“Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-12). Los fariseos, pretendiendo tenderle una trampa a
Jesús, le preguntan acerca de la posibilidad del divorcio: “¿Le está permitido
al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?”. Jesús les responde
con una cita del Génesis, en la que se revela, por un lado, la creación del
hombre como varón y mujer y, por otro, la indisolubilidad de la unión entre
ambos, lo cual es la razón de la imposibilidad del divorcio: “¿No han leído que
el Creador, desde un principio los hizo hombre y mujer, y dijo: ‘Por
eso el hombre dejará a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y serán
los dos una sola cosa?’ De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Así
pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En otras palabras,
Jesús les hace ver que el hecho de que el hombre sea varón y mujer y que al
unirse en matrimonio se conviertan “en una sola carne” es obra de la voluntad
creadora de Dios y que por lo tanto el hombre no puede modificar esa realidad. Es
decir, el hombre no puede modificar la realidad de que Dios ha creado sólo dos
sexos –varón y mujer- y que ha establecido que ambos se unan, para su felicidad
en la complementación mutua- en matrimonio, convirtiéndose en una nueva
realidad, en “una sola carne”, la cual es imposible de dividir. En otras
palabras, tanto el hecho de que en la especie humana existan sólo dos sexos,
como que estos dos sexos se unan en matrimonio indisoluble, no es invención del
hombre, sino creación de la infinita sabiduría y del infinito amor de Dios. No
puede el hombre, por más que quiera, modificar esta realidad, esto es, que la
especie humana tiene sólo dos sexos y que ambos están destinados a conformar un
matrimonio indisoluble.
Ahora
bien, como fruto del pecado original, se enciende en el hombre la
concupiscencia y la rebeldía, que lo llevan a querer modificar la realidad
inmutable creada por Dios, para establecer una realidad según el gusto de la
concupiscencia humana: así, surgen movimientos originados en el pecado, como la
ideología de género, que afirma que el varón puede ser mujer y la mujer puede
ser varón, o también movimientos laicistas que establecen leyes inicuas y
anti-cristianas que permiten la disolución del matrimonio, esto es, el
divorcio.
“Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, les dice Jesús a los fariseos,
haciendo referencia a la prohibición del divorcio. Nosotros, parafraseando a
Jesús, podríamos agregar: “Y lo que Dios ha creado, varón y mujer, no pretenda
el hombre invertirlo”, haciendo referencia a la prohibición de la ideología de
género y sus postulados. Todo lo que pretenda cambiar la realidad creada por
Dios, sea la única condición sexual de la especie humana, como varón y mujer,
sea la indisolubilidad y santidad del matrimonio, no proviene del Espíritu
Santo, sino del Ángel caído y por eso no puede nunca ser aceptado por el
cristiano.
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