(Domingo
XVIII - TO - Ciclo B – 2021)
“Es
mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 24-35). Los judíos le cuestionan a Jesús su consejo de creer
en Él, que es a quien “Dios ha enviado” y esta resistencia se debe a que están
convencidos de que Moisés es más grande que Jesús y por eso le dicen a Jesús
que Moisés les dio a comer “el pan del cielo”, el maná del desierto. Es decir,
ponen como argumento para no seguirlo a Jesús el hecho de que en su travesía
por el desierto, bajo el mando de Moisés, él les dio el maná del desierto. En
contraposición a esta creencia, de que Moisés hizo un prodigio dándoles el maná
del cielo y que por eso es más grande que Jesús, Jesús les dice que “no fue
Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo”, sino Dios Padre, porque Dios
Padre les da la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, la Eucaristía: “Es mi
Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”. Con esto, Jesús demuestra que no
sólo es más grande que Moisés porque hizo un milagro mayor, sino que Él es el
Milagro en sí mismo, porque Él es el “Verdadero Pan del cielo”. Los judíos
estaban equivocados al pensar que el maná que ellos recibieron en el desierto
era el Verdadero Pan del cielo: el maná del desierto era sólo figura y anticipo
del Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Cuerpo y la Sangre del
Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.
Para
comprender más las palabras de Jesús, debemos considerar que así como los
hebreos fueron elegidos como Pueblo –por eso se llama “Pueblo Elegido”- para
proclamar la existencia de un Dios Uno ante los pueblos paganos de la antigüedad,
así nosotros, a partir de Cristo, somos el “Nuevo Pueblo Elegido”, que hemos
sido elegidos para proclamar la existencia de Dios Uno y Trino. Esto nos
permite comprender que, al igual que el Pueblo Elegido, que peregrinó en el
desierto hasta llegar a la Ciudad Santa, Jerusalén, también nosotros, como
Nuevo Pueblo Elegido, peregrinamos en el desierto de la historia y de la vida
humana para llegar a la Ciudad Santa, que no es la Jerusalén terrestre, sino la
Jerusalén celestial, y al igual que el Pueblo Elegido, que fue alimentado en su
peregrinar por el maná bajado del cielo, así también nosotros somos alimentados
en el espíritu por el Verdadero Pan bajado del cielo, el Verdadero Maná, la
Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que es el alimento
espiritual por excelencia. La Eucaristía es alimento super-substancial, porque
nos alimenta con la substancia de la Trinidad y por eso es el Verdadero Maná
bajado del cielo; ahora bien, también puede la Eucaristía alimentar el cuerpo y
la prueba son los santos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, se han
alimentado solamente de la Eucaristía, sin necesidad de consumir alimento
material, terreno y si bien esto es algo extraordinario, porque lo más común es
que necesitemos el alimento corporal, la Eucaristía, siendo alimento
esencialmente espiritual, puede también saciar el cuerpo, además del alma.
“Es mi Padre quien
os da el Verdadero Pan del cielo”, les dice Jesús a los judíos; nosotros,
parafraseando a Jesús, podemos decir: “Es la Iglesia Católica, la Esposa
Mística del Cordero de Dios, la que nos da el Verdadero Pan del cielo, el Maná
Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, que contiene la substancia humana
divinizada y el Ser divino trinitario del Hijo de Dios, Jesús en la
Eucaristía”. Con el alma en estado de gracia, alimentémonos con la Eucaristía
en nuestro peregrinar en el tiempo hacia la eternidad de la Patria celestial
-la Jerusalén del cielo, cuya Lámpara es el Cordero-, alimentémonos con la
Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Verdadero Maná bajado
del cielo.
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