domingo, 20 de abril de 2025

Domingo de Resurrección

 


(Domingo de Resurrección - Ciclo C - 2025)

“…el sepulcro estaba vacío…” (cfr. Jn 20, 1-9). Pasadas las primeras horas del Domingo de Resurrección, el sepulcro que hasta hace poco alojaba al Cuerpo muerto de Jesús, ahora está vacío; la fría loza de piedra ha quedado vacía, el Cuerpo de Jesús ya no yace más tendido ahí. Hasta horas antes, el sepulcro alojaba al Cuerpo muerto y frío de Jesús y el frío de la piedra de la loza se confundía con el frío del Cuerpo sin vida de Jesús. Frente a la muerte, frente al frío y a la descomposición de la muerte, que se hacía presente descomponiendo la materia orgánica y comenzando a emitir nauseabundos olores, los judíos hacían frente a la muerte con los aromas de los perfumes y para ello tenían la costumbre de envolver el cadáver con lienzos y ungirlo con perfumes aromáticos, de manera de ocultar, al menos de una manera lo más aparente posible, el fenómeno inevitable de la descomposición del cadáver y es esto lo que las Santas mujeres de Jerusalén van a hacer el Domingo de Resurrección, cuando se dan con la escena de la piedra de la entrada corrida y con el sepulcro vacío.

Es decir, nadie y tampoco entre los discípulos de Jesús, se imaginaba que no serían necesarios los lienzos y los perfumes aromáticos; nadie se imaginaba que los ritos de los judíos destinados a enmascarar la muerte ya no serían, en adelante, nunca más necesarios, porque Jesús había resucitado, Jesús había vencido a la muerte para siempre, la muerte había sido derrotada por el Dios de la Vida, por el Dios Viviente y Él, que estaba muerto, ahora estaba Vivo y vivía para siempre, para no morir jamás, para no morir nunca jamás. Nadie imaginaba que nunca jamás iban a necesitar los ritos de la muerte, los aromas del sepulcro, porque un nuevo aroma, el aroma de la gloria de Jesús, el Dios de la Vida, que es la Vida Increada y Fuente de toda vida creada, ahora inunda toda la tierra con su exquisito aroma de vida divina. Si Jesús estaba muerto en el sepulcro era solo porque Él, el propio Jesús, había permitido que le quitaran la vida o mejor dicho, había entregado su Vida para que, muriendo en la Cruz, su muerte nos diera la vida eterna a nosotros, que vivíamos en la muerte del pecado y así, recibiendo su vida, muriésemos a la vida de pecado, para vivir a la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los hijos de la Resurrección, la vida de los hijos de la luz. Jesús permite que le sea quitada su vida en la Cruz porque es Él mismo Quien luego, con su propio poder divino, vuelve a infundir, en su Cuerpo muerto y frío, tendido en el sepulcro, el aliento vital de vida divina y eterna que fluye como de su fuente inagotable de su Corazón de Hombre-Dios. Cuando Jesús da la vida a su Cuerpo muerto en la fría loza del sepulcro, da así cumplimiento a su Palabra: “Yo doy la Vida eterna” y puede dar la Vida eterna porque Él es la eternidad en Sí misma, es la eternidad en Persona.

“El sepulcro estaba vacío”. El Padre y el Hijo envían al Espíritu de Vida eterna para dar vida al Cuerpo muerto de Jesús, repitiendo así el milagro que el Espíritu hiciera en el seno virgen de María, al donar la vida divina del Hijo de Dios a la naturaleza humana de Jesús concebida virginalmente en el seno virginal de María. El milagro del Domingo de Resurrección no se limita sin embargo al día histórico de la Resurrección, sino que en el misterio de los tiempos, se prolonga hasta alcanzar todos los días de la historia humana: así como en el sepulcro tomó vida por el Espíritu Santo el Cuerpo inerte de Jesús, así en el Altar Eucarístico, por el Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo en la consagración, toma vida la materia inerte del pan y el vino para convertirse en el Cuerpo glorioso de Cristo resucitado en la Sagrada Eucaristía. En otras palabras, el milagro del Domingo de Resurrección se prolonga en el milagro del Domingo, Dominus, Día del Señor Resucitado, día que debe su sobrenatural claridad a la luz que brota del Sol Eterno que es Jesús resucitado y glorioso en la Eucaristía.

“El sepulcro estaba vacío”. El dato central del catolicismo es que Cristo ha resucitado[1] y es este dato el que tenemos que transmitir a los hombres de nuestro tiempo. Pero este dato se complementa con otro dato, tan importante como el primero y es la Presencia real de ese Cristo resucitado en la Sagrada Eucaristía: es decir, si debemos comunicar al mundo que la piedra del Santo Sepulcro está vacía porque Cristo ha resucitado, también debemos comunicar al mundo que la piedra del Sagrario está ocupada porque Cristo resucitado la ocupa, porque el Cristo glorioso y resucitado ocupa, con su Cuerpo glorioso y resucitado, el Santo Sagrario. Si en el Santo Sepulcro estaba el Cuerpo muerto y frío de Jesús, ahora, en la piedra del Altar Eucarístico se encuentra, en la Hostia Consagrada, el Cuerpo glorioso, vivo y resucitado, de Jesús Eucaristía.

El sepulcro estaba vacío (…) Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó. Si el hecho de que el Apóstol Juan viera el Sepulcro vacío fue motivo para que el Espíritu Santo lo iluminara y le concediera la luz de la fe en Jesús resucitado, entonces para el bautizado, ver la piedra del Altar Eucarístico, en donde se encuentra el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado en la Eucaristía, también es motivo de iluminación por parte del Espíritu para creer.

Es por esto que decimos que a la asombrosa noticia del sepulcro vacío por la Resurrección de Cristo, se le agrega una noticia aún más asombrosa, imposible siquiera de ser imaginada y es la alegre noticia que la Iglesia anuncia a los hombres de todos los tiempos, la Presencia real de Cristo en la Eucaristía y es esto lo que debemos transmitir a los hombres: “La piedra del sepulcro estaba vacía, pero alegrémonos con alegría sobrenatural, porque la piedra del altar está ocupada con el cuerpo glorioso y resucitado de Cristo Eucaristía”. Esto explica que si la nota dominante en Cuaresma y en Viernes y Sábado Santo eran la tristeza por la Pasión y muerte en cruz, y la oscuridad, por el triunfo de las tinieblas, en Pascua, en el Domingo de Resurrección, resaltan por el contrario la alegría de la resurrección y el esplendor de la luz divina que, surgiendo de la losa del sepulcro, resplandece con brillo celestial e invisible en la Eucaristía, para iluminar al alma que recibe a Jesús.

Ésta es la alegre noticia que la Iglesia debe anunciar, como lo hicieron las mujeres piadosas, a un mundo vacío de fe y de amor: la piedra del sepulcro está vacía y en la piedra del altar está, vivo, resucitado y glorioso, Jesús Eucaristía.

La luz de Cristo glorioso y Resucitado, la luz del Cristo Pascual, es la misma luz del Cristo Eucarístico, porque el Cristo Eucarístico es el mismo Cristo Resucitado, y Cristo, resucitado en la Eucaristía, es la luz de Dios que alumbra al mundo, anunciando el fin de las tinieblas y el inicio del Día sin ocaso de Dios Trino, el Domingo, el “Dominus”, el Día del Señor Jesús.

 



[1] Cfr. Benedicto XVI, L’Osservatore Romano, …


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