miércoles, 16 de agosto de 2023

“Mujer, qué grande es tu fe”

 


(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). En este episodio del Evangelio, acaparan la atención dos protagonistas principales: Nuestro Señor Jesucristo y la mujer cananea o sirofenicia. La actitud de Jesús sorprende en un primer momento, porque se muestra reticente ante el pedido de la mujer; se muestra como si sus sentimientos fueran, como se suele decir, “fríos”, ante el pedido de socorro de la mujer, porque no responde de buenas a primera; pero además sorprende el trato que da a la mujer, a quien, si bien indirectamente, la trata como “cachorro de animal”, como “cachorro de perro”. Por supuesto que Nuestro Señor está lejos de ser frío de corazón y duro de sentimientos, lo único que quiere hacer es -aunque Él ya lo sabe-, poner de manifiesto la fe de la mujer que, siendo pagana, muestra una fe en Él como Dios, que no la muestran ni siquiera sus discípulos más cercanos; lo que quiere Jesús, aparentando frialdad y distancia, es en realidad poner de ejemplo a la fe de la mujer cananea o sirofenicia y así darles una lección a sus propios discípulos.

         El tema central del episodio es el pedido de auxilio de la mujer a Jesús. Este pedido de auxilio es muy particular y nos enseña muchas cosas: por un lado, trata a Jesús como “Señor, Hijo de David”, título reservado al Mesías, con lo cual ya desde un primer momento, la mujer demuestra que está iluminada por el Espíritu Santo, porque no acude a Jesús como a un taumaturgo, a un santón, a un hombre que dice profecías, sino como al mismo Mesías.

         Otra característica del pedido de la mujer es que ella sabe diferenciar entre la enfermedad epiléptica y la posesión demoníaca y esto es muy importante, porque las interpretaciones progresistas católicas o evangélicas luteranas, niegan las posesiones demoníacas, calificándolas como enfermedades, generalmente del tipo epiléptico, por el movimiento que hacen los posesos. La mujer sabe distinguir bien entre la enfermedad y la posesión, ya que la posesión se caracteriza por elementos muy distintos a la enfermedad, como por ejemplo, el poseso posee una fuerza extrema, habla con voz gutural, entra en trance, lo cual significa que la personalidad de la persona del poseso desaparece para dar lugar a la personalidad del demonio o ángel caído que posee el cuerpo del poseso. Todo esto es muy bien distinguido por la mujer, ya que no le dice a Jesús que su hija está “enferma” -como por ejemplo, el hijo del centurión-, sino que le dice clara y específicamente que su hija está “poseída”: “Mi hija tiene un demonio muy malo”.

         Otro elemento es que la mujer cree en Jesús como Dios, porque sabe que Él, Jesús, siendo Dios, es el Único que tiene poder de expulsar demonios. Si la mujer no hubiera estado iluminada por el Espíritu Santo, nunca habría tenido fe en Jesús como Dios y por lo tanto con su poder omnipotente, con capacidad infinita para expulsar demonios.

         La mujer da también ejemplo de extrema humildad, porque Jesús no le contesta nada en un primer momento, a pesar de que la mujer grita pidiendo auxilio, es decir, pareciera que Jesús la ignora a propósito, pero la mujer, a pesar de eso, continúa recurriendo a Jesús. Y luego, cuando Jesús le dirige la palabra, le deja en claro que Él ha sido enviado para recoger “a las ovejas descarriadas de Israel”, con lo cual ella queda, de manera obvia, automáticamente excluida de cualquier ayuda que pudiera prestarle Jesús, ya que ella no es hebrea, sino sirofenicia. Pero esto tampoco la desanima a la mujer, todavía más, le da más fuerzas para insistir en su pedido a Jesús y si en un primer momento había reconocido a Jesús como al Mesías y como Dios con la palabra, ahora reconoce igualmente a Jesús como al Mesías y como a Dios, pero con el cuerpo, ya que se postra ante Él, siendo la postración un claro signo de adoración a Dios y así lo dice el Evangelio: “Ella (…) se postró ante Él y le pidió de rodillas”. La postración y la genuflexión son gestos corpóreos externos que indican adoración y solo se deben al verdadero Dios, Cristo Jesús y es esto lo que hace la mujer.

Pero, aun así, Jesús parece no tener intención alguna de cumplir con la petición que le hace la mujer, ya que ahora, aunque le responde, al hacerlo, la compara indirecta e implícitamente con un animal, con un perro o con un cachorro de perro: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Con esta respuesta, Jesús deja bien en claro que los hijos son los judíos, los miembros del Pueblo Elegido, los israelitas, a los que compara con los hijos que se sientan a la mesa a comer la comida principal y que los paganos, como ella, se comparan a perros y así como no está bien que un padre dé el alimento, en este caso, el pan, que le corresponde a los hijos, a un perro, así tampoco corresponde que Él, el Mesías, que ha venido en primer lugar para recoger a los hijos, los israelitas, no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido.

Ni siquiera esto último, la equiparación de la mujer cananea a un perro, la detiene y aquí la mujer cananea nos da un ejemplo extremo de fe y de humildad, porque si hubiera sido soberbia, se habría retirado al instante, pero no lo hace; por el contrario, da una respuesta llena de humildad y de fe que sorprende al mismo Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con esto, la mujer cananea le quiere decir a Jesús que sí, es verdad que Él, como Mesías, debe hacer milagros -como los hace a lo largo de todo el Evangelio- en primer lugar para los hijos, es decir, el Pueblo Elegido, pero de la misma manera a como los perros se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos, así los que no pertenecen al Pueblo Elegido, como ella, pueden recibir una “migaja” de su poder divino, que sería en este caso, el exorcismo de su hija poseída por un demonio.

Una vez llegados a este punto, Jesús, que demuestra sorpresa y admiración por la fe de la mujer –“Mujer, qué grande es tu fe”- y considerando que ha dado ya ejemplos suficientes a sus discípulos de fe, de mansedumbre, de humildad, de amor a su hija y a Él, decide entonces expulsar, con su poder divino, al demonio que atormentaba a la hija de la mujer cananea, tal como lo atestigua el Evangelio: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó liberada su hija”.

“Mujer, qué grande es tu fe”. La mujer cananea es un modelo y ejemplo de fe en Jesús como Dios, como Salvador; es un ejemplo de mansedumbre, de humildad, de amor y de perseverancia en la fe. Por esto mismo, debe servirnos a los cristianos, que muchas veces tratamos a Jesús como si Él fuera un sirviente que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos y si no nos lo da, nos ofendemos y nos retiramos de su Iglesia. Esto, que es un comportamiento temerario e irrespetuoso ante Cristo Dios, se contrasta con la fe, la humildad, la mansedumbre, la perseverancia y el amor de la mujer cananea, de la cual tenemos mucho, pero mucho por aprender.

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