(Ciclo B – 2025)
“A la madrugada del primer día de la semana, cuando
salía el sol, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé fueron al
sepulcro (…) vieron que la piedra había sido corrida (…) Al entrar al sepulcro,
vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas
quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de
Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí” (cfr. Mc 16, 1-7). El Domingo a la madrugada las
santas mujeres de Jerusalén se dirigen al sepulcro con perfumes para ungir el
Cuerpo –que ellas suponen muerto- de Jesús. Cuando llegan, se dan cuenta de que
la piedra que sirve de puerta de entrada ha sido movida de su lugar; al
asomarse al interior del sepulcro, un ángel les anuncia que Aquel al que ellas
buscan, Jesús de Nazareth, no está en el sepulcro, porque “ha resucitado”.
Es decir, mientras las mujeres santas de Jerusalén
acuden al sepulcro esperando el encuentro con un Jesús tendido en la fría loza
del sepulcro; mientras ellas esperan encontrarse con una escena de dolor, desolación,
oscuridad, en el que predominan la frialdad y el silencio de la muerte, la
escena con la que se encuentran es totalmente distinta: se encuentran con algo
que ni siquiera podrían haber imaginado, se encuentran con la puerta del
sepulcro abierta, se encuentran con un sepulcro abierto, iluminado, por el que
ingresa la luz del sol, al haber sido corrida la piedra que cerraba la entrada;
sobre todo, encuentran un sepulcro vacío, pero no porque el cadáver de Jesús
haya sido trasladado, sino porque Jesús, como les dice el ángel, “ha resucitado”,
ha vuelto a la vida, estaba muerto y ahora vive y todavía más, vive con la vida
que tenía antes de la Encarnación, vive con la vida de la gloria del Ser divino
trinitario, vive con su Cuerpo y su Alma glorificados y así vivo y glorificado,
vive para siempre, para no morir nunca jamás. Jesús ha resucitado y ha vencido
a la muerte, al pecado y al infierno y es con este panorama, con esta escena,
con lo que se encuentran las Santas mujeres de Jerusalén. Las Santas mujeres de
Jerusalén iban en busca del Cuerpo muerto de Jesús, para ungirlo con perfumes y
en cambio se encuentran con la alegre noticia de que el Cuerpo de Jesús no está
muerto sino vivo, resplandeciente, glorioso, emanando el fragante y exquisito
perfume de la gloria de Dios.
Jesús resucita gloriosamente el Domingo de Resurrección,
tal como lo había prometido, regresando a una vida infinitamente más gloriosa
que la vida terrena que tenía antes de resucitar; resucita con un Cuerpo y un Alma
glorificados con la gloria del Ser divino trinitario, con la misma gloria que
Él poseía, como Hijo Eterno del Padre, desde toda la eternidad. Ahora bien,
este hecho de su resurrección, si bien es una resurrección suya personal, que
corona de manera magnífica su misterio pascual, no se detiene de ninguna manera
en Jesús, sino que se extiende a toda la humanidad porque a partir de la
Resurrección de Jesús, toda la humanidad está llamada, a partir de ahora, a
participar de esta gloriosa Resurrección: el único requisito es aceptar a
Jesucristo como el Único Rey y Señor y Salvador y Redentor de la humanidad. Que
Jesús haya resucitado significa para los hombres que la gloria de la Trinidad,
brotando del Acto de Ser divino trinitario de Jesús -Acto de Ser divino unido a
su Cuerpo muerto y a su Alma puesto que la divinidad no se separó ni del Cuerpo
ni del Alma de Jesús y esa es la razón por la cual el Cuerpo no se descompuso y
el Alma bajó al Limbo de los Justos-, invade el Cuerpo sin vida de Jesús y, a
medida que lo invade –brotando del Corazón de Jesús, la luz de la gloria divina
se esparce por todo el Cuerpo en una fracción de segundo-, lo llena de la
gloria, de la luz y de la vida de Dios y así lo plenifica con la vida divina
trinitaria, regresándolo a la vida, pero no a la simple vida terrena, sino a la
vida divina, a la vida de la gloria del ser divino trinitario y esa es la razón
por la cual el Cuerpo y el Alma de Jesús resucitado resplandecen con la luz de
la gloria divina, tal como resplandecen en la Epifanía y en el Monte Tabor. Que
Jesús haya resucitado significa no solo que el proceso de rigidez cadavérica se
haya detenido en el Cuerpo, al estar éste separado del Alma, sino que el Alma,
unida a la Divinidad, se une al Cuerpo, en el cual está también la Divinidad,
produciéndose así un hecho inverso al de la muerte, esto es, la reunificación
del Cuerpo y del Alma -en la muerte se produce la separación irreversible del cuerpo
y del alma, aquí, se unen el Cuerpo y el Alma de Jesús, por mandato de la
Divinidad- y como los dos están inhabitados por la vida y la gloria de la
Trinidad, la gloria de Dios Trino, que es Luz Eterna, esta gloria resplandece a
través del Cuerpo glorificado de Jesús y así Jesús resucitado y glorificado
aparece luminoso a los ojos de su Madre y de sus discípulos. Como dijimos, con la
reunificación del Alma y del Cuerpo de Jesús de Nazareth por mandato del Ser
trinitario divino Jesús regresa a la vida pero no la vida natural de la
naturaleza humana, la vida que tenía antes de la Resurrección, sino a una vida
distinta, la vida divina de la gloria de Dios Uno y Trino. Y puesto que la
gloria de Dios es luz y la luz de Dios es vida, el Cuerpo resucitado de Jesús
resplandece con la luz de la gloria divina trinitaria iluminando con su divino
resplandor el Santo Sepulcro y el Domingo de Resurrección y, por su intermedio,
a todo día Domingo que habrá de existir hasta el fin del tiempo y así todo día
Domingo, independientemente del tiempo climatológico, resplandece con la luz
del Sol Eterno que es Cristo Resucitado en la Eucaristía. Jesús, con su Cuerpo
glorioso y lleno de la vida de Dios Trino, comunica de esa vida divina a quien
ilumina: esto es lo que explica la reacción de todos los discípulos a los que
Jesús resucitado se les aparece: todos pasan de la natural y lógica tristeza
humana por el dolor de la crucifixión a la alegría sobrenatural y celestial de
ver a Jesús resucitado el Domingo de Resurrección; todos pasan del
desconocimiento de Jesús, a reconocerlo como a Jesús resucitado; todos pasan de
la vida natural, a comenzar a vivir la vida de la gracia que se irradia de
Jesús. La Resurrección de Jesús es mucho más que detención del proceso natural de
muerte y mucho más que simplemente regresar a esta vida para continuar viviendo
con esta vida natural y humana, como sucedió en la resurrección de Lázaro:
implica volver a la vida desde la muerte, pero para comenzar a vivir con una
vida nueva, que no es la humana, sino la vida divina, la vida de la gracia, la
vida misma de Dios Uno y Trino, la vida que nos comunican los Santos
Sacramentos de la Iglesia Católica y esa es la alegre noticia que como
católicos debemos comunicar al mundo.
“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el
Crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. Muchos católicos, dentro de la
Iglesia, al igual que las santas mujeres antes de llegar al sepulcro, que
buscaban a un Jesús muerto, viven y se comportan como si Jesús no hubiera
resucitado, como si Jesús todavía estuviera muerto, tendido en la fría loza del
sepulcro, sin vida. Y esto se demuestra porque muchos cristianos viven, en la
vida cotidiana, la vida de todos los días, como si Jesús no existiera, muchos
viven como si Jesús estuviera muerto, como si Jesús fuera un personaje del
pasado, sin vida, como si en realidad no hubiera resucitado, como si no
estuviera vivo y glorioso y resucitado en la Eucaristía: en el fondo de sus
corazones, no creen que Jesús haya resucitado y ésa es la razón por la cual no
viven según sus Mandamientos y no acuden el Domingo a recibir su Cuerpo
glorioso en la Eucaristía y por ese motivo, sin la vida de Cristo en sus almas,
no dan testimonio de ser cristianos, perdiendo la Iglesia todo tipo de
influencia moral y espiritual en la vida civil, moral y espiritual de las
naciones.
Pero no es así: Jesús ha resucitado y el sepulcro
oscuro y frío del Viernes y Sábado Santo, se iluminó con la luz de su gloria
divina el Domingo de Resurrección, llenando la tierra con un soplo de vida
nueva, la vida del Espíritu de Dios; Jesús ha resucitado, ha dejado vacío el Santo
Sepulcro, para ocupar el Santo Sagrario; ha vivificado su Cuerpo y su Alma el
Domingo de Resurrección, para que lo recibamos el Domingo en la Santa Misa, por
la Sagrada Eucaristía, porque el mismo Jesús que resucitó el Domingo de Resurrección,
es el mismo Jesús que está, vivo, glorioso y resucitado, en la Sagrada Eucaristía.
Ésta es la alegre noticia que los católicos debemos transmitir al mundo, la
misma noticia que las mujeres santas de Jerusalén recibieron de labios del
ángel: Jesús ha resucitado, su Cuerpo muerto ya no está en el sepulcro, porque
su Cuerpo vivo y glorioso vive con la vida de Dios en la Hostia Consagrada; ya
no está en el Santo Sepulcro, para estar en el Santo Sagrario. A diferencia de
las mujeres santas de Jerusalén, nosotros tenemos que comunicar al mundo –con
obras de misericordia y caridad y no tanto con palabras- no solo que el Cuerpo
muerto de Jesús ya no está en el sepulcro, sino que el sepulcro está vacío
porque el Cuerpo vivo, glorioso y resucitado de Jesús está en la Eucaristía, en
el sagrario. Como cristianos, no podemos anunciar solamente que Jesús ha
resucitado y que ha dejado vacío el sepulcro, sino que con su Cuerpo glorificado
ocupa un lugar, el sagrario, porque está vivo y glorioso en la Eucaristía. Éste
es el alegre mensaje, la alegre noticia, que el mundo espera recibir de
nosotros, los cristianos: Cristo ha resucitado y con su Cuerpo glorioso está en
la Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario