jueves, 31 de agosto de 2023

“Llega el Esposo, salid a recibirlo”

 


“Llega el Esposo, salid a recibirlo” (Mt 25, 1-13). Como en toda parábola, en la parábola de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales; solo así estaremos en grado de aprehender el sentido último, espiritual y sobrenatural, que nos transmite Nuestro Señor Jesucristo.

El Esposo que regresa ya entrada la noche, es Nuestro Señor Jesucristo, en su Segunda Venida gloriosa, en el Día del Juicio Final; la noche, representa el fin de la historia humana, caracterizada por la temporeidad y la espacialidad, y caracterizada por lo tanto por la medición del tiempo en años, meses, días, horas, antes de la convergencia del tiempo y del espacio en el vértice de ambos, convergencia que abre las puertas a la eternidad; la noche también representa el estado espiritual de la humanidad al momento de la Segunda Venida de Nuestro Señor: la oscuridad cósmica es una figura de la oscuridad espiritual, oscuridad causada por la propia alma humana, que en sí misma es oscuridad, pero también por la práctica, por parte de casi toda la humanidad, del paganismo -brujería moderna o Wicca- del ocultismo, del satanismo y la proliferación de toda clase de ideologías anti-cristianas, como el comunismo, el socialismo, el marxismo, el liberalismo, el neo-liberalismo; las vírgenes necias representan a las personas humanas que, habiendo recibido el bautismo sacramental y la Sagrada Eucaristía y la Confirmación, fueron necios o perezosos -la pereza corporal y espiritual es un pecado mortal- en mantener encendida la llama de la fe que se les concedió en el Bautismo, abandonando la práctica cristiana y llevando una vida mundana y neo-pagana: estas personas, al momento del regreso de Nuestro Señor Jesucristo al fin de los tiempos, no estarán preparadas para recibirlo, por lo cual quedarán afuera del Reino de los cielos; las vírgenes prudentes representan a las almas que, conociéndose pecadoras, se esforzaron no obstante por llevar una vida de santidad, con lo cual, al momento de la Segunda Venida de Nuestro Señor, tienen sus lámparas -almas- llenas con el aceite, que representan la gracia santificante, y la mecha de la lámpara encendida, lo cual representa la luz de la fe, una fe activa y operante, una fe que ilumina la vida propia y la vida de los demás; finalmente, el banquete de bodas al que ingresa el Esposo, acompañado por las vírgenes prudentes, representa el Reino de los cielos. Si al final de nuestra vida terrena queremos ingresar en el Reino de los cielos para adorar al Esposo, Nuestro Señor Jesucristo, entonces imitemos a las vírgenes prudentes, manteniendo siempre encendida la luz de la Santa Fe Católica, tal como se encuentra en el Credo de los Apóstoles.

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