desde la eternidad, siendo Él mismo en Persona la Santidad Increada ante la cual se ofrecían los primogénitos. En otras palabras, al presentar a Jesús, al ofrecerlo a Dios, la Virgen y San José no estaban cumpliendo simplemente un ritual, sino que estaban ofreciendo a Dios Padre a Aquel que era su Hijo desde la eternidad; a Aquel que era su Verbo, su Sabiduría, su Palabra, que ahora se había encarnado y habitaba entre los hombres como un hombre más, pero sin dejar de ser Dios.

          Otro elemento a tener en cuenta en la Presentación del Señor es la presencia, en ese momento, de un santo del Antiguo Testamento, Simeón –“moraba en él el Espíritu Santo”-, a quien el mismo Espíritu Santo había llevado al Templo –“movido por el Espíritu Santo”-, para que fuera testigo de que la Virgen y San José presentaban o consagraban a Dios a su Hijo Único encarnado, Jesús de Nazareth. Cuando Simeón toma entre sus brazos al Niño Dios y lo contempla, es iluminado aun más por el Espíritu Santo que inhabitaba en él y es así que puede contemplar, en ese niño, no a un niño más, sino a Dios Hijo hecho Niño, sin dejar de ser Dios; puede contemplar, iluminado por el Espíritu Santo, que ese Niño de pocos días de nacido es el Salvador de la humanidad y es esto lo que origina su cántico: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. Las palabras de Simeón en relación a la luz explican la ceremonia de las candelas que se practica en la liturgia de este día: así como Simeón fue iluminado por el Niño Dios, Cristo Jesús, por cuanto Él es la Luz eterna de Dios, así nosotros, representados en las candelas, somos iluminados por la luz de las candelas: las candelas representan a nuestras almas y la luz a Cristo, Luz Eterna de Dios; del mismo modo a como la luz está en la candela, así está Cristo, Luz Eterna y celestial, en el alma del que vive en gracia.

          ¿Qué relación tiene la Presentación del Señor con nuestras vidas personales? Ante todo, que debemos consagrarnos a Dios, seamos o no primogénitos y más allá de la edad que tengamos y el estado en el que nos encontremos, porque todos estamos llamados a ser santos en Dios Uno y Trino. Por otro lado, como católicos, estamos llamados a ser otros tantos simeones, tratando de imitar su vida de santidad -para lo cual debemos vivir en gracia, de modo que así inhabite en nosotros el Espíritu Santo-, pero sobre todo, anunciando al mundo lo que contemplamos en la Eucaristía, al Salvador de los hombres, Cristo Jesús.

 

 



[1] “(La Virgen) y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor”.

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