(Ciclo C - 2025)
“A los pobres los tendrán siempre con
vosotros, pero a Mí no me tendrán siempre” (Jn
12, 1-11). Seis días antes de la Pascua, según relata el Evangelio, Jesús
regresa a Betania, a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro, en donde es
convidado con una cena. En un momento determinado, María -muchos autores
afirman que es María Magdalena, “de la cual había expulsado muchos demonios”-
realiza un gesto que sorprende a todos: toma un frasco de “perfume de nardo
puro, de mucho precio”, lo rompe y con él unge los pies de Jesús. Judas
Iscariote, presente en la escena, finge incomodidad ante el gesto de María
Magdalena y protesta ante Jesús, quejándose porque el perfume es de mucho valor
y usarlo como lo hizo María Magdalena, ungiendo los pies de Jesús, es un
derroche, teniendo en cuenta que ese dinero podría haber sido usado para los pobres.
Pero Jesús, lejos de reprochar la obra de María Magdalena, la aprueba diciendo:
“Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los
pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre”.
La respuesta de Jesús no solo aprueba
la obra de María, sino que al mismo tiempo desenmascara la falsa preocupación
de Judas Iscariote por los pobres: a Judas no le interesan los más necesitados;
le interesa vender el perfume, sí, para obtener mucho dinero, pero para
quedarse con el dinero, ya que, como dice el Evangelio, “era ladrón” y “robaba
lo que se ponía en la bolsa”. Jesús predicaba y vivía la pobreza y Judas
Iscariote se amparaba en esta prédica para hacerse con dinero mal habido, robando
el dinero de las arcas de la Iglesia Naciente. Judas finge amar a los pobres,
pero en realidad ama al dinero y esto porque, en su corazón, ha desplazado a
Dios y ha entronizado al dinero, haciendo ver cuán reales son las palabras de
Jesús: “No se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero, porque se amará a
uno y se aborrecerá al otro”. Judas eligió amar al dinero, las treinta monedas
de plata que le ofrecieron por la ubicación de Jesús y en su lugar, aborreció a
Dios Encarnado, Jesucristo. Pero también Jesús saca a luz las intenciones
piadosas de María Magdalena: al usar un perfume caro, muy costoso, para ungir
los pies de Jesús, María Magdalena no está cometiendo una falta contra la pobreza,
sino que cumple con el deber de piedad y de adoración que se debe a Dios y solo
a Dios, ya que, al ungir los pies de Jesús con el perfume, anticipa y profetiza
la próxima muerte de Jesús en la Cruz. Jesús entonces no solo no reprocha el
uso del perfume costoso por parte de María Magdalena, sino que lo aprueba, como
anticipo profético de su Muerte redentora, y al mismo tiempo desaprueba la
falsa solicitud de Judas Iscariote por los pobres.
De esta manera Jesús nos enseña cuál es
la verdadera pobreza de la Iglesia, al tiempo que nos previene contra las nocivas
ideologías subversivas, materialistas y progresistas, que utilizan al pobre y a
la pobreza para instrumentar a la Iglesia pervirtiéndola hacia sus fines
ideológicos anti-cristianos: no es falta de pobreza utilizar lo mejor que el
hombre pueda obtener con su industria, porque se trata del culto debido a Dios, que es
Creador, Redentor y Santificador y por eso mismo todo lo que se destina al
culto litúrgico, a la adoración eucarística, a la celebración del Santo Sacrificio
del Altar -el altar mismo, los manteles, los candelabros, los cálices, copones,
etc.-no puede ser de mala calidad, o feo o mal hecho o de mal gusto: para Dios,
para el Cordero de Dios, tiene que ser lo mejor de lo mejor, aunque sea costoso
y esto no es falta de pobreza, sino debido culto piadoso a Dios, que merece
todo lo mejor. Toda la liturgia, pero sobre todo la liturgia eucarística, debe
brillar por su esplendor, por su riqueza, por su belleza, por su buen gusto, porque
se trata de acciones que están dirigidas en honor a Dios Uno y Trino y no en
dirección al hombre. Es una falsa humildad pretender quitar la pompa y el fasto
de las celebraciones litúrgicas, porque el celebrante es “humilde”: quien esto
piensa, comete un grave error de valoración, porque la liturgia no está dirigida
al hombre, sino a Dios Trino y al Cordero. Por esto mismo, de ninguna manera es
faltar a la pobreza el utilizar, por ejemplo, cálices o elementos litúrgicos de
material costoso -oro, plata, rubíes, diamantes, etc.-, ni tampoco es faltar a
la pobreza tener en el templo imágenes, esculturas, columnas, del mejor
material. Sí es faltar a la virtud de la piedad y del amor debido a Dios el
tener en el templo elementos de mala calidad, bajo el falso pretexto de la
pobreza, porque como dijimos, a Dios le debemos lo mejor, sea en el campo
material o espiritual.
Sin embargo, con respecto a nosotros mismos, sí cabe la
pobreza, pero la verdadera pobreza, la pobreza santa de la Cruz, que consiste
no en no tener nada –aunque a algunos, como a San Francisco de Asís, Dios les
pida despojarse de todo lo material-, sino en no tener el corazón apegado a los
bienes terrenos. Hay casos de santos, como Pier Giorgio Frassatti, que no
renunciaron a sus bienes, pero con ellos ayudaron a los pobres, dando todo lo
que tenían.
La pobreza santa de la Cruz se aprende contemplando a
Cristo crucificado: no desear más bienes terrenos que los que nos lleven al
Cielo –una Cruz de madera, una corona de espinas, tres clavos de hierro-, y
acumular tesoros, pero tesoros espirituales, obras de misericordia corporales y
espirituales que se acumulan en el cielo, los tesoros con los que pagaremos
nuestra entrada en el cielo, además de un corazón contrito y humillado, y la
Comuniones Eucarísticas hechas con fe, amor y piedad, y almacenadas y
custodiadas en el corazón, con avidez mayor a la del avaro que atesora monedas
de oro en su caja fuerte.
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