viernes, 18 de abril de 2025

Viernes Santo

 



Viernes Santo

(Ciclo C – 2025)

         El Viernes Santo y luego de un juicio inicuo y de una injusta condena a muerte, Nuestro Señor Jesucristo es finalmente crucificado en el Monte Calvario. De esta manera el Viernes Santo representa el triunfo, al menos aparente, del Infierno sobre Dios y sus planes de salvación, porque Aquel que muere en la Cruz es Quien debía salvar a los hombres y ahora, el que debía salvarlos a todos, el que debía darles vida, está muerto en la Cruz. El Viernes Santo es el momento de máxima debilidad para la Iglesia, para la humanidad y el momento de mayor dolor para la Madre de Dios. Es el momento de máxima debilidad para la Iglesia, porque habiendo nacido el Jueves Santo con los Sacramentos del Orden y de la Eucaristía, contempla con dolor que su Fundador yace muerto en la Cruz y que la gran mayoría de los integrantes de la Nueva Iglesia se han dispersado o están paralizados por el miedo. Es también el momento más trágico para toda la humanidad, porque Aquel que era la esperanza para los hombres, el que se llamaba a Sí mismo “Luz del mundo” y “Camino, Verdad y Vida”, ahora ha apagado su Luz, el Camino parece haberse extraviado, la Verdad no se encuentra y la Vida se ha cambiado en muerte, de manera que no parece haber ninguna esperanza para la humanidad que yace “en tinieblas y en sombras de muerte”, las tinieblas del error, de la ignorancia, de la mentira, del pecado y de la muerte, y las tinieblas del infierno, siniestras tinieblas vivas que parecen haber obtenido su triunfo más resonante.

         Para la Madre de Dios, la Virgen, representa el Viernes Santo el momento del máximo dolor, porque ve morir al Hijo de su Corazón y es tanto el dolor que experimenta que le parece morir aun estando viva. Para la Virgen el Viernes Santo es el día más negro y triste; es el Día de los Dolores, en el que se origina el Dolor de todos los Dolores, porque no hay dolor más grande que ver a su Hijo muerto en la Cruz.

Tanto para la Iglesia naciente como para la humanidad toda, el Viernes Santo es el día de luto, de duelo, de tristeza, de amargura, de llanto, de pena, de aflicción, de abundantes lágrimas, de dolor, de desconsuelo, porque el Rey pacífico, el Redentor, ha muerto en la Cruz, y por eso, se les aplica este pasaje del libro de las Lamentaciones: “Jerusalén, levántate y despójate de tus vestidos de gloria; vístete de luto y de aflicción. Porque en ti ha sido ajusticiado el Salvador de Israel. Derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; que no descansen tus ojos” (2, 18).

El Viernes Santo es un día de derrota para los sacerdotes ministeriales, para los fieles laicos, y para la Iglesia toda, porque la muerte de Cristo en la Cruz significa el triunfo de las tinieblas vivientes; es el Día de los dolores, es el Día de la máxima tristeza; es el Día del lamento; es el Día de la pena y del llanto, porque el Sumo Sacerdote, el Sumo Pastor y Pastor Eterno, el Pastor de las ovejas, Cristo Jesús, ha muerto crucificado, y debido a que su muerte significa el triunfo al menos aparente del pecado sobre la gracia y del odio del Príncipe de las tinieblas sobre el Amor de Dios Trino, parece en este Día Negro no haber ninguna posibilidad de salvación para los hombres.

Es tanta la tristeza de este día que la Iglesia quiere significarla exteriormente por signos litúrgicos, como así también la tragedia que para Ella significa, y esto lo hace ocultando con velos morados, símbolo de penitencia, las imágenes sagradas, para significar que el pecado, nacido del corazón del hombre, posee una enorme fuerza destructora, capaz de romper la comunión del hombre con Dios; el otro elemento con el cual la Iglesia expresa su dolor y luto, es la suspensión del Santo Sacrificio del altar: el Viernes Santo es el único día del año en el que no se confecciona el Santísimo Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía; es el único día del año en el que no se celebra la Santa Misa, renovación sacramental del Sacrificio de la Cruz, en señal del triunfo aparente de las tinieblas del infierno que han logrado, en complicidad con la malicia del corazón humano, dar muerte de Cruz al Sumo Sacerdote y Redentor, el Hombre-Dios Jesucristo. Hay dos expresiones litúrgicas con las cuales la Santa Iglesia Católica expresa la participación real, por el misterio de la liturgia, al Viernes Santo de hace dos mil años, en el que moría Cristo en la Cruz y estas son: la postración que hace el sacerdote ministerial, delante del altar vacío, y el hecho de no celebrar la Santa Misa. El sacerdote ministerial se echa por tierra, queda abatido, en señal de luto y dolor por la muerte del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo en la Cruz, porque Jesucristo es el fundamento del sacerdocio ministerial y si Él ha muerto, entonces el sacerdocio ministerial y los sacerdotes ministerial han sido derrotados y abatidos y han perdido todo su poder sacerdotal y es eso lo que se significa con la postración.

Todo en el Viernes Santo indica el profundo dolor y el estado de desolación y abatimiento espiritual de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y Esposa del Cordero: se suspende y no se celebra el Santo Sacrificio del Altar, el Supremo Sacrificio Eucarístico; el Sacerdocio Ministerial, Representación del Sumo Sacerdote Jesucristo en la tierra, yace abatido y postrado por tierra; las imágenes están cubiertas en señal de duelo y dolor; todo esto expresa el inmenso dolor que embarga a la Esposa del Cordero el Viernes Santo, el Día de la Muerte de su Esposo, Autor de la vida y Vida Increada misma, Cristo Jesús.

Por el contrario, para el mundo, el Viernes Santo representa un día de malsana alegría y de infernales risotadas, porque ha sido quitado de en medio Aquel que con su Luz Eterna disipaba las tinieblas del Infierno y ahora estas tinieblas se esparcen y se difunden sin control sobre el mundo y sobre las almas y así convierten la Semana Santa, de Semana Sagrada, en semana de vacaciones, diversiones y turismo, en donde se da rienda suelta a las ofensas a Dios y a su Mesías el Cristo.

Sin embargo, en medio de tanta desolación y de tanto dolor, brilla una Estrella en la noche del dolor y esa Estrella es la Estrella de la mañana, la Aurora de la mañana, María Santísima, quien al igual que la Aurora brilla con particular esplendor, anunciando la pronta llegada del sol, así la Virgen, Estrella de la mañana, amanece en el cielo de la esperanza de la Iglesia, para darnos ánimo y fortalecernos en la fe en la pronta Resurrección de su Hijo Jesús, el Domingo de Resurrección. Así como la Estrella de la mañana anuncia el fin de la noche y la llegada del sol y del nuevo día, así María Santísima al pie de la Cruz, con su fe inquebrantable en la Resurrección de su Hijo Jesús, nos anuncia el fin de la noche del dolor del Calvario y la llegada del sol del Nuevo Día del Domingo de Resurrección.

Cristo, su Hijo, el Redentor, ha muerto en la Cruz, pero Ella, la Co-Redentora, sigue viva, y habrá de ser, según la Tradición, la Primera a la cual se le aparecerá Jesús resucitado; la Virgen será la Primera en ser testigo del triunfo victorioso de su Hijo Jesús sobre la muerte, el infierno y el pecado, y Ella lo sabe, y por eso, en su dolor inmenso, no hay ni la más mínima sombra de desesperación, sino serenidad, fe, confianza, y alegría, alegría que será desbordante el Domingo de Resurrección y es esa alegría la que nos transmite a nosotros, como Iglesia, aun en medio del dolor del Viernes Santo.

Pero hoy, Viernes Santo, la Virgen de los Dolores llora en silencio, con su Inmaculado Corazón estrujado por el dolor agudísimo, más intenso que siete espadas de doble filo, el dolor causado por la muerte del Hijo de su Amor.

 

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