sábado, 8 de agosto de 2020

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”


“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-12). La indisolubilidad del matrimonio entre el hombre y la mujer -única unión matrimonial posible- es doble, tanto por vía natural como por vía sobrenatural. Por vía natural, porque Dios creó el hombre como varón y como mujer, es decir, la especie humana tiene solo dos sexos y se perpetúa por medio de la unión de ambos, ya que la generación de hijos está inscripta y garantizada en esta unión entre varón y mujer. Por vía sobrenatural, la unión esponsal entre el varón y la mujer también es indisoluble y la razón es que a través del Sacramento del matrimonio es Dios, con su Amor y en su Amor, quien une a los esposos, convirtiéndolos en una sola carne.

En otras palabras, tanto por vía natural como por vía sobrenatural, la unión matrimonial entre el varón y la mujer es indisoluble, por lo que no puede el hombre, con sus leyes positivistas, anular la unión que Dios mismo ha establecido, tanto en la creación de la raza humana con dos sexos, como con la unión entre el varón y la mujer en su Amor Divino. Aun cuando el hombre intente, por medio de leyes positivistas, anular esta unión indisoluble, no lo puede conseguir, puesto que las fuerzas naturales y sobrenaturales que unen al matrimonio entre el varón y la mujer son indeciblemente más poderosas que las leyes positivas que pueda legislar el hombre.

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Dios une al varón y a la mujer en su Amor, el Amor de Dios; por eso mismo, el divorcio es una afrenta al Amor de Dios, desde el momento en que pretende desunir, por el desamor, lo que Dios unió por el Amor, por su Amor. Un caso análogo, pero contrapuesto, es la unión que el hombre establece al margen de Dios, como el concubinato o la convivencia entre el varón y la mujer sin el sacramento del matrimonio. En este caso, se puede decir, parafraseando al Evangelio: “No una el hombre lo que Dios no unió”. Por estas razones, tanto el divorcio, como el concubinato o unión meramente civil, son afrentas al Amor de Dios.


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