viernes, 18 de abril de 2025

Sábado Santo y Vigilia Pascual

 



(Ciclo B – 2025)

“A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé fueron al sepulcro (…) vieron que la piedra había sido corrida (…) Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí” (cfr. Mc 16, 1-7). El Domingo a la madrugada las santas mujeres de Jerusalén se dirigen al sepulcro con perfumes para ungir el Cuerpo –que ellas suponen muerto- de Jesús. Cuando llegan, se dan cuenta de que la piedra que sirve de puerta de entrada ha sido movida de su lugar; al asomarse al interior del sepulcro, un ángel les anuncia que Aquel al que ellas buscan, Jesús de Nazareth, no está en el sepulcro, porque “ha resucitado”.

Es decir, mientras las mujeres santas de Jerusalén acuden al sepulcro esperando el encuentro con un Jesús tendido en la fría loza del sepulcro; mientras ellas esperan encontrarse con una escena de dolor, desolación, oscuridad, en el que predominan la frialdad y el silencio de la muerte, la escena con la que se encuentran es totalmente distinta: se encuentran con algo que ni siquiera podrían haber imaginado, se encuentran con la puerta del sepulcro abierta, se encuentran con un sepulcro abierto, iluminado, por el que ingresa la luz del sol, al haber sido corrida la piedra que cerraba la entrada; sobre todo, encuentran un sepulcro vacío, pero no porque el cadáver de Jesús haya sido trasladado, sino porque Jesús, como les dice el ángel, “ha resucitado”, ha vuelto a la vida, estaba muerto y ahora vive y todavía más, vive con la vida que tenía antes de la Encarnación, vive con la vida de la gloria del Ser divino trinitario, vive con su Cuerpo y su Alma glorificados y así vivo y glorificado, vive para siempre, para no morir nunca jamás. Jesús ha resucitado y ha vencido a la muerte, al pecado y al infierno y es con este panorama, con esta escena, con lo que se encuentran las Santas mujeres de Jerusalén. Las Santas mujeres de Jerusalén iban en busca del Cuerpo muerto de Jesús, para ungirlo con perfumes y en cambio se encuentran con la alegre noticia de que el Cuerpo de Jesús no está muerto sino vivo, resplandeciente, glorioso, emanando el fragante y exquisito perfume de la gloria de Dios.

Jesús resucita gloriosamente el Domingo de Resurrección, tal como lo había prometido, regresando a una vida infinitamente más gloriosa que la vida terrena que tenía antes de resucitar; resucita con un Cuerpo y un Alma glorificados con la gloria del Ser divino trinitario, con la misma gloria que Él poseía, como Hijo Eterno del Padre, desde toda la eternidad. Ahora bien, este hecho de su resurrección, si bien es una resurrección suya personal, que corona de manera magnífica su misterio pascual, no se detiene de ninguna manera en Jesús, sino que se extiende a toda la humanidad porque a partir de la Resurrección de Jesús, toda la humanidad está llamada, a partir de ahora, a participar de esta gloriosa Resurrección: el único requisito es aceptar a Jesucristo como el Único Rey y Señor y Salvador y Redentor de la humanidad. Que Jesús haya resucitado significa para los hombres que la gloria de la Trinidad, brotando del Acto de Ser divino trinitario de Jesús -Acto de Ser divino unido a su Cuerpo muerto y a su Alma puesto que la divinidad no se separó ni del Cuerpo ni del Alma de Jesús y esa es la razón por la cual el Cuerpo no se descompuso y el Alma bajó al Limbo de los Justos-, invade el Cuerpo sin vida de Jesús y, a medida que lo invade –brotando del Corazón de Jesús, la luz de la gloria divina se esparce por todo el Cuerpo en una fracción de segundo-, lo llena de la gloria, de la luz y de la vida de Dios y así lo plenifica con la vida divina trinitaria, regresándolo a la vida, pero no a la simple vida terrena, sino a la vida divina, a la vida de la gloria del ser divino trinitario y esa es la razón por la cual el Cuerpo y el Alma de Jesús resucitado resplandecen con la luz de la gloria divina, tal como resplandecen en la Epifanía y en el Monte Tabor. Que Jesús haya resucitado significa no solo que el proceso de rigidez cadavérica se haya detenido en el Cuerpo, al estar éste separado del Alma, sino que el Alma, unida a la Divinidad, se une al Cuerpo, en el cual está también la Divinidad, produciéndose así un hecho inverso al de la muerte, esto es, la reunificación del Cuerpo y del Alma -en la muerte se produce la separación irreversible del cuerpo y del alma, aquí, se unen el Cuerpo y el Alma de Jesús, por mandato de la Divinidad- y como los dos están inhabitados por la vida y la gloria de la Trinidad, la gloria de Dios Trino, que es Luz Eterna, esta gloria resplandece a través del Cuerpo glorificado de Jesús y así Jesús resucitado y glorificado aparece luminoso a los ojos de su Madre y de sus discípulos. Como dijimos, con la reunificación del Alma y del Cuerpo de Jesús de Nazareth por mandato del Ser trinitario divino Jesús regresa a la vida pero no la vida natural de la naturaleza humana, la vida que tenía antes de la Resurrección, sino a una vida distinta, la vida divina de la gloria de Dios Uno y Trino. Y puesto que la gloria de Dios es luz y la luz de Dios es vida, el Cuerpo resucitado de Jesús resplandece con la luz de la gloria divina trinitaria iluminando con su divino resplandor el Santo Sepulcro y el Domingo de Resurrección y, por su intermedio, a todo día Domingo que habrá de existir hasta el fin del tiempo y así todo día Domingo, independientemente del tiempo climatológico, resplandece con la luz del Sol Eterno que es Cristo Resucitado en la Eucaristía. Jesús, con su Cuerpo glorioso y lleno de la vida de Dios Trino, comunica de esa vida divina a quien ilumina: esto es lo que explica la reacción de todos los discípulos a los que Jesús resucitado se les aparece: todos pasan de la natural y lógica tristeza humana por el dolor de la crucifixión a la alegría sobrenatural y celestial de ver a Jesús resucitado el Domingo de Resurrección; todos pasan del desconocimiento de Jesús, a reconocerlo como a Jesús resucitado; todos pasan de la vida natural, a comenzar a vivir la vida de la gracia que se irradia de Jesús. La Resurrección de Jesús es mucho más que detención del proceso natural de muerte y mucho más que simplemente regresar a esta vida para continuar viviendo con esta vida natural y humana, como sucedió en la resurrección de Lázaro: implica volver a la vida desde la muerte, pero para comenzar a vivir con una vida nueva, que no es la humana, sino la vida divina, la vida de la gracia, la vida misma de Dios Uno y Trino, la vida que nos comunican los Santos Sacramentos de la Iglesia Católica y esa es la alegre noticia que como católicos debemos comunicar al mundo.

“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. Muchos católicos, dentro de la Iglesia, al igual que las santas mujeres antes de llegar al sepulcro, que buscaban a un Jesús muerto, viven y se comportan como si Jesús no hubiera resucitado, como si Jesús todavía estuviera muerto, tendido en la fría loza del sepulcro, sin vida. Y esto se demuestra porque muchos cristianos viven, en la vida cotidiana, la vida de todos los días, como si Jesús no existiera, muchos viven como si Jesús estuviera muerto, como si Jesús fuera un personaje del pasado, sin vida, como si en realidad no hubiera resucitado, como si no estuviera vivo y glorioso y resucitado en la Eucaristía: en el fondo de sus corazones, no creen que Jesús haya resucitado y ésa es la razón por la cual no viven según sus Mandamientos y no acuden el Domingo a recibir su Cuerpo glorioso en la Eucaristía y por ese motivo, sin la vida de Cristo en sus almas, no dan testimonio de ser cristianos, perdiendo la Iglesia todo tipo de influencia moral y espiritual en la vida civil, moral y espiritual de las naciones.

Pero no es así: Jesús ha resucitado y el sepulcro oscuro y frío del Viernes y Sábado Santo, se iluminó con la luz de su gloria divina el Domingo de Resurrección, llenando la tierra con un soplo de vida nueva, la vida del Espíritu de Dios; Jesús ha resucitado, ha dejado vacío el Santo Sepulcro, para ocupar el Santo Sagrario; ha vivificado su Cuerpo y su Alma el Domingo de Resurrección, para que lo recibamos el Domingo en la Santa Misa, por la Sagrada Eucaristía, porque el mismo Jesús que resucitó el Domingo de Resurrección, es el mismo Jesús que está, vivo, glorioso y resucitado, en la Sagrada Eucaristía. Ésta es la alegre noticia que los católicos debemos transmitir al mundo, la misma noticia que las mujeres santas de Jerusalén recibieron de labios del ángel: Jesús ha resucitado, su Cuerpo muerto ya no está en el sepulcro, porque su Cuerpo vivo y glorioso vive con la vida de Dios en la Hostia Consagrada; ya no está en el Santo Sepulcro, para estar en el Santo Sagrario. A diferencia de las mujeres santas de Jerusalén, nosotros tenemos que comunicar al mundo –con obras de misericordia y caridad y no tanto con palabras- no solo que el Cuerpo muerto de Jesús ya no está en el sepulcro, sino que el sepulcro está vacío porque el Cuerpo vivo, glorioso y resucitado de Jesús está en la Eucaristía, en el sagrario. Como cristianos, no podemos anunciar solamente que Jesús ha resucitado y que ha dejado vacío el sepulcro, sino que con su Cuerpo glorificado ocupa un lugar, el sagrario, porque está vivo y glorioso en la Eucaristía. Éste es el alegre mensaje, la alegre noticia, que el mundo espera recibir de nosotros, los cristianos: Cristo ha resucitado y con su Cuerpo glorioso está en la Eucaristía.

 


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