“Jesús
tomó los panes, dio gracias y los distribuyó” (Jn 6, 1-15). Jesús realiza la multiplicación milagrosa de panes y
peces y alimenta a una multitud de más de cinco mil personas. Una exégesis progresista
y racionalista, destructora del sentido sobrenatural y contraria a la fe de la
Iglesia, diría que el milagro consiste en que Jesús en realidad lo que hizo fue
despertar la generosidad entre la multitud, llevándolos a salir del egoísmo de
cada uno compartiendo de lo propio con los demás. Para esta interpretación
progresista, en realidad no hubo un milagro material, es decir, no hubo una multiplicación
real de la materia de los panes y peces, sino que se trató de un milagro moral,
una invitación al cambio de conducta entre la muchedumbre, que mediante el
gesto de bendecir los panes y peces, los llevó a salir de su egoísmo; así, llevados
por el buen ejemplo de Jesús, todos sacaron de sus bolsas los panes y peces que
llevaban y los compartieron con los demás. El ejemplo de Jesús fue tan grande,
que todos quedaron satisfechos, llegando incluso a sobrar el alimento.
Sin
embargo, la multiplicación de panes y peces, en la recta fe de la Iglesia, no
consiste en esto: se trata de un verdadero milagro o signo sobrenatural que
demuestra que Jesús es quien dice ser: Dios Hijo en Persona. Jesús ya se había
presentado como “venido del cielo”, como el que “habla de lo que vio y escuchó
en el cielo”, es decir, en el seno de su Padre, y como nadie “conoce al Padre
sino el Hijo”, entonces la conclusión es que Él “habla de lo que vio”, que es a
su Padre, y si conoce a Dios Padre, es porque Él es Dios Hijo en Persona. La multiplicación
de panes y peces constituye una poderosísima afirmación, con un hecho
prodigioso y sobrenatural, de su condición de Hombre-Dios. En otras palabras, a
través de este milagro, Jesús dice, sin decirlo: “Yo les dije: ‘Yo Soy Dios’,
ahora con este milagro, que sólo puede ser hecho con la fuerza omnipotente de
Dios, les digo: ‘Yo Soy Dios’”.
A
partir de este milagro, nadie puede dudar de la condición divina de Jesús y el
razonamiento para aceptar su divinidad es muy simple: si alguien se presenta
diciendo: “Yo Soy Dios” y hace milagros que sólo Dios puede hacer, entonces el
milagro es la fuerza probativa de la veracidad de sus palabras. En caso
contrario, si alguien se presenta diciendo: “Yo Soy Dios”, pero no hace
milagros que sólo Dios puede hacer, entonces esa es una muestra de su falsedad.
Cristo demuestra con hechos lo que dice con sus palabras; por lo tanto, es
verdad que Él es Dios Hijo en Persona.
Lo
mismo sucede con la Iglesia Católica, quien se auto-revela como “la verdadera y
única Iglesia de Dios” y como prueba de que lo que dice es verdad, realiza
también un signo prodigioso, un signo que sólo puede ser hecho si Dios, con su
Espíritu, lo hace, y es el milagro del altar, en el cual el Hombre-Dios
Jesucristo no crea de la nada la materia de panes y peces, sino que convierte
el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con lo cual alimentará
espiritualmente no a cinco mil personas, sino las almas de miles de millones de bautizados.
Entonces,
si la multiplicación de panes y peces es el signo prodigioso que demuestra la
condición divina de Jesús de Nazareth, la Santa Misa, con la conversión
milagrosa del pan y del vino en la Eucaristía, es el signo prodigioso que
demuestra la condición de la Iglesia Católica como Esposa Mística del Cordero
de Dios y por lo tanto como la única Iglesia verdadera del Dios verdadero.
Jesús
Eucaristía, que se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna en el altar
eucarístico de la Iglesia, es la “fuente de aguas vivas”, porque es la Gracia
Increada en Persona; lejos de conocer y apreciar este maravillosísimo don,
muchos, muchísimos hombres, se extravían en las oscuras y tenebrosas sendas de
la Nueva Era o New Age, acudiendo a
cuanto vendedor de ilusiones aparezca. Esta triste realidad es particularmente
cierta entre los católicos, muchos de los cuales, desconociendo o
menospreciando estas sublimes verdades celestiales, dejan de lado a la Iglesia
y a la Eucaristía para acudir en masa a los falsos maestros de la Conspiración
de Acuario, haciendo realidad las palabras de Jesús: “Me abandonaron a Mí, la
fuente de aguas vivas, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen
el agua” (Jer 2, 13).
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