(Domingo de Resurrección - Ciclo C - 2025)
“…el
sepulcro estaba vacío…” (cfr. Jn 20,
1-9). Pasadas las primeras horas del Domingo de Resurrección, el sepulcro que hasta
hace poco alojaba al Cuerpo muerto de Jesús, ahora está vacío; la fría loza de
piedra ha quedado vacía, el Cuerpo de Jesús ya no yace más tendido ahí. Hasta horas
antes, el sepulcro alojaba al Cuerpo muerto y frío de Jesús y el frío de la
piedra de la loza se confundía con el frío del Cuerpo sin vida de Jesús. Frente
a la muerte, frente al frío y a la descomposición de la muerte, que se hacía presente
descomponiendo la materia orgánica y comenzando a emitir nauseabundos olores, los
judíos hacían frente a la muerte con los aromas de los perfumes y para ello tenían
la costumbre de envolver el cadáver con lienzos y ungirlo con perfumes aromáticos,
de manera de ocultar, al menos de una manera lo más aparente posible, el
fenómeno inevitable de la descomposición del cadáver y es esto lo que las
Santas mujeres de Jerusalén van a hacer el Domingo de Resurrección, cuando se
dan con la escena de la piedra de la entrada corrida y con el sepulcro vacío.
Es decir,
nadie y tampoco entre los discípulos de Jesús, se imaginaba que no serían
necesarios los lienzos y los perfumes aromáticos; nadie se imaginaba que los
ritos de los judíos destinados a enmascarar la muerte ya no serían, en
adelante, nunca más necesarios, porque Jesús había resucitado, Jesús había
vencido a la muerte para siempre, la muerte había sido derrotada por el Dios de
la Vida, por el Dios Viviente y Él, que estaba muerto, ahora estaba Vivo y
vivía para siempre, para no morir jamás, para no morir nunca jamás. Nadie imaginaba
que nunca jamás iban a necesitar los ritos de la muerte, los aromas del
sepulcro, porque un nuevo aroma, el aroma de la gloria de Jesús, el Dios de la Vida,
que es la Vida Increada y Fuente de toda vida creada, ahora inunda toda la
tierra con su exquisito aroma de vida divina. Si Jesús estaba muerto en el
sepulcro era solo porque Él, el propio Jesús, había permitido que le quitaran
la vida o mejor dicho, había entregado su Vida para que, muriendo en la Cruz,
su muerte nos diera la vida eterna a nosotros, que vivíamos en la muerte del
pecado y así, recibiendo su vida, muriésemos a la vida de pecado, para vivir a
la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los hijos de la
Resurrección, la vida de los hijos de la luz. Jesús permite que le sea quitada
su vida en la Cruz porque es Él mismo Quien luego, con su propio poder divino,
vuelve a infundir, en su Cuerpo muerto y frío, tendido en el sepulcro, el
aliento vital de vida divina y eterna que fluye como de su fuente inagotable de
su Corazón de Hombre-Dios. Cuando Jesús da la vida a su Cuerpo muerto en la
fría loza del sepulcro, da así cumplimiento a su Palabra: “Yo doy la Vida eterna”
y puede dar la Vida eterna porque Él es la eternidad en Sí misma, es la
eternidad en Persona.
“El
sepulcro estaba vacío”. El Padre y el Hijo envían al Espíritu de Vida eterna
para dar vida al Cuerpo muerto de Jesús, repitiendo así el milagro que el
Espíritu hiciera en el seno virgen de María, al donar la vida divina del Hijo
de Dios a la naturaleza humana de Jesús concebida virginalmente en el seno
virginal de María. El milagro del Domingo de Resurrección no se limita sin
embargo al día histórico de la Resurrección, sino que en el misterio de los
tiempos, se prolonga hasta alcanzar todos los días de la historia humana: así
como en el sepulcro tomó vida por el Espíritu Santo el Cuerpo inerte de Jesús,
así en el Altar Eucarístico, por el Espíritu Santo enviado por el Padre y el
Hijo en la consagración, toma vida la materia inerte del pan y el vino para
convertirse en el Cuerpo glorioso de Cristo resucitado en la Sagrada Eucaristía.
En otras palabras, el milagro del Domingo de Resurrección se prolonga en el
milagro del Domingo, Dominus, Día del Señor Resucitado, día que debe su
sobrenatural claridad a la luz que brota del Sol Eterno que es Jesús resucitado
y glorioso en la Eucaristía.
“El
sepulcro estaba vacío”. El dato central del catolicismo es que Cristo ha
resucitado[1]
y es este dato el que tenemos que transmitir a los hombres de nuestro tiempo.
Pero este dato se complementa con otro dato, tan importante como el primero y
es la Presencia real de ese Cristo resucitado en la Sagrada Eucaristía: es
decir, si debemos comunicar al mundo que la piedra del Santo Sepulcro está vacía
porque Cristo ha resucitado, también debemos comunicar al mundo que la piedra
del Sagrario está ocupada porque Cristo resucitado la ocupa, porque el Cristo
glorioso y resucitado ocupa, con su Cuerpo glorioso y resucitado, el Santo
Sagrario. Si en el Santo Sepulcro estaba el Cuerpo muerto y frío de Jesús,
ahora, en la piedra del Altar Eucarístico se encuentra, en la Hostia
Consagrada, el Cuerpo glorioso, vivo y resucitado, de Jesús Eucaristía.
“El sepulcro estaba vacío (…)
Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó”. Si el hecho de que el Apóstol Juan viera
el Sepulcro vacío fue motivo para que el Espíritu Santo lo iluminara y le
concediera la luz de la fe en Jesús resucitado, entonces para el bautizado, ver
la piedra del Altar Eucarístico, en donde se encuentra el Cuerpo glorioso de
Jesús resucitado en la Eucaristía, también es motivo de iluminación por parte
del Espíritu para creer.
Es por esto que decimos que a la asombrosa noticia del sepulcro vacío por
la Resurrección de Cristo, se le agrega una noticia aún más asombrosa,
imposible siquiera de ser imaginada y es la alegre noticia que
Ésta es la alegre noticia que
La luz de Cristo glorioso y Resucitado, la luz del Cristo Pascual, es
la misma luz del Cristo Eucarístico, porque el Cristo Eucarístico es el mismo
Cristo Resucitado, y Cristo, resucitado en
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