(Ciclo C - 2025)
“Voy a celebrar la Pascua en tu casa” (Mt 26, 14-25). Le preguntan los
discípulos a Jesús sobre el lugar donde celebrarán la Pascua y Jesús responde dándoles
la dirección de una persona anónima, diciéndoles que “vayan a la ciudad, a la
casa de tal persona”, con el siguiente mensaje: “El Señor dice: Se acerca mi
hora; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”. Es de notar que
la persona a la cual Jesús los envía, conocía y amaba a Jesús, puesto que pone
de inmediato su casa a disposición para celebrar la Pascua: “Ellos hicieron
como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua”.
Con toda licitud, podemos preguntarnos
quién es el enigmático dueño de la casa en donde se llevó a cabo el Cenáculo de
la Última Cena? Si bien no hay datos en las Escrituras sobre esta persona, sí
era una persona real, existente, de carne y hueso, de una acomodada posición
social, puesto que no era común poseer una casa con dos pisos, como la del
Cenáculo. Otro dato muy importante, además de su importante condición social,
es que esta persona era un discípulo incondicional de Jesús; era alguien que
conocía y amaba a Jesús y muy importante, alguien en quien Jesús confiaba,
puesto que Jesús tenía la confianza suficiente para pedirle la casa prestada
para celebrar la Pascua, sin temor a una denuncia a los fariseos. Es decir, es
alguien a quien Jesús ama con profundo amor de amistad; Jesús sabe que su amigo,
a pesar de los peligros que supone darle alojamiento y celebrar una Pascua que
no es la judía, no se negará a prestarle la casa para celebrar la Pascua. No cualquiera
hubiera accedido al pedido de Jesús, teniendo en cuenta el clima extremadamente
hostil por parte de los judíos, quienes habían multiplicado sus amenazas de
muerte, principalmente a Jesús, aunque también a algunos discípulos, como a Lázaro.
Jesús sabe que el amor de su amigo por Él es más fuerte que el temor a las
amenazas de muerte de los judíos y por eso confía en él y sabe que basta con
expresarle su deseo de “celebrar la Pascua” en su casa para que esa persona le
ceda inmediatamente el lugar para la Última Cena.
Ahora bien, debemos tener en cuenta el
siguiente aspecto y es que el término o concepto de “casa”, en el Evangelio, se
extrapola y se aplica al de “alma”, “persona”, “cuerpo”, haciéndolo equivalente,
como por ejemplo, “el cuerpo es templo del Espíritu”; “Estoy a la puerta y
llamo, el que me abra cenaré con él y él conmigo”; “Señor, no soy digno de que
entres en mi casa”, decimos en la Santa Misa, antes de la Comunión,
refiriéndonos a “casa” como a nuestra “alma” o “corazón”; por lo tanto, podemos
decir que el pedido de Jesús a esta persona anónima del Evangelio, es un pedido
que Jesús hace a todo hombre, en el sentido de que Él quiere “entrar en
nosotros y cenar con nosotros”: “Quiero celebrar la Pascua en tu alma, quiero
celebrar la Pascua contigo, quiero compartir contigo la Última Cena”.
Otro aspecto a tener en cuenta y que
debemos responder es qué quiere decir “celebrar la Pascua” con Jesús.
Un primer elemento a tener en cuenta es que “Celebrar
la Pascua” y la “Última Cena” con Jesús no es una experiencia, que pueda
decirse “alegre”, al menos no como se entiende entre los hombres, porque no se
trata de una cena más entre amigos, en donde todo es risas y despreocupación. Se
trata de una Cena Mística, es la Primera Misa de la historia, que debe
completarse aun con el Santo Sacrificio del Calvario, pero que ya comienza en
la Última Cena, con la consagración del Cuerpo y la Sangre de Cristo por parte
del mismo Cristo. Además, la “Pascua”, de Cristo es la verdadera Pascua, el verdadero
“Pésaj”, el verdadero paso de la esclavitud, pero ya no desde Egipto hasta la
Jerusalén terrena, sino desde la esclavitud del pecado a la liberación de la
gracia santificante de Jesucristo; es el “Paso” de esta vida terrena a la vida
de la gloria futura, incoada en la gracia sacramental.
“Celebrar la Pascua” con Jesús
significa unirse a Jesús en “su Hora”: cuando Jesús le pide la casa al
discípulo, le recuerda que “se acerca mi Hora”, es decir, la Hora en la que las
profecías mesiánicas como las de Isaías se cumplirán, las profecías en donde el
Mesías no es descripto como triunfante y victorioso, sino que se lo retrata
como al “Siervo sufriente de Yahvéh”, “triturado” a causa de nuestras
iniquidades, de nuestros pecados; profecías en donde el Mesías es descripto como
“Varón de dolores”, como alguien que, a causa de su Sagrado Rostro deformado
por los puñetazos, “se da vuelta el
rostro”, ante su vista, por la compasión que despierta.
“Celebrar la Pascua” con Jesús quiere
decir ver en Persona al Hijo de Dios realizar un gesto de humildad jamás vista,
que asombra a los ángeles de Dios, porque es ver al mismo Dios Creador
arrodillarse como si fuera un esclavo ante sus discípulos para lavarles los
pies, haciendo una tarea propia de esclavos y sirvientes. Así Jesús nos enseña
las virtudes de la auto-humillación, la mansedumbre y la humildad, para
practicar y así crecer en su imitación.
“Celebrar la Pascua” con Jesús, es ser
tratado por Jesús no como “siervo” sino como “amigo”, y esto porque nos dona su
Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo, que nos comunica los misteriosos y admirables
secretos acerca de Jesús y su sacrificio redentor, secretos que sólo conoce el
Padre y que nos los hace participar, porque ya no nos considera siervos, sino
amigos.
“Celebrar la Pascua” con Jesús
significa también recibir de Él el mandato del amor sobrenatural, el amor al prójimo
por amor a Dios, la caridad: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”,
que deben ser el sello distintivo de quien ama a Jesús.
“Celebrar la Pascua” con Jesús quiere
decir también participar de su “Hora”, la Hora de la Pasión, de la amargura,
del dolor, de la traición, de la tristeza infinita del Sagrado Corazón, al ver
que muchísimas almas se perderán irremediablemente porque no lo aceptarán como
Salvador, haciendo inútil su sacrificio en Cruz.
“Celebrar la Pascua” con Jesús quiere
decir ser testigos directos de la traición de Judas Iscariote, a quien Jesús había
llamado “amigo”, que había participado de la cena con Él, pero que al mismo
tiempo lo traicionó, entregándolo a sus enemigos en la sombra y vendiéndolo por
treinta monedas de plata.
“Celebrar la Pascua” quiere decir ser
testigos de la “hora de las tinieblas”, la hora en la que la Serpiente Antigua,
se infiltra en el corazón mismo de la Iglesia Naciente, el Cenáculo de la Última
Cena, logrando conquistar el alma y poseer el cuerpo de uno de sus sacerdotes,
Judas Iscariote, para arrastrarlo consigo a lo más profundo del infierno, como
medio de venganza contra Jesús, infiltración que, insidiosamente, continúa y
continuará hasta el fin de los tiempos, con ideologías gnósticas y progresistas,
que buscan arrastrar a la perdición al mayor número de bautizados posibles.
“Celebrar la Pascua” quiere decir ser también partícipe
de la tristeza que experimenta Jesús al saber que Judas se condena a pesar de
su Amor, porque Jesús ama tanto a una persona sola como a toda la humanidad, y
así su Sagrado Corazón se ve desgarrado por el dolor, al no ver correspondido
su sacrificio en Cruz y este dolor desgarrador de su Sagrado Corazón se
multiplica tantas veces como tantas son las almas que rechazan su Sangre
Preciosísima.
“Celebrar la Pascua” con Jesús quiere decir beber del
cáliz de sus amarguras y sentir sus mismas penas, y con esto significa ser
también partícipes de la redención del mundo, convirtiéndonos de esta manera en
co-rredentores junto a Jesús y María, porque por las penas y amarguras de la
Pasión Jesús salvará a toda la humanidad, a todos aquellos que deseen ser
salvados y lo acepten como Salvador.
“Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. También a
nosotros nos invita Jesús a celebrar la Pascua con Él: “Quiero celebrar la
Pascua en tu corazón, quiero que tu corazón sea el Cenáculo de la Última Cena,
para hacerte partícipe de mis tristezas y de mis agonías, para que luego
participes de mi gloria y de mi alegría. Dame tu corazón y déjame entrar, para
celebrar la Pascua contigo”.
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