Viernes
Santo
(Ciclo C – 2025)
El Viernes Santo y luego de un juicio
inicuo y de una injusta condena a muerte, Nuestro Señor Jesucristo es
finalmente crucificado en el Monte Calvario. De esta manera el Viernes Santo
representa el triunfo, al menos aparente, del Infierno sobre Dios y sus planes
de salvación, porque Aquel que muere en la Cruz es Quien debía salvar a los
hombres y ahora, el que debía salvarlos a todos, el que debía darles vida, está
muerto en la Cruz. El Viernes Santo es el momento de máxima debilidad para la
Iglesia, para la humanidad y el momento de mayor dolor para la Madre de Dios. Es
el momento de máxima debilidad para la Iglesia, porque habiendo nacido el
Jueves Santo con los Sacramentos del Orden y de la Eucaristía, contempla con
dolor que su Fundador yace muerto en la Cruz y que la gran mayoría de los
integrantes de la Nueva Iglesia se han dispersado o están paralizados por el
miedo. Es también el momento más trágico para toda la humanidad, porque Aquel
que era la esperanza para los hombres, el que se llamaba a Sí mismo “Luz del
mundo” y “Camino, Verdad y Vida”, ahora ha apagado su Luz, el Camino parece
haberse extraviado, la Verdad no se encuentra y la Vida se ha cambiado en
muerte, de manera que no parece haber ninguna esperanza para la humanidad que
yace “en tinieblas y en sombras de muerte”, las tinieblas del error, de la
ignorancia, de la mentira, del pecado y de la muerte, y las tinieblas del
infierno, siniestras tinieblas vivas que parecen haber obtenido su triunfo más
resonante.
Para la Madre de Dios, la Virgen,
representa el Viernes Santo el momento del máximo dolor, porque ve morir al
Hijo de su Corazón y es tanto el dolor que experimenta que le parece morir aun
estando viva. Para la Virgen el Viernes Santo es el día más negro y triste; es
el Día de los Dolores, en el que se origina el Dolor de todos los Dolores, porque
no hay dolor más grande que ver a su Hijo muerto en la Cruz.
Tanto para la Iglesia naciente como para la humanidad
toda, el Viernes Santo es el día de luto, de duelo, de tristeza, de amargura,
de llanto, de pena, de aflicción, de abundantes lágrimas, de dolor, de
desconsuelo, porque el Rey pacífico, el Redentor, ha muerto en la Cruz, y por
eso, se les aplica este pasaje del libro de las Lamentaciones: “Jerusalén,
levántate y despójate de tus vestidos de gloria; vístete de luto y de
aflicción. Porque en ti ha sido ajusticiado el Salvador de Israel. Derrama
torrentes de lágrimas, de día y de noche; que no descansen tus ojos” (2, 18).
El Viernes Santo es un día de derrota para los
sacerdotes ministeriales, para los fieles laicos, y para la Iglesia toda, porque
la muerte de Cristo en la Cruz significa el triunfo de las tinieblas vivientes;
es el Día de los dolores, es el Día de la máxima tristeza; es el Día del
lamento; es el Día de la pena y del llanto, porque el Sumo Sacerdote, el Sumo Pastor
y Pastor Eterno, el Pastor de las ovejas, Cristo Jesús, ha muerto crucificado,
y debido a que su muerte significa el triunfo al menos aparente del pecado
sobre la gracia y del odio del Príncipe de las tinieblas sobre el Amor de Dios
Trino, parece en este Día Negro no haber ninguna posibilidad de salvación para
los hombres.
Es tanta la tristeza de este día que la Iglesia quiere
significarla exteriormente por signos litúrgicos, como así también la tragedia
que para Ella significa, y esto lo hace ocultando con velos morados, símbolo de
penitencia, las imágenes sagradas, para significar que el pecado, nacido del
corazón del hombre, posee una enorme fuerza destructora, capaz de romper la
comunión del hombre con Dios; el otro elemento con el cual la Iglesia expresa
su dolor y luto, es la suspensión del Santo Sacrificio del altar: el Viernes
Santo es el único día del año en el que no se confecciona el Santísimo
Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía; es el único día del año en el que no
se celebra la Santa Misa, renovación sacramental del Sacrificio de la Cruz, en
señal del triunfo aparente de las tinieblas del infierno que han logrado, en
complicidad con la malicia del corazón humano, dar muerte de Cruz al Sumo
Sacerdote y Redentor, el Hombre-Dios Jesucristo. Hay dos expresiones litúrgicas
con las cuales la Santa Iglesia Católica expresa la participación real, por el
misterio de la liturgia, al Viernes Santo de hace dos mil años, en el que moría
Cristo en la Cruz y estas son: la postración que hace el sacerdote ministerial,
delante del altar vacío, y el hecho de no celebrar la Santa Misa. El sacerdote
ministerial se echa por tierra, queda abatido, en señal de luto y dolor por la
muerte del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo en la Cruz, porque Jesucristo es
el fundamento del sacerdocio ministerial y si Él ha muerto, entonces el
sacerdocio ministerial y los sacerdotes ministerial han sido derrotados y abatidos
y han perdido todo su poder sacerdotal y es eso lo que se significa con la
postración.
Todo en el Viernes Santo indica el profundo dolor y el
estado de desolación y abatimiento espiritual de la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo y Esposa del Cordero: se suspende y no se celebra el Santo Sacrificio
del Altar, el Supremo Sacrificio Eucarístico; el Sacerdocio Ministerial,
Representación del Sumo Sacerdote Jesucristo en la tierra, yace abatido y
postrado por tierra; las imágenes están cubiertas en señal de duelo y dolor;
todo esto expresa el inmenso dolor que embarga a la Esposa del Cordero el Viernes
Santo, el Día de la Muerte de su Esposo, Autor de la vida y Vida Increada
misma, Cristo Jesús.
Por el contrario, para el mundo, el Viernes Santo
representa un día de malsana alegría y de infernales risotadas, porque ha sido
quitado de en medio Aquel que con su Luz Eterna disipaba las tinieblas del
Infierno y ahora estas tinieblas se esparcen y se difunden sin control sobre el
mundo y sobre las almas y así convierten la Semana Santa, de Semana Sagrada, en
semana de vacaciones, diversiones y turismo, en donde se da rienda suelta a las
ofensas a Dios y a su Mesías el Cristo.
Sin embargo, en medio de tanta desolación y de tanto
dolor, brilla una Estrella en la noche del dolor y esa Estrella es la Estrella
de la mañana, la Aurora de la mañana, María Santísima, quien al igual que la
Aurora brilla con particular esplendor, anunciando la pronta llegada del sol,
así la Virgen, Estrella de la mañana, amanece en el cielo de la esperanza de la
Iglesia, para darnos ánimo y fortalecernos en la fe en la pronta Resurrección
de su Hijo Jesús, el Domingo de Resurrección. Así como la Estrella de la mañana
anuncia el fin de la noche y la llegada del sol y del nuevo día, así María
Santísima al pie de la Cruz, con su fe inquebrantable en la Resurrección de su
Hijo Jesús, nos anuncia el fin de la noche del dolor del Calvario y la llegada
del sol del Nuevo Día del Domingo de Resurrección.
Cristo, su Hijo, el Redentor, ha muerto en la Cruz,
pero Ella, la Co-Redentora, sigue viva, y habrá de ser, según la Tradición, la
Primera a la cual se le aparecerá Jesús resucitado; la Virgen será la Primera
en ser testigo del triunfo victorioso de su Hijo Jesús sobre la muerte, el
infierno y el pecado, y Ella lo sabe, y por eso, en su dolor inmenso, no hay ni
la más mínima sombra de desesperación, sino serenidad, fe, confianza, y
alegría, alegría que será desbordante el Domingo de Resurrección y es esa
alegría la que nos transmite a nosotros, como Iglesia, aun en medio del dolor
del Viernes Santo.
Pero hoy, Viernes Santo, la Virgen de los Dolores llora
en silencio, con su Inmaculado Corazón estrujado por el dolor agudísimo, más
intenso que siete espadas de doble filo, el dolor causado por la muerte del
Hijo de su Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario