(Domingo
II- TC - Ciclo B - 2022)
“Mientras oraba su
Rostro resplandeció y sus vestiduras brillaban como el sol” (Lc 9, 28b-36). Jesús sube al Monte Tabor
a orar y lleva consigo a Santiago, Pedro y Juan. El Evangelio relata que,
mientras oraba, el Rostro de Jesús, toda su humanidad y sus vestiduras,
resplandecían como el sol. Esto es lo que se conoce como “Transfiguración del
Señor”.
¿Qué significa la Transfiguración? Ante todo, en la
Transfiguración, lo que la caracteriza es la luz que envuelve a Jesús. Ahora
bien, esta luz no es una luz conocida por el hombre, en el sentido de que no se
trata de la luz del sol, ni de ninguna luz artificial, como podría ser la luz
que emite un cirio encendido. Tampoco la luz con la que Jesús resplandece en el
Monte Tabor es una luz que provenga de afuera, del exterior de Jesús: es una
luz que surge desde dentro de Jesús, no de su Cuerpo, sino de su Ser divino
trinitario, porque el Ser divino trinitario es Luz Eterna, Increada, por
esencia. La luz con la que Jesús resplandece en el Monte Tabor es la luz del
Ser divino de la Santísima Trinidad, es la luz que tienen en común el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Y puesto que Jesús es la Segunda Persona de la
Trinidad, esta luz es algo que le pertenece a Él y brota de Él, de su Ser
divino. Todavía más, podemos decir que Jesús es Él en Sí mismo la Luz de Dios,
porque Él es Dios Hijo en Persona. Es por esto que Jesús dice de Sí mismo: “Yo
Soy la luz del mundo”. Entonces, no es una luz que Jesús reciba desde fuera,
sino una luz que brota desde lo más profundo de su Ser divino trinitario. Esta
luz tiene la particularidad de que es viva y por eso, comunica de la vida
divina trinitaria a quien ilumina y también glorifica a quien ilumina, porque
en las Escrituras, la luz es símbolo de la gloria divina y en este caso, es la
misma gloria de Dios Uno y Trino, la que se manifiesta a través de la humanidad
santísima de Jesús como luz. Esto es lo que explica también que, quien se
acerca a Jesús, es iluminado por Jesús y es vivificado con la vida divina
trinitaria, la vida misma de la Santísima Trinidad. Por esta razón, no da lo
mismo acercarse o no acercarse a Jesús: quien se acerca, es iluminado y
glorificado por Él; quien no se acerca a Jesús, vive inmerso en las más
profundas tinieblas espirituales. Con relación a esto último, debemos recordar
que para nosotros, los católicos, Jesús se encuentra en el Cielo, glorioso y
resplandeciente con la luz del Tabor, Luz Eterna e Increada y que refleja la
gloria del Ser divino trinitario, pero también se encuentra aquí, en la tierra,
en el sagrario, en la Eucaristía, porque en la Eucaristía se encuentra Él con
su Cuerpo glorioso y resucitado, resplandeciente con la luz divina de la
Trinidad. Por esto mismo, quien se acerca a Jesús Eucaristía, es iluminado y
vivificado por Jesús; quien no se acerca a Jesús Eucaristía –quien no lo recibe
en gracia en la Comunión, quien no hace adoración eucarística-, no recibe ni la
luz ni la vida de la Trinidad, que Él comunica a quienes a quienes lo aman y lo
reciben en la Hostia consagrada con fe, con piedad y sobre todo con amor. Finalmente, la razón por la cual Jesús se
Transfigura en el Monte Tabor, es decir, la razón por la cual se cubre de luz
divina, es para que sus discípulos no desfallezcan cuando lo vean cubierto de
Sangre en el Calvario, es para que ellos se acuerden, en el Calvario, que ese
mismo Jesús cubierto de sangre, es el mismo Jesús que resplandeció con la luz
de la gloria divina en el Monte Tabor.
“Mientras oraba su Rostro resplandeció y sus vestiduras
brillaban como el sol”. Si queremos resplandecer con la luz de la gloria
divina, por toda la eternidad, en la vida eterna, marchemos detrás de Jesús,
cargando con la cruz, en dirección al Calvario, para morir al hombre viejo y
renacer al hombre nuevo, al hombre que vive iluminado en su espíritu con la luz
de la gracia, participación a la luz de la Trinidad.
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