“Yo
soy la verdadera vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la figura de la vid y los sarmientos
para describir la relación espiritual y sobrenatural entre Él y el alma: así
como el sarmiento, cuando permanece unido a la vid, recibe de la vid lo que le
da vida, que es la savia y así el sarmiento da fruto, convirtiéndose en un
racimo de uvas, así el alma que se une a Cristo por los sacramentos y la fe,
recibe de Él aquello que da vida divina al alma y es la gracia santificante y
así puede dar frutos de vida eterna, que son las obras de misericordia. Esta sería
la relación óptima, tanto entre la vid y el sarmiento, como entre Jesucristo y
el alma: que el alma permanezca unida a Él por la gracia y que así haga obras
meritorias para el Cielo. Sin embargo, hay otro tipo de relación entre la vid y
los sarmientos: hay sarmientos que dejan de recibir la savia vivificante y así
se secan y no solo no dan frutos, sino que se desprenden definitivamente de la
vid, caen al suelo y su destino es el de ser arrojados a una hoguera, para ser
consumidos por el fuego: este tipo de sarmiento, infructífero, representa al
alma que, por libre voluntad y decisión, elige dejar de recibir la gracia
santificante de Jesucristo, elige apartarse de los sacramentos y así, sin la
gracia, vive en estado permanente de pecado mortal y si muere en pecado mortal,
es arrancado definitivamente y para siempre del Cuerpo Místico de Cristo, para
ser arrojado en el lago de fuego inextinguible, el Infierno, en donde su cuerpo
y su alma arderán, sin consumirse, por toda la eternidad.
“Yo
soy la verdadera vid y ustedes los sarmientos”. En la figura de la vid, debemos
ver al Hombre-Dios Jesucristo; en la figura de los sarmientos, debemos vernos a
cada uno de nosotros, así como sucede con la vid terrena y los sarmientos. Sin
embargo, hay un detalle que no está presente en la vid terrena y los
sarmientos: en estos, es la determinación de varios factores naturales,
desfavorables, los que hacen que el sarmiento deje de recibir la savia y así el
sarmiento se seca y se cae; en la vida real, nosotros, los sarmientos, tenemos
la libertad de elegir qué clase de sarmientos queremos ser: si sarmientos
unidos a Cristo y sus sacramentos, para así dar frutos de vida eterna, o si
elegimos ser sarmientos secos, sin frutos, destinados a la eterna condenación. En
nosotros está elegir qué tipo de almas queremos ser y qué destino eterno
queremos obtener.
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