viernes, 18 de julio de 2014

“Un sembrador sembró trigo (…) su enemigo sembró cizaña…”


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2014)
         “Un sembrador sembró trigo (…) su enemigo sembró cizaña…” (Mt 13, 24-43). Cada elemento de la parábola tiene un significado sobrenatural: el sembrador bueno que siembra la buena semilla del trigo, es Dios Padre; el trigo, es la Palabra de Dios, es decir, Dios Hijo, Jesucristo, quien luego de completado su misterio pascual de muerte y resurrección, se donará a sí mismo como Pan de Vida eterna; es decir, Jesucristo es el trigo que, hundiéndose en la tierra, muriendo en la cruz, germina, esto es, resucita, y da como fruto el Pan de Vida eterna, su Cuerpo resucitado, al ser su Cuerpo glorificado en la resurrección, por el Fuego del Espíritu Santo, el Amor de Dios; el sembrador envidioso y enemigo del sembrador bueno, que siembra la mala semilla de la cizaña –una hierba inútil que solo sirve para ser quemada-, es el diablo; el campo sobre el cual se siembran tanto el trigo -la Palabra, enviada por el Amor de Dios-, como la cizaña -llevada por el odio del diablo-, es el corazón del hombre; el tiempo que media entre la siembra y la cosecha, significan tanto la vida individual de cada persona -el tiempo que transcurre entre el nacimiento de cada uno, hasta su muerte individual-, como el tiempo total de la historia humana, es decir, el tiempo transcurrido desde el inicio de los tiempos, desde la creación del mundo con Adán y Eva, hasta el Día del Juicio Final, en el que dará comienzo la eternidad, luego del Juicio y la separación de los que se salvarán, de aquellos que se condenarán; la cosecha significa el Día del Juicio Final, en el que aparecerá Jesucristo, no como Dios misericordioso, sino como Justo Juez, para dar a cada uno lo que cada uno mereció con sus obras: a los buenos, los recompensará con el cielo y a los malos, los castigará con el infierno, según sus palabras: “Venid a Mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y me disteis de comer…” (…) Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre, y no me disteis de comer…” (cfr. Mt 25, 31-46); los cosechadores, que separarán, en el tiempo de la cosecha, al trigo de la cizaña, poniendo al trigo que sirve en los graneros y echando a la cizaña inservible al fuego, son los ángeles de Dios, encabezados por San Miguel Arcángel, quienes separarán, siguiendo las órdenes de Jesucristo, a los buenos de los malos (esta es la razón por la cual, en diversas obras pictóricas, aparece San Miguel Arcángel con una balanza, pesando almas y separándolas, en el Día del Juicio Final).
         Este Evangelio nos advierte, por lo tanto, que nuestro corazón no es un órgano neutro o indiferente a las cosas del cielo o del infierno: o pertenece al cielo y es así como permite que germine en él el trigo, que es la Palabra de Dios y el Amor de Dios, o pertenece a las tinieblas, y es así como permite que germine en él la cizaña, llevada por el odio satánico, que es la palabra vana, hueca, vacía y malvada del demonio.
         Ahora bien, si hay trigo o cizaña en un corazón, eso se sabe por los frutos: “de la abundancia del corazón, habla la boca”: si en una persona abunda la mentira, el doblez, la maledicencia, el engaño, la calumnia, el perjurio, la astucia perversa para el mal, el gozo y el deleite en el mal del prójimo, la ausencia de compasión, de caridad, de misericordia, de piedad, es señal certísima y clarísima de que en ese corazón no ha germinado ni siquiera mínimamente la Palabra de Dios, o que si lo ha hecho, ha quedado ofuscada por la abundancia de cizaña, del veneno pestífero del Demonio.
         Por el contrario, si en una persona abundan la caridad, la compasión, la misericordia, la transparencia en el obrar y en el hablar; si no se encuentran en esa persona ni la más mínima sombra de mentira ni de malicia; si en esa persona hay bondad, sacrificio, alegría, justicia, serenidad, paz, comprensión con las debilidades y faltas de su prójimo; si en esa persona no hay acepción de personas y busca, en la adversidad, el amor a su enemigo, es señal clarísima de que ha germinado en ella y ha arraigado la Palabra de Dios, y está dando maravillosos y hermosos frutos de santidad.

         “Un sembrador sembró trigo (…) su enemigo sembró cizaña…”. Nuestro corazón no es una entidad neutra, indiferente e insensible, a las cosas del cielo, y tampoco a las del infierno. Es por eso que, si no dejamos crecer, germinar y arraigar a la Palabra de Dios, para que dé frutos de santidad, inevitablemente, el Enemigo de las almas sembrará su mala semilla, y esta terminará dando sus malos frutos, sin que lo advirtamos. Es por eso que debemos estar atentos, para que la Palabra de Dios, sembrada por el Buen Sembrador, que es Dios Padre, ya el día feliz de nuestro bautismo, dé buenos y hermosos frutos de santidad, y para ello le debemos encargar a la Virgen, la Celestial Jardinera, para que cuide y riegue, con el agua de la gracia, el jardín de nuestros corazones, para que extirpe de él toda hierba mala, toda cizaña, y para que crezca, fuerte y sano, el trigo bueno, la Palabra de Dios, su Hijo Jesús, para que este trigo, que es Jesús, crezca tanto y sea tan grande, que nos haga desaparecer, y ya no seamos nosotros los que vivamos, sino que sea Jesús, el Hijo de Dios, quien viva en nosotros.

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