(Domingo
de Ramos - Ciclo C – 2022)
El Domingo de Ramos la Iglesia conmemora el día en el que
Jesús ingresa en la Ciudad Santa, Jerusalén, montado en un borrico o cría de
asno. En este episodio se destacan, por un lado, el ingreso de Jerusalén y, por
otro, el entusiasmo y la alegría de todos los habitantes de Jerusalén. En lo
que respecta a Jesús, ingresa pacíficamente, montado en una cría de asno. Ingresa
luego de proclamarse Él mismo como Hijo de Dios, igual al Padre y como Único
Camino que conduce al Padre; ingresa luego de haber realizado innumerables
milagros, signos y prodigios en toda Palestina; ingresa luego de haber
profetizado su Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, su misterio pascual,
por medio del cual habría de salvar a toda la humanidad. A pesar de que Él es
Rey de reyes y Señor de señores; a pesar de que Él es Dios Omnipotente y que
tiene a su mando legiones innumerables de ángeles, a pesar de eso, Jesús no
ingresa en la Ciudad Santa al modo como lo hacen los gobernantes de la tierra,
con todo el esplendor, la pompa y el honor con el que se auto-homenajean: Jesús,
de acuerdo con su Ser divino trinitario, en el que residen la Bondad, el Amor y
la Mansedumbre, ingresa en Jerusalén de modo manso, pacífico y humilde, sin
hacer ninguna ostentación, sin otra presentación que las palabras de sabiduría
divina que ha pronunciado en los pueblos y calles de Palestina y los milagros
de toda clase que ha realizado con todos los habitantes de Judea y Palestina. Esto
es un primer elemento que se destaca en el Evangelio de hoy.
Por otro lado, se destaca el comportamiento de los
habitantes de Jerusalén ante el ingreso de Jesús: están todos los habitantes,
sin faltar ninguno, porque a todos a concedido Jesús algún milagro, alguna
curación, algún don; todos los habitantes de Jerusalén, desde el más pequeño
hasta el más anciano, están alegres, exultantes, gozosos, porque todos
recuerdan lo que Jesús hizo por todos y cada uno de ellos y este recuerdo de
los milagros y dones de Jesús, son la causa de la aclamación de Jesús como
Mesías: todos proclaman públicamente a Jesús como al Mesías de Dios, como al
Enviado por Dios para la salvación: “Hosanna al Mesías”. Y en señal de
reconocimiento y alegría, extienden palmas a su paso.
Ahora bien, este ingreso triunfal de Jesús en Jerusalén, no
debe contemplarse sin hacer referencia a lo que sucederá días después, el Viernes
Santo: los mismos habitantes de la Ciudad Santa, que el Domingo de Ramos lo
reciben con gozo y alegría, cantando hosannas y agitando palmas en su honor,
serán los mismos que, el Viernes Santo, lo expulsarán de la Ciudad Santa, luego
de condenarlo injustamente a muerte; los mismos que recibieron solo bienes y
milagros de parte de Jesús, serán los que lo conducirán al Calvario, le
cargarán la cruz sobre sus hombros y a lo largo de todo el Via Crucis, lo
seguirán con insultos, blasfemias, gritos de odio, además de salivarlo,
golpearlo con puños y puntapiés, dándole trompadas y empujones.
¿Por qué este cambio radical en los habitantes de Jerusalén?
El Domingo de Ramos lo reciben con alegría, pero el Viernes Santo lo expulsan
con odio. Una explicación a este cambio radical es lo que la Escritura llama: “misterio
de iniquidad”, es decir, el misterio de maldad que anida en lo más profundo del
corazón del hombre como consecuencia del pecado original.
Ahora bien, otro aspecto que hay que tener en cuenta es que el
suceso del Domingo de Ramos y también el Viernes Santo, hacen referencia a
todos y cada uno de nosotros. En efecto, en la Ciudad Santa está representada
el alma de cada bautizado; el ingreso de Jesús es cuando Jesús entra en el alma
por la Eucaristía; el reconocimiento como Mesías es el reconocimiento del alma
hacia Jesús como Mesías y Salvador; la alegría de los habitantes de Jerusalén
es la alegría del alma por la recepción de la gracia. El Domingo de Ramos
representa al alma en gracia, la Ciudad Santa, que recibe a su Mesías, Jesús,
con gozo y alegría.
El Viernes Santo, por su parte, representa a esa misma alma
que, habiendo recibido la gracia santificante, expulsa a Jesús de su corazón
por medio del pecado mortal: de la misma manera a como los habitantes de
Jerusalén expulsaron a Jesús el Viernes Santo para crucificarlo, así por el
pecado mortal el alma expulsa a Jesús de su corazón y lo vuelve a crucificar. Entonces,
si los habitantes de Jerusalén actúan en forma tan contradictoria con Jesús, en
ellos debemos vernos reflejados nosotros mismos, porque nosotros, con nuestros
pecados, expulsamos a Jesús de nuestros corazones. Teniendo en cuenta esto,
debemos hacer el propósito de que nuestros corazones sean como la Ciudad Santa,
Jerusalén, el día del Domingo de Ramos, es decir, que reconozcamos a Jesús como
a nuestro Salvador y le agradezcamos su Amor infinito por nosotros, que vivamos
en la alegría que concede la gracia y que nunca expulsemos de nuestros
corazones, por causa del pecado, a nuestro Redentor, el Hombre-Dios Jesucristo.
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