“El
sarmiento que permanece en Mí da mucho fruto” (cfr. Jn 15, 1-8). Jesús es la Vid verdadera y nosotros, los cristianos,
somos los sarmientos, que injertados en Él por el bautismo, recibimos su savia
vivificante, la gracia santificante, por medio de la fe, que hace fructificar
el injerto bautismal en obras de santidad. Así como el sarmiento, cuando es
injertado en la vid, comienza a recibir el flujo vital de la savia que le
permite dar el fruto que es la uva, así el cristiano, al ser injertado en la Vid verdadera, que es Cristo, comienza a recibir, por medio de la fe, el nutriente que es la gracia santificante, y esta fe se traduce en obras que hacen resplandecer la santidad de
la vida nueva que se ha recibido, porque las obras que realiza por la fe no son obras humanas, sino obras
divinas, puesto que se trata de obras que superan a la naturaleza humana –caridad,
paciencia, longanimidad, castidad, justicia, fortaleza, etc.- y es a esto a lo
que se refiere Jesús cuando dice: “El sarmiento que permanece en Mí da mucho
fruto”. Son estas obras las que realizaron todos los santos de todos los
tiempos, y pudieron hacerlo, porque permanecieron unidos a Jesucristo, Vid
verdadera; los santos fueron esos sarmientos unidos a Cristo Vid verdadera,
que no se separaron de la Vid ni por un solo instante, y si se separaron, se
volvieron a unir al instante, recuperando la gracia por el Sacramento de la
Penitencia, de manera tal de no dejar de frutos en ningún momento.
Por
el contrario, quien se separa de Cristo, Vid verdadera, se separa de su Fuente
de Gracia e interrumpe, de modo libre y voluntario, su flujo vital y el
nutriente que lo alimentaba con la vida misma de Dios Trino y perece en su vida
espiritual, agostándose y marchitándose. Quien se separa de Cristo Vid
verdadera, a causa del pecado, es como el sarmiento que, estando unido a la
vid, en algún momento comienza a secarse, hasta que, perdiendo definitivamente
todo flujo vital, termina por caer al suelo, en donde es arrastrado por el
viento, quedando en el suelo a la espera de ser quemado junto a los demás
sarmientos secos.
“El
sarmiento que permanece en Mí da mucho fruto, y mi Padre es el Viñador”. No basta
con no ser un sarmiento seco; no basta con simplemente “dar fruto”: Dios Padre
es el Viñador, y su paladar es un paladar exquisito y excelente, y de ninguna
manera es engañado. Él prueba el fruto de los sarmientos unidos a la Vid
verdadera, que es Cristo, es decir, Él prueba las uvas que son nuestros
corazones, y sabe si esos corazones son agrios o dulces; sabe si damos frutos
agrios, cuando somos cristianos tibios, que nos dejamos llevar por la acedia o
pereza espiritual; sabe si somos cristianos iracundos y no de corazón manso y
humilde como el de Jesús; sabe si somos cristianos vengativos y rencorosos y no
somos capaces de amar y perdonar a nuestros enemigos, como nos manda Jesús
desde la cruz, y así con muchas otras cosas más. Dios Padre es un Viñador de
paladar exquisito, y Él prueba los frutos de los sarmientos, y poda los
sarmientos que dan fruto, para que den mejores frutos, y corta los sarmientos
secos, para arrojarlos al fuego, porque ya no sirven más. Ésta es la razón por
la cual no basta con simplemente “dar fruto”, sino que hay que dar frutos
excelentes, frutos de santidad, unidos a la Vid verdadera, Jesucristo.
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