“Mujer,
¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” (Mt 15, 21-18). Jesús alaba la fe de la mujer cananea y en
recompensa, le concede el milagro que había pedido, la curación de su hija. La
fe de la mujer cananea, tal como lo dice Jesús, es realmente grande y por lo
tanto, sumamente meritoria, pues cree aun cuando todo está en contra suya, y
cree aun cuando es el mismo Jesús quien pone a prueba, no solo su fe, sino su
humildad. La mujer cananea cree en Jesucristo, en cuanto Hombre-Dios, porque o
lo ha visto hacer milagros, o ha escuchado hablar de Él, de su sabiduría y de
sus prodigios; en todo caso, cree sin dudar un solo instante, que Jesús es Dios
y que por lo tanto, tiene el poder de curar a su hija –lo que sucede
efectivamente después- con solo quererlo; cree en Jesucristo, un hebreo, nacido
de hebreos, y cree siendo ella pagana y perteneciente a un pueblo pagano; cree
en Jesucristo, aun cuando el mismo Jesús le dice que, por pertenecer ella a un
pueblo pagano, no es el tiempo de que los paganos reciban el pan –los milagros-,
porque ellos son los “hijos predilectos” de Dios; cree en Jesucristo aun cuando
es el mismo Jesucristo pone a prueba su fe, comparándola a ella con un cachorro
de perro, y que por lo tanto, no es digna de probar el pan de los hijos. La fe
de la mujer cananea es, por lo tanto, verdaderamente grande, porque cree en
Jesucristo, en cuanto Hombre-Dios, aun cuando todo –incluido el mismísimo
Jesús-, parece estar en contra suya; en recompensa, recibe el milagro –la “migaja”-
que había solicitado: la curación de su hija.
Sin
embargo, hay otro mérito más en la mujer cananea, aparte de su fe, y es su
humildad, porque no solo no se siente ofendida cuando Jesús en Persona la
compara con un cachorro de perro, sino que, usando esa misma figura de Jesús,
el perro, se apropia con gusto de esa figura y la utiliza para
contra-argumentar a Jesús, diciéndole que “hasta un cachorro de perro come de
las migajas que caen de la mesa de sus amos”, es decir, le dice que hasta ella,
siendo una pagana, puede beneficiarse, aunque sea con un pequeño milagro, que es
la curación de su hija, sin importarle el no recibir los grandes milagros y portentos
–el pan de los hijos-, destinados a los judíos. Es decir, la mujer cananea no
sólo tiene una “gran fe”, como lo dice Jesús, sino que tiene además una gran
humildad, lo cual la hace semejante al Sagrado Corazón de Jesús: “Aprended de
Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt
11, 29) y, por lo tanto, la hace semejante al Inmaculado Corazón de María.
Que
María Santísima interceda para que también nosotros poseamos una fe y -en la
medida de lo posible-, una humildad “grandes” como la de la mujer cananea, para
creer siempre, sin dudar ni un instante, que Jesucristo no sólo tiene el poder
de obrar milagros, como la curación de la hija de la mujer cananea, sino que
tiene el poder de convertir el pan en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la
Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario