miércoles, 16 de abril de 2025

Lunes Santo

 


(Ciclo C - 2025)

         “A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendrán siempre” (Jn 12, 1-11). Seis días antes de la Pascua, según relata el Evangelio, Jesús regresa a Betania, a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro, en donde es convidado con una cena. En un momento determinado, María -muchos autores afirman que es María Magdalena, “de la cual había expulsado muchos demonios”- realiza un gesto que sorprende a todos: toma un frasco de “perfume de nardo puro, de mucho precio”, lo rompe y con él unge los pies de Jesús. Judas Iscariote, presente en la escena, finge incomodidad ante el gesto de María Magdalena y protesta ante Jesús, quejándose porque el perfume es de mucho valor y usarlo como lo hizo María Magdalena, ungiendo los pies de Jesús, es un derroche, teniendo en cuenta que ese dinero podría haber sido usado para los pobres. Pero Jesús, lejos de reprochar la obra de María Magdalena, la aprueba diciendo: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre”.

         La respuesta de Jesús no solo aprueba la obra de María, sino que al mismo tiempo desenmascara la falsa preocupación de Judas Iscariote por los pobres: a Judas no le interesan los más necesitados; le interesa vender el perfume, sí, para obtener mucho dinero, pero para quedarse con el dinero, ya que, como dice el Evangelio, “era ladrón” y “robaba lo que se ponía en la bolsa”. Jesús predicaba y vivía la pobreza y Judas Iscariote se amparaba en esta prédica para hacerse con dinero mal habido, robando el dinero de las arcas de la Iglesia Naciente. Judas finge amar a los pobres, pero en realidad ama al dinero y esto porque, en su corazón, ha desplazado a Dios y ha entronizado al dinero, haciendo ver cuán reales son las palabras de Jesús: “No se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero, porque se amará a uno y se aborrecerá al otro”. Judas eligió amar al dinero, las treinta monedas de plata que le ofrecieron por la ubicación de Jesús y en su lugar, aborreció a Dios Encarnado, Jesucristo. Pero también Jesús saca a luz las intenciones piadosas de María Magdalena: al usar un perfume caro, muy costoso, para ungir los pies de Jesús, María Magdalena no está cometiendo una falta contra la pobreza, sino que cumple con el deber de piedad y de adoración que se debe a Dios y solo a Dios, ya que, al ungir los pies de Jesús con el perfume, anticipa y profetiza la próxima muerte de Jesús en la Cruz. Jesús entonces no solo no reprocha el uso del perfume costoso por parte de María Magdalena, sino que lo aprueba, como anticipo profético de su Muerte redentora, y al mismo tiempo desaprueba la falsa solicitud de Judas Iscariote por los pobres.

         De esta manera Jesús nos enseña cuál es la verdadera pobreza de la Iglesia, al tiempo que nos previene contra las nocivas ideologías subversivas, materialistas y progresistas, que utilizan al pobre y a la pobreza para instrumentar a la Iglesia pervirtiéndola hacia sus fines ideológicos anti-cristianos: no es falta de pobreza utilizar lo mejor que el hombre pueda obtener con su industria, porque se  trata del culto debido a Dios, que es Creador, Redentor y Santificador y por eso mismo todo lo que se destina al culto litúrgico, a la adoración eucarística, a la celebración del Santo Sacrificio del Altar -el altar mismo, los manteles, los candelabros, los cálices, copones, etc.-no puede ser de mala calidad, o feo o mal hecho o de mal gusto: para Dios, para el Cordero de Dios, tiene que ser lo mejor de lo mejor, aunque sea costoso y esto no es falta de pobreza, sino debido culto piadoso a Dios, que merece todo lo mejor. Toda la liturgia, pero sobre todo la liturgia eucarística, debe brillar por su esplendor, por su riqueza, por su belleza, por su buen gusto, porque se trata de acciones que están dirigidas en honor a Dios Uno y Trino y no en dirección al hombre. Es una falsa humildad pretender quitar la pompa y el fasto de las celebraciones litúrgicas, porque el celebrante es “humilde”: quien esto piensa, comete un grave error de valoración, porque la liturgia no está dirigida al hombre, sino a Dios Trino y al Cordero. Por esto mismo, de ninguna manera es faltar a la pobreza el utilizar, por ejemplo, cálices o elementos litúrgicos de material costoso -oro, plata, rubíes, diamantes, etc.-, ni tampoco es faltar a la pobreza tener en el templo imágenes, esculturas, columnas, del mejor material. Sí es faltar a la virtud de la piedad y del amor debido a Dios el tener en el templo elementos de mala calidad, bajo el falso pretexto de la pobreza, porque como dijimos, a Dios le debemos lo mejor, sea en el campo material o espiritual.

Sin embargo, con respecto a nosotros mismos, sí cabe la pobreza, pero la verdadera pobreza, la pobreza santa de la Cruz, que consiste no en no tener nada –aunque a algunos, como a San Francisco de Asís, Dios les pida despojarse de todo lo material-, sino en no tener el corazón apegado a los bienes terrenos. Hay casos de santos, como Pier Giorgio Frassatti, que no renunciaron a sus bienes, pero con ellos ayudaron a los pobres, dando todo lo que tenían.

La pobreza santa de la Cruz se aprende contemplando a Cristo crucificado: no desear más bienes terrenos que los que nos lleven al Cielo –una Cruz de madera, una corona de espinas, tres clavos de hierro-, y acumular tesoros, pero tesoros espirituales, obras de misericordia corporales y espirituales que se acumulan en el cielo, los tesoros con los que pagaremos nuestra entrada en el cielo, además de un corazón contrito y humillado, y la Comuniones Eucarísticas hechas con fe, amor y piedad, y almacenadas y custodiadas en el corazón, con avidez mayor a la del avaro que atesora monedas de oro en su caja fuerte.

 


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