(Domingo XXVII –
TO – Ciclo C – 2006 – Mc 10, 2-16)
“Al principio los creó Dios
varón y mujer”. Jesús se enfrenta a los fariseos por la cuestión del matrimonio
–en la antigua ley estaba permitido el divorcio en algunos casos, y ahora Jesús
presenta una visión distinta, la indisolubilidad matrimonial-, y en esta
confrontación, citando al Génesis, les hace notar que, si bien en la ley de
Moisés estaba permitido el divorcio en ciertos casos, eso, que era permitido
por la dureza de los corazones de los hebreos, ahora iba a ser abolido, y el
motivo es el diseño original de Dios sobre la especie humana, creada con una
estructura bipolar, varón y mujer: “Al principio los creó Dios varón y mujer”.
Es decir, Jesús les dice a los
fariseos que la especie humana fue creada con una corporeidad bipolar, varón y
mujer, y que en esta bipolaridad radica la imagen y semejanza del hombre con
Dios y la indisolubilidad del matrimonio.
De
buenas a primera, parecería que el eje de la discusión se centra en la
indisolubilidad o no del matrimonio, y en cuestiones derivadas de esta
indisolubilidad: la castidad conyugal, la monogamia, la fidelidad conyugal.
Parecería que, en la confrontación de Jesús con los fariseos, el centro de la
discusión gira en torno a la fidelidad conyugal. Sería una cuestión de moral:
la antigua ley dispensaba más, por la dureza de los corazones, y por eso
permitía el divorcio, pero ahora Jesús viene a establecer una nueva Ley moral,
en la cual el divorcio está prohibido: no separe el hombre lo que Dios ha
unido. Y en efecto, este pasaje se usa como argumento central para sostener, de
la parte católica, la indisolubilidad del matrimonio, la castidad conyugal, la
fidelidad matrimonial. En el fondo, no se trataría de otra novedad que un
cambio decisivo en la moral, aboliendo el permiso de divorcio. Debido a que la Iglesia es una firme
defensora de la monogamia, del matrimonio insoluble, de la fidelidad conyugal,
suelen terminar confundiéndose las ideas acerca de sobre cuál sea la substancia
de la discusión entre Jesús y los fariseos, y se termina por pensar que la
novedad de las palabras de Jesús radican en esta nueva moral que viene a traer.
De
hecho, por muy largo tiempo, este pasaje y esta afirmación de Jesús han sido
utilizados para defender la monogamia. Es verdad que Jesús trae una nueva
moral, pero la nueva moral –la prohibición del divorcio, la castidad conyugal,
la monogamia-, constituyen sólo una parte, la más accesible, si así puede
decirse, del mensaje absolutamente nuevo de Jesús, que trasciende absolutamente
el plano moral. Lo moral, en el mensaje de Jesús, es solo lo que aparece
exteriormente, lo que se deriva de principios y verdades inmensamente más
profundas, inalcanzables para la mente humana; de ninguna manera el mensaje
moral es lo central en el mensaje de Jesús. Lo moral es solo lo que aparece, lo
que se ve, la manifestación exterior de una realidad infinitamente profunda,
que trasciende toda capacidad de la criatura, sea el hombre o el ángel. En la
discusión con los fariseos, Jesús no solo afirma una verdad natural, como es la
monogamia, sino que está revelando algo acerca de la constitución íntima de
Dios. Ese Dios que los judíos conocen como Uno, es Trino, según la revelación
de Jesús, y ese ser Trino aparece veladamente en las palabras: “Creó Dios al
varón y a la mujer a su imagen y semejanza”. La imagen y semejanza no es solo
la espiritualidad, como enseña muy bien Santo Tomás, sino también y ante todo,
la comunión interpersonal: así como las Personas de la Trinidad establecen una
comunión de Personas entre ellas, así el varón y la mujer; así como el Espíritu
Santo es el fruto del Amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre; así
como el Padre y el Hijo establecen la comunión de Personas en la donación mutua
del Amor divino, el Espíritu Santo, que aparece como el fruto del amor entre el
Padre y el Hijo, así el hijo, en el matrimonio, reafirma esta imagen trinitaria
de la especie humana, al aparecer como el fruto del amor de los esposos.
“Al principio los creó Dios
varón y mujer, a su imagen y semejanza los creó Dios”, dice Jesús, citando al
Génesis, y revelando, con estas palabras, la imagen trinitaria de la familia
humana. La familia es el análogon
hipostático de la Trinidad[1], la
familia, compuesta por el varón, la mujer, y el fruto del amor de los esposos,
el hijo, es una imagen terrena de Dios Trinidad.
Es decir, a pesar de parecer una
cuestión moral, en la discusión de Jesús con los fariseos se juega de fondo una
cuestión infinitamente más sublime y misteriosa que la castidad conyugal, la
indisolubilidad del matrimonio, o, por lo que se trata más recientemente, mucho
más que la identidad del género.
Cuando Jesús discute con los
fariseos sobre el matrimonio y cita al Génesis, diciendo que al principio Dios
los creó a imagen suya, a imagen y semejanza, como varón y como mujer, está
dando a conocer el misterio absoluto de Dios como Trinidad de Personas.
“Al
principio los creó Dios varón y mujer, a su imagen y semejanza los creó Dios”. La
unión de los esposos en el amor espiritual conyugal es una imagen de la unión
de las Personas de la
Trinidad en el Amor del Espíritu Santo, y esta misma unión en
el Amor de Dios se da en el alma cuando, al comulgar, se une al cuerpo de
Cristo, a su naturaleza humana, y por su naturaleza humana, se une a la Persona divina del Hijo de
Dios que inhabita en ella.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben,
Los misterios del cristianismo,
Ediciones Herder, Barcelona 1964, 195.
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