domingo, 3 de septiembre de 2023

“El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”

 


“El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 16-30). Jesús entra en la sinagoga el sábado, se pone en pie para hacer la lectura. Le entregan el libro del Profeta Isaías y Jesús, desenrollándolo, busca y encuentra el pasaje en donde el Mesías revela que ha sido ungido “por el Espíritu del Señor” y que el Mesías “ha sido enviado a los pobres, para dar la Buena Noticia”. Hasta aquí, no sería nada fuera de lo común: un hebreo, que practica la religión judía, lee el pasaje de un profeta, el Profeta Isaías, en la sinagoga, en un día sábado. Lo que sí provoca, primero la admiración y luego la furia, es que Jesús se atribuye a Sí mismo ese pasaje de la Escritura: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

Es decir, Jesús se atribuye para Sí mismo el título de “Mesías”, del Salvador que habría de salvar a Israel, del Redentor que viene a dar la Buena Noticia de la salvación a los pobres, los cuales no son simplemente los pobres materiales, sino los pobres de espíritu, los que no poseen a Dios en sí mismos.

Sus palabras provocan admiración en un primer lugar, porque siendo Jesús la Sabiduría Encarnada, provoca un profundo respeto “por las palabras de gracia que salían de su boca”.

Sin embargo, en un segundo momento, los asistentes a la sinagoga se enfurecen con Jesús, al punto de querer intentar asesinarlo -lo conducen a un precipicio para despeñarlo- y la razón es que Jesús les dice, indirectamente que ellos, los judíos, no serán destinatarios de la gracia divina si no cambian sus corazones, si no se convierten a Dios y para hacer esto, trae a la memoria dos episodios -el de la viuda de Sarepta y la curación milagrosa de Naamán el sirio- en los que los paganos y no los judíos, son los favorecidos por la Divina Bondad. Los judíos de la sinagoga, en vez de aceptar humildemente su error y procurar la conversión, es decir, vivir según la Ley de Dios y sus Mandamientos, endurecen sin embargo sus corazones y, con una temeridad propiamente satánica, intentan matar al Ungido de Dios, Jesucristo, el Mesías.

“El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”. Lo que Jesús les dice a los judíos en la sinagoga, nos lo dice a nosotros desde el sagrario: a pesar de ser los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, no nos vamos a salvar por el solo hecho de serlo y si no vivimos buscando la gracia y evitando el pecado, recibirán el favor de Dios aquellos que no pertenecen a la Iglesia Católica, los paganos, quienes entrarán en el Reino de los cielos mucho antes que nosotros.

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