jueves, 11 de abril de 2013

“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó”



“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó” (Jn 6, 1-15). Jesús realiza la multiplicación milagrosa de panes y peces y alimenta a una multitud de más de cinco mil personas. Una exégesis progresista y racionalista, destructora del sentido sobrenatural y contraria a la fe de la Iglesia, diría que el milagro consiste en que Jesús en realidad lo que hizo fue despertar la generosidad entre la multitud, llevándolos a salir del egoísmo de cada uno compartiendo de lo propio con los demás. Para esta interpretación progresista, en realidad no hubo un milagro material, es decir, no hubo una multiplicación real de la materia de los panes y peces, sino que se trató de un milagro moral, una invitación al cambio de conducta entre la muchedumbre, que mediante el gesto de bendecir los panes y peces, los llevó a salir de su egoísmo; así, llevados por el buen ejemplo de Jesús, todos sacaron de sus bolsas los panes y peces que llevaban y los compartieron con los demás. El ejemplo de Jesús fue tan grande, que todos quedaron satisfechos, llegando incluso a sobrar el alimento.
Sin embargo, la multiplicación de panes y peces, en la recta fe de la Iglesia, no consiste en esto: se trata de un verdadero milagro o signo sobrenatural que demuestra que Jesús es quien dice ser: Dios Hijo en Persona. Jesús ya se había presentado como “venido del cielo”, como el que “habla de lo que vio y escuchó en el cielo”, es decir, en el seno de su Padre, y como nadie “conoce al Padre sino el Hijo”, entonces la conclusión es que Él “habla de lo que vio”, que es a su Padre, y si conoce a Dios Padre, es porque Él es Dios Hijo en Persona. La multiplicación de panes y peces constituye una poderosísima afirmación, con un hecho prodigioso y sobrenatural, de su condición de Hombre-Dios. En otras palabras, a través de este milagro, Jesús dice, sin decirlo: “Yo les dije: ‘Yo Soy Dios’, ahora con este milagro, que sólo puede ser hecho con la fuerza omnipotente de Dios, les digo: ‘Yo Soy Dios’”.
A partir de este milagro, nadie puede dudar de la condición divina de Jesús y el razonamiento para aceptar su divinidad es muy simple: si alguien se presenta diciendo: “Yo Soy Dios” y hace milagros que sólo Dios puede hacer, entonces el milagro es la fuerza probativa de la veracidad de sus palabras. En caso contrario, si alguien se presenta diciendo: “Yo Soy Dios”, pero no hace milagros que sólo Dios puede hacer, entonces esa es una muestra de su falsedad. Cristo demuestra con hechos lo que dice con sus palabras; por lo tanto, es verdad que Él es Dios Hijo en Persona.
Lo mismo sucede con la Iglesia Católica, quien se auto-revela como “la verdadera y única Iglesia de Dios” y como prueba de que lo que dice es verdad, realiza también un signo prodigioso, un signo que sólo puede ser hecho si Dios, con su Espíritu, lo hace, y es el milagro del altar, en el cual el Hombre-Dios Jesucristo no crea de la nada la materia de panes y peces, sino que convierte el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con lo cual alimentará espiritualmente no a cinco mil personas, sino las almas de miles de millones de bautizados.  
Entonces, si la multiplicación de panes y peces es el signo prodigioso que demuestra la condición divina de Jesús de Nazareth, la Santa Misa, con la conversión milagrosa del pan y del vino en la Eucaristía, es el signo prodigioso que demuestra la condición de la Iglesia Católica como Esposa Mística del Cordero de Dios y por lo tanto como la única Iglesia verdadera del Dios verdadero.
Jesús Eucaristía, que se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna en el altar eucarístico de la Iglesia, es la “fuente de aguas vivas”, porque es la Gracia Increada en Persona; lejos de conocer y apreciar este maravillosísimo don, muchos, muchísimos hombres, se extravían en las oscuras y tenebrosas sendas de la Nueva Era o New Age, acudiendo a cuanto vendedor de ilusiones aparezca. Esta triste realidad es particularmente cierta entre los católicos, muchos de los cuales, desconociendo o menospreciando estas sublimes verdades celestiales, dejan de lado a la Iglesia y a la Eucaristía para acudir en masa a los falsos maestros de la Conspiración de Acuario, haciendo realidad las palabras de Jesús: “Me abandonaron a Mí, la fuente de aguas vivas, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer 2, 13).

miércoles, 10 de abril de 2013

“El que viene del cielo habla del cielo; el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra”


“El que viene del cielo habla del cielo; el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra” (cfr. Jn 3, 31-36). Jesús revela su origen divino, porque Él es el que “viene de lo alto”, el que “viene del cielo”, el que “Dios envió”, a quien “Dios le da el Espíritu sin medida”, porque Él es Dios Hijo que procede del seno del Padre desde la eternidad y del Padre recibe su Ser divino trinitario, su Amor y su Poder: “el Padre ama al Hijo –le da el Espíritu Santo- y ha puesto todo en sus manos” –le da su omnipotencia divina-. En Él y sólo en Él está la plenitud de la salvación, porque sólo Él da “la Vida eterna” a quien cree en Él. Por este motivo, quien no cree en Él no puede salvarse de ninguna manera, puesto que desprecia la Misericordia Divina manifestada en Él, haciéndose merecedor de la “ira divina”.
Al revelar su origen divino y su condición de Dios Hijo, Jesús les hace ver a sus discípulos que sus enseñanzas no son las enseñanzas de ningún maestro terreno; sus revelaciones no son inventos de la razón humana; sus milagros no se deben a un despliegue desconocido de las fuerzas de la naturaleza humana. Jesús “viene del cielo” no como un enviado o un profeta más entre tantos, ni como un hombre santo, sino como el Hombre-Dios, como Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, y esta es la razón por la cual sus palabras y sus obras no son las del mundo, sino que dan testimonio de lo que Él “ha visto y oído” en la eternidad, y lo que Él ha visto y oído es que Dios es Uno y Trino, que ha enviado a su Hijo Jesús a encarnarse y morir en Cruz, para que todo aquel que crea en Él tenga “Vida eterna”.
“El que viene del cielo habla del cielo; el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra”. Un cristiano, es decir, alguien que ha recibido la gracia de ser hijo de Dios  por el bautismo –“el don más grande del misterio pascual”, como dice el Santo Padre Francisco[1]-; que se alimenta con el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía; que ha recibido los dones del Espíritu Santo y al Espíritu Santo mismo en el sacramento de la Confirmación, no puede poseer el espíritu del mundo, espíritu que es radicalmente contrario al Espíritu de Dios.
Al igual que Cristo, cada bautizado puede decir que “viene del cielo” porque “ha nacido de lo alto” por el bautismo; al igual que Cristo, el bautizado también puede decir que  “contempla y oye las cosas del cielo”, porque por la gracia y la fe ha aprendido en el Catecismo y en el Credo las verdades celestiales y sobrenaturales de Jesucristo Hombre-Dios; al igual que Cristo, el bautizado “da testimonio” –o al menos debe darlo- de esas realidades celestiales que ha visto y oído en el Catecismo y en el Credo; al igual que Cristo, que no es de este mundo porque es del cielo, el cristiano “está en el mundo”, en la tierra, pero “no es del mundo” (cfr. Jn 15, 16), y por eso no puede “hablar cosas de la tierra”, no puede mundanizarse. Un cristiano mundanizado, es decir, un cristiano que consiente con lo que el mundo ofrece: sensualidad, materialismo, hedonismo, relativismo moral, agnosticismo, gnosticismo, ateísmo, paganismo, es un cristiano que ha traicionado su origen, que ha olvidado que es hijo de Dios y, mucho más grave todavía, es un cristiano que se ha convertido, por libre decisión, en un hijo de las tinieblas.

martes, 9 de abril de 2013

“La luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”



“La luz vino al  mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 3, 16-21). Jesús es luz, porque Él es Dios, y como la naturaleza del Ser divino trinitario es una naturaleza luminosa, Él es luz, pero no una luz creada, artificial, inerte, sino que es una luz celestial, sobrenatural, Increada, viva, que comunica de su vida divina a quien ilumina. La luz de Jesús, siendo la luz de Dios, derrota y vence a las tinieblas, así como la luz del sol derrota y vence a las tinieblas de la noche; ante su Presencia, los seres tenebrosos, los habitantes de las tinieblas, los ángeles caídos, huyen y desaparecen, así como desaparece la oscuridad cuando en una habitación se abren sus puertas y ventanas para que entre los luminosos rayos del sol.
Es esta luz, que es Él mismo, la luz de la cual habla Jesús; es la que “vino al mundo” en la Encarnación para iluminar a los hombres, para rescatarlos de las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, de la muerte y del infierno, pero que fue rechazada porque los hombres “prefirieron las tinieblas” a la luz. Al decir esto, Jesús profetiza su Pasión, en el momento en el que Él será pospuesto a un malhechor, Barrabás, porque la Luz Increada que es Él es vida, luz, bondad, mientras que Barrabás –el malhechor en quien está representada toda la humanidad- es sinónimo de muerte –está condenado por homicidio-, tinieblas, malicia. A pesar de que Él es la luz que da vida a los hombres, estos prefieren a Barrabás, en quien habitan las tinieblas, y es por eso que Jesús dice que “los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”.
Jesús da la razón del porqué de esta elección de los hombres: porque “sus obras eran malas” y las obras del hombre son malas a causa del pecado que oscurece su mente y su corazón, inclinándolo a pensar, desear y obrar el mal. Las consecuencias de la elección del mal son funestas porque implican al mismo tiempo pedir para sí mismo, libre y voluntariamente, la maldición divina, tal como la hace la multitud enfurecida: “Crucifícalo (…) Que su Sangre caiga sobre nosotros” (Mt 27, 25). El que vive en las tinieblas, elige el mal y obra el mal, y encuentra connaturalidad en las tinieblas y en el mal.
Jesús ha venido, precisamente, para derrotar a las tinieblas que entenebrecen el corazón del hombre, tanto a las tinieblas del pecado como a las tinieblas del infierno, pero para que la luz de Cristo y su gracia ilumine el corazón, es necesario que el hombre libremente acepte a Cristo como su Salvador, como Luz, Verdad y Vida de Dios, y que conforme su vida y obrar a sus mandamientos y enseñanzas: “el que obra conforme a la Verdad se acerca a la Luz”.
“La luz vino al  mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”. En cada Santa Misa Jesús nos ilumina desde la Eucaristía; está en nosotros dejarnos iluminar por su luz para así obrar el bien, o permanecer en las tinieblas, obrando el mal.

lunes, 8 de abril de 2013

“Así como Moisés levantó en alto la serpiente así el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto para que los que crean en Él tengan la vida eterna” (



“Así como Moisés levantó en alto la serpiente así el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto para que los que crean en Él tengan la vida eterna” (Jn 3, 7b-15). En su diálogo con Nicodemo, Jesús cita el episodio en el que Moisés fabrica una serpiente de bronce para curar a los que habían sido mordidos por las serpientes venenosas del desierto (cfr. Num 21, 4-9). Quienes miran a la serpiente, quedan milagrosamente curados de la ponzoña inoculada por la mordedura de estas serpientes venenosas.
Si bien en el desierto la presencia de serpientes venenosas, cuya mordedura resulta letal para el hombre, es algo frecuente ya que el desierto es su hábitat natural, en el episodio del Antiguo Testamento, en su conjunto, es figurativo de una realidad sobrenatural, invisible a los ojos del cuerpo, pero no menos real y visible a los ojos de la fe.
Las serpientes venenosas del desierto representan a los ángeles caídos o demonios, cuya maligna mordedura al corazón del hombre le inocula el mortal veneno espiritual del pecado: así como el veneno de una serpiente vuelve al tejido en el que es inoculado de color negro, debido a la profunda vasoconstricción que le provoca, así el pecado, inoculado en el corazón del hombre por el demonio, ennegrece el corazón, como signo de la muerte que le sobreviene por su causa. El demonio inocula, en el corazón del hombre, el pecado, quitándole toda vida, la vida de la gracia: inocula la rebelión, el orgullo, el indiferentismo, la agresión y la hostilidad hacia Dios y su Cristo; inocula la violencia, el rencor y el odio hacia el prójimo.
Si las serpientes venenosas representan a los demonios, los integrantes del Pueblo Elegido que son mordidos representan a los miembros del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, mientras que en el desierto está representado el mundo y la historia de los hombres. A su vez, Moisés levantando en alto a la serpiente de bronce es una representación tanto de Dios Padre como del sacerdocio ministerial, mientras que la serpiente en alto es figura de Cristo crucificado, elevado en alto en el Monte de la Cruz.
También la curación que reciben los que miran a la serpiente de bronce, es figura y representación de una realidad sobrenatural, la curación del alma por la fe y la gracia santificante: así como los israelitas se curaban con solo mirar la serpiente de bronce debido a la misteriosa fuerza que emanaba de ella, así todo el que contempla a Cristo crucificado es curado, debido a la misteriosa y poderosísima fuerza sobrenatural que brota de la Cruz.
El que contempla a Cristo crucificado, ve en las lesiones de Jesús, en sus heridas abiertas y sangrantes, las consecuencias directas de sus propios pecados, que finalizan en el Deicidio de la Cruz: comprende que ha sido él quien ha crucificado a Jesús con sus pecados y comprende también que Cristo lo ha perdonado en vez de condenarlo, y en esto consiste el inicio de la curación del alma o conversión interior.
La contemplación orante de Cristo crucificado cura al alma prodigiosamente, gracias a la poderosísima fuerza sobrenatural que brota de la Cruz, en un prodigio infinitamente más grande que el que recibieron los israelitas al mirar la serpiente de bronce, porque el que contempla a Cristo crucificado no solo recibe la gracia de la conversión, sino que al mismo tiempo le es concedida la Vida eterna, según las palabras de Jesús: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente así el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto para que los que crean en Él tengan la vida eterna”.
Pero en la elevación de la serpiente de bronce por Moisés también está representada la elevación que el sacerdote ministerial hace de la Eucaristía en la Santa Misa y es el motivo por el cual, quien contempla y adora la Eucaristía, recibe la curación del alma y la Vida eterna.

viernes, 5 de abril de 2013

El sentido sobrenatural de la Fiesta de la Divina Misericordia se aprende contemplando, de rodillas, a Cristo crucificado



(Ciclo C – 2013)

Fiesta de la Divina Misericordia
(Ciclo C – 2013)
En sus apariciones como Jesús Misericordioso, el Señor le dijo a Sor Faustina: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (Diario, 49). En otra ocasión, expresó su deseo así: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia” (Diario, 699).
Jesús le dice a Santa Faustina que desea que el primer domingo después de Pascua se celebre solemnemente la fiesta de la Divina Misericordia en la Iglesia, y este pedido lo llevó a cabo el Santo Padre Juan Pablo II durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, utilizando una enigmática frase: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”.
Ahora bien, este pedido de Jesús, de celebrar la Fiesta de la  Divina Misericordia, no solo no es comprendido por el mundo -lo cual es lógico y comprensible, desde el momento en que el mundo está apartado de Dios-, sino ante todo no es comprendido, al menos en su real dimensión, por los mismos cristianos, porque tenemos tendencia a reducir siempre las cosas de Dios al nivel de nuestra pobre y limitada razón humana. Es así que muchos piensan que la Fiesta de la Divina Misericordia es una fiesta litúrgica más, como tantas otras, tal vez un poco especial, pero nada más que una “fiesta litúrgica”, lo cual en la práctica, para cientos de miles de personas, no significa nada. En otras palabras, ni en el mundo, alejado de Dios, ni en la Iglesia, se alcanza a vislumbrar el inmenso misterio de Amor divino que esta festividad litúrgica encierra. ¿Cómo hacer para apreciar esta Fiesta en su dimensión sobrenatural? ¿Cómo hacer para aprovechar el tesoro de gracia infinito que esta Fiesta encierra?
Para poder comprender en su sentido sobrenatural último a esta festividad es necesario contemplar primero el crucifijo y pedir la gracia de poder apreciar, en primer lugar, la inmensidad del pecado de deicidio cometidos por todos y cada uno de los hombres, con nuestros pecados, para luego poder apreciar la inmensidad del perdón divino manifestado en Cristo crucificado. Esto quiere decir que la Fiesta de la Divina Misericordia no se comprende ni se aprecia en su verdadero y último significado, sino es a la luz de la Cruz de Jesús, porque Jesús recibe el castigo que merecen nuestros pecados -todos, desde el más leve hasta el más grave- pero, en vez de pedir el justo castigo por nuestros pecados -incluido el primero y el más horrible de todos, el deicidio-, Jesús ora al Padre pidiendo clemencia y misericordia al decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), y el fruto de esa oración es el derramarse de la Divina Misericordia sobre las almas, a través de la Sangre de su Corazón traspasado.
         La contemplación de Cristo crucificado nos debe conducir entonces a la toma de conciencia, gracia de Dios mediante, del poder destructor del pecado que anida en el corazón humano. Cada golpe recibido por Jesucristo, cada insulto, cada flagelo, cada espina de su corona, cada herida abierta y sangrante, cada una de sus heridas, todas y cada una de ellas, está causada por nuestros pecados personales y por los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. El pecado, que es insensible para el hombre –el hombre peca leve o mortalmente, y continúa su vida como si nada hubiera pasado-, tiene consecuencias a todo nivel –en la persona que lo comete, en la sociedad, en la Creación-, pero también tiene consecuencias en el Hombre-Dios Jesucristo, y para saber cuáles son esas consecuencias, no tiene otra cosa que hacer que contemplar a Cristo crucificado.
Si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de las obras malas hechas con las manos –asesinatos, homicidios, violencias de todo tipo, robo, sacrilegios, profanaciones- no tiene más que hacer que mirar las manos de Jesús perforadas por los clavos de hierro, y el que así se hace, se dará cuenta que son las obras malas de sus propias manos las que clavaron las de Jesús; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pasos dados con malicia, de los pasos dados para obrar el mal, de los pasos dirigidos para cometer asesinatos, robos, violencias, hurtos, profanaciones, traiciones, adulterios, fornicaciones, sólo tiene que mirar los pies de Jesús atravesados por un grueso clavo de hierro, y el que así contempla se dará cuenta que al menos uno de todos los martillazos dados a los pies de Jesús, es debido a los pasos realizados para cometer un pecado; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los malos pensamientos, de los pensamientos de odio, de venganza, de traición, de calumnias, de ofensas, de prejuicios malintencionados; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pensamientos de la literatura anti-cristiana, de la ciencia mal encaminada y dirigida contra Dios y la creación de sus manos, la vida humana, como los avances científicos mal aplicados, dirigidos a destruir la vida humana, como el aborto, la eutanasia, la eugenesia, y todas las aberraciones de la bioética; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias del pecado de la discordia entre los esposos, entre los hermanos, entre los amigos, entre los enemigos; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los planes criminales que conducen a la guerra por odio cainita contra el hermano, sólo tiene que contemplar las espinas de la corona de espinas de Jesús, una por una, y entre tantas, el que contempla encontrará una o más de una que ha sido clavada por él mismo, con sus propios malos pensamientos; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados contra la carne, los pecados de los programas televisivos y de la música anti-cristiana que incitan, sobre todo a los jóvenes, a la sensualidad, al erotismo, a la satisfacción de las más bajas pasiones; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de las leyes inmorales, las leyes que incitan a la contra-natura y a la destrucción de la persona humana al incitarla a la rebelión al plan original de Dios, que la pensó o varón o mujer, sólo tiene que contemplar la espalda de Jesús, destrozada por la tempestad de latigazos que los verdugos descargaron sobre Él, y el que contemple la flagelación de Jesús, comprenderá que sus propios pecados de la carne son los causantes de la tempestad de golpes que se abaten sobre Jesús; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados contra Dios Trino y su majestad y bondad, contra su Iglesia, la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, contra los representantes de la Iglesia, el Papa, los sacerdotes, los religiosos y los laicos, pecados que consisten en la calumnia, la difamación, la injuria, la blasfemia, y la propagación de toda clase de mentiras y falsedades por los medios de comunicación social; pecados que buscan destruir la Iglesia, el papado, el sacerdocio ministerial y toda forma de culto público a Dios; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los ataques contra la Eucaristía y los dogmas de la Iglesia -entre los cuales, los más atacados son los dogmas de la Virgen María como Madre de Dios, como Inmaculada Concepción y como la Llena de gracia-; si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de siquiera aceptar mínimamente estos sacrilegios, al callar cobardemente y no saber defender el honor de Dios y de su Iglesia, lo único que tiene que hacer es contemplar el rostro desfigurado, golpeado, lívido, amoratado, cubierto de sangre y de barro de Jesús crucificado, y el que así contemple el rostro de Jesús, descubrirá cuántas veces ha callado por cobardía, convirtiéndose, con su silencio cómplice, cuando no con su cooperación al mal, en cómplice de quienes buscan destruir la Iglesia y borrar el nombre de Dios y su Cristo de la faz de la tierra y de la mente y de los corazones de los hombres. Si alguien quiere saber cuáles son las consecuencias de los pecados del espíritu y del corazón, del rechazo a la Cruz de Jesús y a los planes de Dios, y cuáles son las consecuencias del pecado que es traicionar al Amor de Dios –infidelidades matrimoniales, infidelidades sacerdotales, noviazgos impuros-, sólo tiene que contemplar el Costado traspasado de Jesús, de donde fluye la Sangre que brota de su Sagrado Corazón.
Es esto lo que Isaías quiere decir cuando dice: “Fue herido por nuestras iniquidades, molido por nuestras culpas (...) sus heridas nos han curado” (53, 5): Jesús recibió en su Cuerpo humano, físico, real, el durísimo castigo que la Justicia Divina tenía preparado para todos y cada uno de los pecados nuestros, de los pecados de todos los hombres; con su sacrificio en Cruz satisfizo a la Justicia Divina, de modo que a Dios no le quedaba otra opción, por así decirlo, que descargar sobre los hombres, en vez de la ira divina, la Divina Misericordia, y esto lo hizo al ser traspasado el Sagrado Corazón de Jesús.
“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia” (Diario, 699). Quien no se reconoce pecador, quien no se reconoce como autor de las heridas que recibió Jesús en la Cruz y que lo llevaron a su muerte, no puede ni siquiera vislumbrar mínimamente la magnitud y el alcance del perdón y del Amor divino que implica la Fiesta de la Divina Misericordia. Sólo quien se reconoce pecador, puede disfrutar plenamente de esta Fiesta celestial, Fiesta que tiene en la Confesión sacramental y en la Eucaristía su más grandiosa manifestación. Sólo quien se reconoce pecador, tiene derecho a la Misericordia Divina: “los más grandes pecadores son los que más derecho tienen a mi Misericordia”.
El sentido sobrenatural de la Fiesta de la Divina Misericordia se aprende arrodillado al pie de la Cruz.

jueves, 4 de abril de 2013

Viernes de la Octava de Pascua



         “¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece “por tercera vez” a los discípulos, esta vez, a orillas del Mar de Galilea, obrando una segunda pesca milagrosa.
         Como ya había sucedido anteriormente, también ahora, antes de la pesca milagrosa, hay una primera pesca infructuosa. Jesús repite el milagro con una única diferencia: ahora está resucitado. El mensaje, sin embargo, es el mismo que para la primera pesca milagrosa, porque en ambos está representado el misterio sobrenatural de la Iglesia en su peregrinar hacia el Reino de los cielos. Cada uno de los elementos de la escena tiene un significado sobrenatural: la barca de Pedro es la Iglesia; Pedro es el Vicario de Cristo, el Papa, que guía a la Iglesia bajo la guía de Cristo; el mar es el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la pesca infructuosa y de noche, significa el activismo apostólico, es decir, el voluntarismo, el obrar afanoso y bien intencionado, pero infructuoso, puesto que no se confía en la gracia divina y se piensa que todo depende de la propia voluntad. Es también el alma que todo lo quiere hacer por ella misma, sin confiar en Dios, sin confiar en Jesús, sin pedir la intercesión de la Virgen, de los ángeles y de los santos. En el fondo, esta actitud revela la existencia del orgullo humano que no deja lugar a la confianza en la acción de Dios a través de su gracia. La pesca infructuosa representa el obrar humano sin la guía de Jesús; es el afán apostólico sin oración previa y sin dejar todo en manos de Jesús y de María.
         La pesca milagrosa, por el contrario, representa a quienes en la Iglesia actúan movidos por la fe en Cristo y su gracia; son quienes, ante una empresa apostólica, oran y encomiendan el trabajo apostólico y misionero a Jesús y piden a la Virgen su intercesión; son los que obran como si todo dependiera de ellas, y rezan como si todo dependiera de Dios.
         Estos últimos, los que confían en Jesús y en su gracia y en el poder intercesor de María Virgen exclaman, al descubrir la acción milagrosa de Dios en los asuntos humanos: “¡Es el Señor!”, la misma expresión asombrada de Juan luego de la pesca milagrosa reconociendo que el milagro se debe a Cristo resucitado y a su poder divino. 

miércoles, 3 de abril de 2013

Jueves de la Octava de Pascua



“Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24, 35-48). La aparición de Jesús resucitado en medio de los discípulos, constituye todo un programa de vida y un mandato misionero para toda la Iglesia.
Como los discípulos, a quienes Jesús les recuerda que Él les había profetizado que debía sufrir y morir, tal como estaba anunciado en las Escrituras, así el cristiano debe cargar la cruz todos los días para morir a sí mismo, y su luz para obrar debe ser la lectura diaria de la Palabra de Dios.
Así como los discípulos están “hablando de Jesús” en el momento en el que se les aparece, como símbolo de la oración, así el cristiano debe orar todos los días, movido por la fe en Jesús, para que Jesús resucitado se le manifieste en la oración.
Así como los discípulos se ven embargados por una alegría inconmensurable, tan grande que “se resistían a creer”, así el cristiano que reza, que lee la Escritura, que lleva su cruz todos los días, que se encuentran con Jesús en la oración, recibe de este encuentro la participación en la alegría del Ser divino de Jesús, en un grado tal que las tribulaciones diarias se convierten en ocasión de más y más alegría, por la esperanza de la vida futura.
Así como Jesús, a los discípulos que están en la casa hablando de Él “les abre la inteligencia para que puedan comprender las Escrituras” y los constituye en “testigos” de su Pasión y Resurrección, además de hacerlos participar de su alegría, de iluminarlos con su luz de resucitado y de concederles su paz, basada en el perdón y en el Amor divino, así el cristiano que, estando en la Casa de Dios, la Iglesia, recibe la aparición de Jesús resucitado en la Eucaristía y por la Eucaristía recibe el Amor, el perdón, la paz y la alegría de Jesús resucitado, debe ser “testigo de todo esto”, es decir, debe dar testimonio, con obras y no con palabras, proclamando que Jesús ha resucitado y se aparece cada vez, en el misterio de la fe, oculto en lo que parece pan pero no lo es, la Eucaristía.