jueves, 22 de marzo de 2012

Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó hacer



“Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó hacer” (Jn 5, 31-47). Los fariseos cuestionan la auto-proclamación de Jesús como Dios, aunque, más que cuestionar, quieren directamente matarlo, porque lo acusan de ser blasfemo.
Más que defenderse de la falsa acusación, Jesús quiere hacerles ver su error: si Él se auto-proclama Dios, igual al Padre, tiene un testimonio, y ese testimonio son las obras que Él hace con su poder divino, es decir, los milagros.
Los milagros –devolver la vida a los muertos, hacer hablar a los sordos y ver a los ciegos, multiplicar panes y peces, expulsar los demonios-, demuestran un poder de tal magnitud, que solo pertenece a Dios, ya que ninguna creatura está en grado de hacer tales obras.
Si alguien dice: “Yo Soy Dios”, y hace obras, milagros, con el poder de Dios, entonces ese alguien es Dios, y los milagros sirven de testimonio de sus palabras. Sin embargo, los fariseos pecan contra el Espíritu Santo, porque viendo a Jesús hacer milagros que sólo Dios puede hacer, le dicen que blasfema, que su poder viene del demonio, y pretenden matarlo.
Muchos cristianos hacen con la Iglesia lo mismo que los fariseos con Jesús: a pesar de que la Iglesia Católica es la única Iglesia de Dios, porque es la única que puede obrar, con el poder divino, el milagro más grande de todos los milagros, la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, muchos cristianos, si bien no queman y arrasan las iglesias como en tiempos de persecución cruenta,  hacen algo todavía peor: domingo a domingo, la dejan de lado, con frialdad e indiferencia, posponiéndola por fútbol, deportes, cine, diversiones, política, es decir, actividades, intereses y organizaciones que ni vienen de Dios ni conducen a Dios. 

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