viernes, 31 de agosto de 2012

"Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas"



(Domingo XXII – TO – Ciclo B – 2012)
         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). La frase de Jesús explica el origen del mal que hay en el mundo: no es otro que el mismo corazón del hombre. Cuando surgen las preguntas acerca del mal que existe en el mundo, la respuesta está en este pasaje del Evangelio: “Es del corazón del hombre de donde salen todos los males”. Y de esta malicia que surge del hombre, se aprovecha el demonio, el Príncipe de las tinieblas, para acrecentar el mal.
         Cuando sucede una desgracia, surge prontamente la acusación a Dios: “Dios me castiga, Dios no me quiere, y por eso permite que me sucedan estas cosas, Dios se ha olvidado de mí, etc., cuando la realidad es otra muy distinta: los males suceden al hombre porque el hombre se aparta de Dios y de su Ley, pretendiendo hacer su propia voluntad y no la voluntad divina, expresada en los mandamientos de Jesucristo. Y cuando el hombre se aparta de Dios y de sus Mandamientos, pretendiendo ser feliz, sólo consigue su ruina, su desdicha y su gracia, porque fuera de Dios, de su Iglesia y de sus sacramentos, solo hay tristeza, amargura, infelicidad, desdicha, penas, llanto, dolor y muerte.
        Cuando el hombre se aparta de Dios, y todavía más, cuando el católico se aparta de su Iglesia, de sus Mandamientos, de sus preceptos, de sus sacramentos, se aparta de Dios Trino que es Amor, y así separado y apartado de Dios, solo encuentra oscuridad, desdichas, llanto y lamento.
         En otras palabras, cuando el hombre decide vivir sin Dios –sin los Mandamientos de Cristo y de la Iglesia-, piensa el mal, desea el mal y obra el mal -esto es lo que quiere decir el profeta Jeremías cuando dice: "Nada más falso y enfermo que el corazón" (17, 9)-, y así deja de recibir el influjo benéfico de Dios, que es Amor, Paz y Bien infinitos.
Esta separación del católico de su Iglesia lo vemos y lo constatamos todos los días, por la ausencia a la Misa dominical, pero también porque muchos de los que asisten, no se comportan luego en sus vidas cotidianas como los Mandamientos de Dios lo exigen.
         ¿Dónde podemos ver las consecuencias del mal creado y producido por el hombre? En nuestra sociedad de hoy, lo podemos ver en prácticamente todos los ámbitos en los que se desempeña el hombre, porque hoy el hombre ha creado una sociedad al margen de los Mandamientos de Dios.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No tendrás otro Dios más que a Mí”, el hombre se construye ídolos falsos ante los cuales se postra: la televisión, el cine, las estrellas de fútbol, de música, el placer, el dinero, la política.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No tomar el santo nombre de Dios en vano, el hombre se las ingenia para oponerse, editando películas, obras de teatro, de música, blasfemas, en donde se hace burla sacrílega de su Vida y de su Persona, y los ejemplos abundan cada vez más, en todos los ámbitos.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “Acuérdate de santificar las fiestas”, el hombre convierte el Domingo en espacio de jolgorio, de deporte, de juegos, de diversiones.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “Honra a tu padre y a tu madre”, el hombre inventa leyes por las cuales las figuras paterna y materna, del varón y de la mujer, quedan reducidas a la nada.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No matar”, el hombre aprueba leyes que favorecen el aborto, la eutanasia, la fecundación in Vitro, el alquiler de vientres, y muchas otras más, que hacen desaparecer el respeto debido a la ida humana.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No cometer actos impuros”, el hombre justifica, exalta y hace propaganda de toda forma de impureza.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No robar”, el hombre crea una sociedad en la que, por el ejemplo de las series televisivas, se difunden cada vez más los robos, la violencia, los secuestros.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No dar falso testimonio ni mentir”, el hombre construye una sociedad en la que la mentira, la hipocresía, el fingimiento, el engaño, son moneda corriente de todos los días.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No desear los bienes ajenos y la mujer de tu prójimo”, el hombre difunde por televisión, Internet, cine y música, y ahora también a través de leyes civiles, la falsa idea de que la fidelidad matrimonial ya no es esencial al matrimonio, que los esposos pueden separarse cuando quieran –el llamado “divorcio exprés”-, lo cual equivale a la autorización de hecho de la poligamia, del adulterio conyugal, de la infidelidad, y de toda clase de males para el matrimonio, exaltados como si fueran cosas buenas y positivas.
         No en vano la Virgen se aparece en La Salette y anuncia que las plagas iban a destruir las cosechas de papa y de uvas y que a consecuencia de esto, sobrevendría el hambre; pero este hecho, que luego sucedió realmente, no era sino una prefiguración de la verdadera plaga que la Virgen anunciaba, el mal que nace del corazón del hombre, y que lo lleva a despreciar el nombre santo de Dios, insultándolo –a Jesús, a la Virgen, a los santos y a los ángeles- y a despreciar el mayor don que Dios Trino podía hacer al hombre, la Santa Misa, en donde se renueva el santo sacrificio de la Cruz, en el altar, bajo las especies sacramentales.
         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: …”. Jesús nos advierte que debemos cambiar nuestro corazón, que debemos convertirnos –“Convertíos, porque de otro modo pereceréis” (cfr. Lc 13, 1-9)-, puesto que sólo la conversión del corazón por parte de la gracia santificante que dan los sacramentos, más la oración y las obras buenas, son garantía infalible de felicidad, en esta vida y en la otra.
    No en vano dice el Salmo 33: "...¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella". Solo un corazón que busca la conversión, por la contrición y el dolor de los pecados, refrena su lengua -"El que no refrena su lengua, nada vale su religión", dice el Apóstol Santiago-, evita la mentira y la falsedad, se aparta del mal, y busca de todo corazón cumplir los Mandamientos de Cristo Dios -"Ama a Dios y al prójimo, ama a tus enemigos, perdona setenta veces siete, ama a tus hermanos como Yo te he amado, con un amor de Cruz"-, sólo ése, encontrará paz, felicidad, y la verdadera prosperidad, que no es material, sino espiritual.
     Si nos convertimos, si buscamos cambiar nuestro corazón por la gracia santificante, entonces nuestro corazón se convertirá, de lugar oscuro, en un lugar luminoso, templo del Espíritu Santo, y así, transformado por la gracia santificante, nuestro corazón no será el "lugar de donde salen toda clase de cosas malas", sino un "manantial que brota hasta la vida eterna" (cfr. Jn 4, 14).

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