martes, 14 de julio de 2020

“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”


Parábola de la cizaña - Colección - Museo Nacional del Prado

(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2020)

          “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mt 13, 24-43). Jesús compara al Reino de los cielos con la figura de un labrador que siembra buena semilla en su campo, pero viene su enemigo y, aprovechando la noche, siembra cizaña, es decir, semilla mala e inútil. Para comprender la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales que en ella aparecen, por elementos celestiales y sobrenaturales, algo de lo cual hace el mismo Jesús cuando explica la parábola. En efecto, según la explicación de Jesús, “el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles”. Según esta breve y sencilla parábola, en la figura del hombre que siembra la buena semilla y luego viene el enemigo para sembrar la cizaña, está explicada no sólo la historia personal de cada ser humano, sino también la historia de toda la humanidad. El hombre que siembra buena semilla es Jesucristo, el Hombre-Dios, que siembra la semilla buena de la gracia en el corazón del hombre, desde el momento en que éste es bautizado y luego cada vez que recibe una gracia habitual o una gracia sacramental; de esta manera, con la gracia en el alma y en el corazón, el hombre se convierte en cristiano, en seguidor de Cristo, en hijo adoptivo de Dios, en ciudadano del Reino de los cielos y en heredero del Reino de Dios y su labor consistirá, en su historia personal y en el marco de la historia humana, en contribuir a difundir, entre los hombres, el Reino de Dios. El enemigo del Buen Sembrador Jesucristo, es el Enemigo de las almas, el Demonio, el Ángel caído, que siembra la cizaña del pecado en el mismo lugar en el que Jesucristo sembró la gracia, es decir, en el corazón del hombre y cuando el hombre permite que la cizaña, que es el pecado, crezca en su corazón, se convierte en aliado de la Serpiente Antigua, en ciudadano del Infierno y en enemigo de Dios y su tarea es aliarse al Demonio para tratar de destruir el Reino de Dios. Ahora bien, la situación no se prolonga indefinidamente: como el mismo Jesús lo dice, esta situación de siembra de la gracia y de la cizaña, finaliza con el tiempo de la cosecha, es decir, con el fin del mundo y del tiempo, con la Llegada del Hombre-Dios como Juez Supremo y Eterno, el cual separará a los hombres buenos, en los que germinó la gracia y dio frutos de santidad, de los hombres malos y perversos, aliados del Demonio, en los que germinó el fruto envenenado de la cizaña y el pecado. Así lo dice el mismo Jesús: “Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga”. Por último, podemos decir que está afirmado y revelado explícitamente la existencia tanto de un Reino de Dios, en el que los justos “brillarán como el sol” debido a la luz de la gloria, como así también está revelada la existencia del Infierno eterno, el “horno encendido”, en donde los hombres malvados, atormentados por los demonios y el dolor del fuego infernal, “llorarán y rechinarán los dientes” a causa del dolor.
          “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”. En una breve y sencilla parábola, Nuestro Señor Jesucristo describe la historia humana y su desenlace más allá del tiempo, en la eternidad, como así también describe el destino personal de cada uno, el Cielo o el Infierno, según sea lo que cada uno dejó crece en su corazón, o la gracia o el pecado. Y esta es una última enseñanza de la parábola: nadie irá al Cielo o al Infierno sin una razón determinada: cada uno es libre de elegir qué crecerá en su corazón: si la cizaña del Demonio, o la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. En cierto modo, Jesús nos enseña en la parábola que nuestro destino eterno, Cielo o Infierno, está en nuestras manos, en nuestro libre albedrío. Elijamos, por supuesto, que crezca la semilla buena de la gracia para que, al fin del tiempo, los ángeles nos conduzcan ante la Presencia del Buen Sembrador y Dueño del universo, Cristo Dios.

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