“Así
como Moisés levantó en alto la serpiente así el Hijo del hombre tiene que ser
levantado en alto para que los que crean en Él tengan la vida eterna” (Jn 3, 7b-15). En su diálogo con Nicodemo,
Jesús cita el episodio en el que Moisés fabrica una serpiente de bronce para
curar a los que habían sido mordidos por las serpientes venenosas del desierto
(cfr. Num 21, 4-9). Quienes miran a la serpiente, quedan milagrosamente curados
de la ponzoña inoculada por la mordedura de estas serpientes venenosas.
Si
bien en el desierto la presencia de serpientes venenosas, cuya mordedura
resulta letal para el hombre, es algo frecuente ya que el desierto es su
hábitat natural, en el episodio del Antiguo Testamento, en su conjunto, es
figurativo de una realidad sobrenatural, invisible a los ojos del cuerpo, pero no
menos real y visible a los ojos de la fe.
Las
serpientes venenosas del desierto representan a los ángeles caídos o demonios,
cuya maligna mordedura al corazón del hombre le inocula el mortal veneno
espiritual del pecado: así como el veneno de una serpiente vuelve al tejido en
el que es inoculado de color negro, debido a la profunda vasoconstricción que
le provoca, así el pecado, inoculado en el corazón del hombre por el demonio,
ennegrece el corazón, como signo de la muerte que le sobreviene por su causa. El
demonio inocula, en el corazón del hombre, el pecado, quitándole toda vida, la
vida de la gracia: inocula la rebelión, el orgullo, el indiferentismo, la
agresión y la hostilidad hacia Dios y su Cristo; inocula la violencia, el
rencor y el odio hacia el prójimo.
Si
las serpientes venenosas representan a los demonios, los integrantes del Pueblo
Elegido que son mordidos representan a los miembros del Nuevo Pueblo Elegido,
los bautizados en la Iglesia Católica, mientras que en el desierto está
representado el mundo y la historia de los hombres. A su vez, Moisés levantando
en alto a la serpiente de bronce es una representación tanto de Dios Padre como
del sacerdocio ministerial, mientras que la serpiente en alto es figura de
Cristo crucificado, elevado en alto en el Monte de la Cruz.
También
la curación que reciben los que miran a la serpiente de bronce, es figura y
representación de una realidad sobrenatural, la curación del alma por la fe y
la gracia santificante: así como los israelitas se curaban con solo mirar la
serpiente de bronce debido a la misteriosa fuerza que emanaba de ella, así todo
el que contempla a Cristo crucificado es curado, debido a la misteriosa y
poderosísima fuerza sobrenatural que brota de la Cruz.
El
que contempla a Cristo crucificado, ve en las lesiones de Jesús, en sus heridas
abiertas y sangrantes, las consecuencias directas de sus propios pecados, que
finalizan en el Deicidio de la Cruz: comprende que ha sido él quien ha
crucificado a Jesús con sus pecados y comprende también que Cristo lo ha
perdonado en vez de condenarlo, y en esto consiste el inicio de la curación del
alma o conversión interior.
La
contemplación orante de Cristo crucificado cura al alma prodigiosamente,
gracias a la poderosísima fuerza sobrenatural que brota de la Cruz, en un
prodigio infinitamente más grande que el que recibieron los israelitas al mirar
la serpiente de bronce, porque el que contempla a Cristo crucificado no solo
recibe la gracia de la conversión, sino que al mismo tiempo le es concedida la
Vida eterna, según las palabras de Jesús: “Así como Moisés levantó en alto la
serpiente así el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto para que los
que crean en Él tengan la vida eterna”.
Pero
en la elevación de la serpiente de bronce por Moisés también está representada
la elevación que el sacerdote ministerial hace de la Eucaristía en la Santa
Misa y es el motivo por el cual, quien contempla y adora la Eucaristía, recibe
la curación del alma y la Vida eterna.
¿Te basas en alguna fuente en especial, por ejemplo un Padre de la Iglesia, para decir que las serpientes representan a los demonios?
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