(Domingo
XXVII - TO - Ciclo B – 2021)
“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19, 6). Ante la pregunta de si es
lícito el divorcio que permitía la ley de Moisés, en caso de adulterio, Jesús
responde negativamente y para fundamentar su respuesta, se remonta al inicio de
la historia del ser humano sobre la tierra: cuando Dios Uno y Trino creó al ser
humano, lo creó varón y mujer, para que se unieran en matrimonio y ya no fueran
dos, sino una sola carne. Entonces, lo que caracteriza al matrimonio, la unidad
–el matrimonio es uno- y la indisolubilidad –el matrimonio es indisoluble, aun
cuando las leyes positivas humanas lo permitan; aunque se divorcian, el varón y
la mujer unidos por el matrimonio sacramental continúan siendo esposo y esposa
ante los ojos de Dios- y el hecho de que sea entre el varón y la mujer, no
depende de una ley positiva, inventada por la mente humana o angélica, sino que
es una disposición divina, porque Dios quiso crearnos, como especie, en dos
sexos diversos, distintos, que se complementan entre sí. Y Dios quiso, además,
que esta unión fuese indisoluble, porque naturalmente el varón está hecho para
una sola mujer y la mujer está hecha para un solo hombre y nada más. De ahí la
absoluta prohibición de la poligamia y por supuesto que del adulterio y de cualquier unión que no sea la del varón y la mujer, como lo prentenden la ideología de género y los grupos de presión homosexualistas.
Ahora bien, hay una razón última, sobrenatural, que explica
el matrimonio entre el varón y la mujer y es la unión esponsal, celestial,
sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Esta unión esponsal, que
es eminentemente espiritual, es la que fundamenta las características del
matrimonio entre el varón y la mujer: así como no se puede concebir a Cristo
Eucaristía sin la Iglesia Católica, así también no se puede concebir a la Iglesia
Católica sin Cristo Eucaristía. Sería un cristo falso, un cristo adulterado, un
cristo adúltero, si además de la Iglesia Católica, estuviera en otras iglesias
que no fueran la Católica y la Iglesia Católica sería una iglesia falsa, sin el
Cristo Eucarístico, o si adorara a un ídolo como la Pachamama, en vez de Cristo Eucarístico, una Iglesia así, sería una iglesia adúltera.
Otra pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué Jesús se pronuncia sobre el matrimonio? ¿Qué
autoridad tiene Él para abolir el divorcio permitido por Moisés y restablecer
la unidad y la indisolubilidad del matrimonio y establecer que el matrimonio
sólo puede ser entre el varón y la mujer? Por el simple y maravilloso hecho de
que Jesús es Dios; Cristo es Dios y es Él quien ha creado al ser humano como
varón y mujer “en el principio”; es Él quien ha establecido que la unión
matrimonial sea entre un varón y una mujer, como reflejo y prolongación, entre
la sociedad humana, de su propia unión esponsal, entre su Persona divina y su
humanidad, en la Encarnación y después entre Él, el Esposo celestial, y la
Iglesia, nacida de su Costado traspasado en el Calvario, la Jerusalén
celestial, la Iglesia Católica. Así como el Verbo de Dios no puede separarse de
su humanidad, una vez asumida hipostáticamente en la Encarnación –ni la
humanidad de Jesús de Nazareth no puede separarse del Verbo de Dios-, así
tampoco puede el Cristo Eucarístico separarse de la Iglesia Católica, ni la
Iglesia Católica del Cristo Eucarístico, y es de estos dos grandes misterios,
la Encarnación esponsalicia del Verbo con la humanidad y el Nacimiento virginal
de la Iglesia del Costado de Cristo en el Calvario, de donde se derivan la
unidad y la indisolubilidad del matrimonio entre el varón y la mujer. Esto explica
también que ninguna ley humana puede separar lo que Dios ha unido, al varón y a
la mujer: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.
“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Así como el
varón ha sido creado para la mujer y la mujer para el varón, así Cristo Eucarístico es
para la Iglesia Católica y la Iglesia Católica para el Cristo Eucarístico: no
puede el hombre separar lo que Dios Uno y Trino ha unido.
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