(Domingo
V - TP - Ciclo B – 2015)
“Yo
Soy la Vid, ustedes los sarmientos” (Jn
15, 1-8). Con la imagen de una vid, de la cual brotan los sarmientos, Jesús grafica
la relación ontológica y el flujo vital que se establece entre Él, el
Hombre-Dios, y nosotros, los cristianos, es decir, los que hemos sido
incorporados a Él, por medio del bautismo sacramental. Jesús utiliza la figura
de la vid, de la cual brotan los sarmientos, para darnos una idea acerca de la
naturaleza de la vida nueva que adquirimos como cristianos a partir del
bautismo sacramental: así como el sarmiento recibe de la vid el flujo vital de
la savia, que lo vivifica y le permite dar el fruto que es la uva, así el
cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo sacramental, recibe, a partir
del bautismo, la vida nueva que le proporcionan la fe y la gracia santificante,
que le permite dar frutos de santidad. El cristiano queda así comparado a un
sarmiento que es injertado a una vid –el cristiano es un sarmiento silvestre o
heterólogo, mientras que el hebreo es el sarmiento natural u homólogo, propio
de la Vid, que es Cristo, hebreo de raza-: de la misma manera a como el
sarmiento, al ser injertado, comienza a recibir el nutriente que es la savia y
esta savia es la que le permite dar el fruto de la uva, así el cristiano,
incorporado a Cristo por el sacramento del bautismo, comienza a recibir, por la
fe y por la gracia, el flujo de vida divina, que le permite –al menos lo capacita para- obrar de manera tal
que se convierte en una prolongación del mismo Jesucristo. En otras palabras,
el sarmiento silvestre injertado en la vid, o el cristiano incorporado a
Cristo, se vuelve capaz de obrar con la bondad, la caridad, la paciencia, el amor
misericordioso, del mismo Cristo en Persona, y eso es lo que llamamos “frutos
de santidad”.
Esto
es posible debido a la unión hipostática, es decir, a la unión en la Persona
Segunda de la Trinidad, de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; por esta
unión, todos los que se unen a su Cuerpo Místico por medio del bautismo,
reciben de Él la gracia santificante, por medio de la cual participan de la
vida misma del Ser trinitario divino. Es esta vida nueva, recibida del Ser
mismo de Dios Uno y Trino -vida absolutamente nueva y divina, que recibe el
cristiano como principio vital de su alma, a partir del momento en que es bautizado-,
lo que Jesús grafica con la imagen de la vid y los sarmientos: así como los
sarmientos, unidos a la vid, reciben de esta el nutriente que los mantiene con
vida y los hace dar fruto, así los cristianos, unidos a Cristo Jesús -el Hombre-Dios
y Dios Hijo en Persona encarnado en una naturaleza humana-, por el bautismo, por
la fe y por la gracia, reciben de Él la savia vital de la vida divina, que los
hace vivir con la vida misma de Dios Uno y Trino y los hace dar –o al menos,
los debería hacer dar- frutos de santidad, frutos de vida eterna.
Pero
si en un sentido positivo, la unión con Cristo, obtenida en el bautismo
sacramental y fortalecida por la fe y por la gracia santificante, redunda en la
concesión, de parte del mismo Jesucristo, de su misma vida divina, vida que es
la vida misma de Dios Uno y Trino, de manera tal que el cristiano “ya no vive
él, sino que es Cristo quien vive en él” (cfr. Gál 2, 20), en sentido opuesto también es verdadero, porque quien
se aparta voluntaria y libremente de la Vid verdadera deja de recibir el flujo
de vida divina y perece en la vida espiritual. En otras palabras, así como el
sarmiento que se separa de la vid, al dejar de recibir la savia, se seca y
muere y ya no puede dar fruto, así el cristiano que debido al pecado mortal
libremente cometido deja de recibir la gracia divina que le venía de la Vid
verdadera, al verse privado de la vida divina se marchita en su vida espiritual,
al quedar separado de la comunión de vida y amor con Jesús, con el Padre y con
el Espíritu Santo. Este estado espiritual de pecado y de consecuente separación
de Jesús Vid verdadera, es graficado por Jesús con la imagen de un sarmiento
seco que debe ser cortado y separado de la vid para ser arrojado al fuego y
quemado porque no sirve para otra cosa: “El que no permanece en Mí es como el
sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”.
Ahora
bien, lo que hay que advertir en la imagen de la vid y los sarmientos, es que
el hecho de que el sarmiento dé frutos de santidad o bien se seque y sea
arrojado y quemado al fuego porque no sirve para otra cosa, no depende sino,
pura y exclusivamente, de la libertad de cada uno en particular. Es decir, si bien
el hecho de ser incorporados a la Vid verdadera que es Cristo no depende de
nosotros -desde el momento en que el bautismo sacramental no fue una elección libre,
ya que fue una decisión tomada por nuestros padres y, en última instancia, fue
un deseo de Dios, que quiso que fuésemos injertados en la Vid que es Cristo-,
el hecho de dar frutos de santidad –paciencia, caridad, misericordia, bondad-,
o el no dar frutos y quedar “secos, para ser arrojados al fuego”, depende de
nuestra entera libertad, porque lo que hace circular la savia vital, la vida
nueva en nosotros, es la fe y la fe se demuestra por obras (cfr. St 2, 18). Si un cristiano no obra de
acuerdo a su fe, es un cristiano muerto a la vida de la gracia y es como un
sarmiento seco; esto quiere decir que el ser apartado de la vida de la gracia,
no se puede atribuir a Dios, sino a la libre determinación de cada uno, que
eligió no obrar según la fe. Ser un sarmiento seco, ser un cristiano sin obras,
no depende de Dios, sino de nuestra propia libertad, de nuestra propia libre
determinación. Cuando Jesús dice: “El que no permanece en Mí es como el
sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”,
no quiere decir que es Él quien lo está separando de la Vid, sino que es ese
mismo cristiano quien se separa a sí mismo, con sus malas obras, o con su falta
de obras buenas, de la Vid verdadera, que es Cristo.
“Yo
Soy la Vid, ustedes los sarmientos, mi Padre es el Viñador”. Solo quien
permanece unido a Cristo, Vid verdadera, puede dar frutos de obras; sin
embargo, tampoco basta con simplemente “dar frutos”, es decir, tampoco basta
con ser un cristiano mediocre, porque Jesús dice que el “viñador” que prueba
las uvas de la vid, es “su Padre”: “mi Padre es el viñador”. Esto quiere decir que
Dios Padre es quien prueba los frutos de los sarmientos que están unidos a la
Vid verdadera, Jesucristo; es Dios Padre el Viñador que recorre la Vid,
probando los granos de uva, nuestras obras, nuestros actos, nuestros
pensamientos, los frutos de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestras
manos, y es Dios Padre quien prueba el sabor de esas uvas, y su paladar es un
paladar exquisito, que no puede ser engañado de ninguna manera. Dios Padre, el
Viñador, saborea las uvas, es decir, los frutos que damos nosotros, los sarmientos
unidos a la Vid que es Cristo, y Él sabe si esas uvas son agrias o si son
dulces; Dios Padre, el Viñador, sabe si nosotros, sarmientos de Cristo, damos
frutos agrios, uvas agrias, y esto sucede cuando somos cristianos impacientes,
rencorosos, vengativos, perezosos, incapaces de sufrir por nuestros hermanos y
mucho menos, incapaces de sufrir y de amar a nuestros enemigos. No debemos
creer que nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros actos, pasan
desapercibidos al Padre; Él es el Viñador, que prueba y saborea los frutos que
damos nosotros, los sarmientos, injertados en la Vid, que es Cristo, y si no
queremos ser cortados y separados de la Vid, como sarmientos que no dan fruto o
que dan frutos agrios, esforcémonos por dar frutos de amor misericordioso,
sabiendo que es Él quien prueba el dulzor o la amargura de nuestros corazones. Dios
Padre, el Viñador, tiene un paladar excelente, y sabe también si los frutos que
damos nosotros, los sarmientos unidos a Cristo, Vid verdadera, son frutos de
verdadera santidad, es decir, si somos cristianos misericordiosos, pacientes,
caritativos, capaces de amar a todos, incluidos y en primer lugar, a nuestros
enemigos.
“Yo
Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús en la
cruz es la Vid verdadera que es triturada en la vendimia de la Pasión y que da
el fruto exquisito del Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre
Preciosísima, derramada en el Cáliz de la Santa Misa, ofrecida por la Santa
Madre Iglesia para la salvación del mundo. Jesús es la Vid en la Eucaristía, y
la savia que da vida a los sarmientos a Él adheridos es su Sangre Preciosísima,
que brota de sus heridas abiertas y esos sarmientos así adheridos a la Vid
verdadera que es Cristo crucificado, y que reciben de Él la savia vital que es
su Sangre Preciosísima, al alimentarse de su Sangre y de su Carne en la
Eucaristía, son los que luego deberíamos dar frutos de santidad y de vida
eterna, son los que deberíamos dar frutos de bondad, de caridad, de paciencia,
de misericordia, de amor sobrenatural al prójimo y a Dios.
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