viernes, 9 de marzo de 2012

El cuerpo humano es templo del Espíritu Santo y no puede ser profanado



(Domingo III – TC – Ciclo B – 2012)
         “Habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Jn 2, 13-25). Jesús expulsa a los mercaderes del templo y a los cambistas desparramando las mesas de dinero. La escena, real, representa simbólicamente realidades sobrenaturales: el templo representa al cuerpo, el alma y el corazón del bautizado, ya que San Pablo dice: "el cuerpo es templo del Espíritu Santo"; los animales, seres irracionales, representan a las pasiones desenfrenadas, es decir, a las pasiones que han escapado al control de la razón, que hacen que el hombre se degrade a un nivel más bajo que el de las bestias; el dinero de los cambistas representa la codicia, o sea el amor al dinero, que reemplaza en el corazón del hombre al verdadero amor, el amor a Dios.
Así como en la escena evangélica el templo es profanado por la presencia de los animales, que con su olor y sus necesidades fisiológicas corrompe el fin del templo, que es la adoración de Dios, así también el cuerpo humano cuando, fuera del control de la razón y de la gracia es dominado por las pasiones, es profanado y corrompido, puesto que el cuerpo es sagrado desde el momento en que ha sido adquirido por Cristo en la Cruz.
Y de la misma manera, así como el templo de los judíos era profanado por los cambistas, ya que el amor al dinero reemplazaba y ocupaba el lugar del amor a Dios, así también el corazón del hombre se corrompe por el dinero, cuando por amor a este se olvida de Dios: "No podéis servir a Dios y al dinero".
También la ira de Jesús, ira santa, desencadenada ante la vista de la profanación que del templo hacen los mercaderes y cambistas, es representativa y anticipa en el tiempo la justa ira de Dios Trinidad, cuando ve que el templo que ha sido adquirido al precio de la Sangre de su Hijo, es profanado por modas indecentes, impúdicas, rayanas en lo obsceno, y cuando ve que el hombre ama al dinero en vez de amarlo a Él, Dios Uno y Trino, dueño del templo, que es el corazón del hombre.
Hoy más que nunca, se repiten, semana a semana, las profanaciones que más encienden la ira divina, los ultrajes a los que los jóvenes someten a sus mismos cuerpos, intoxicándolos con alcohol, con estupefacientes, con toda clase de drogas; inundando sus cerebros y sus corazones con imágenes impuras de toda clase, ingresadas a través de la televisión o de internet, y comerciando con sus cuerpos, despreciando y pisoteando de esa manera la Sangre de Cristo, por medio de la cual han sido comprados.
"El cuerpo es templo del Espíritu Santo", dice San Pablo, y así como un templo material, consagrado, es decir, bendecido para que sirva de lugar de culto y de adoración al Dios verdadero, no puede ser convertido en una sala de cine en donde se vean espectáculos degradantes, ni en una discoteca, en donde se escuche música estridente y blasfema, o en un lugar de degradación moral, en donde se consuman todo tipo de substancias tóxicas, así tampoco el cuerpo del hombre, es decir, su corazón, que es templo del Espíritu Santo, puede ser convertido en una pantalla en donde desfilen imágenes pornográficas, indecentes, impuras; el cuerpo del hombre, su corazón, es templo de Dios, y por lo tanto no puede ser aturdido por música mundana, sacrílega, blasfema, y abiertamente satánica, como la que escucha la juventud de hoy: cumbia, wachiturros, música pop, Lady Gaga, rock en general; el cuerpo del hombre es templo del Espíritu Santo, el cual debe ser visto sólo por Dios, su Dueño, y no es para ser exhibido impúdicamente en público; el cuerpo del hombre es templo de Dios, y como tal debe estar limpio, inmaculado, resplandeciente, iluminado con la luz de la gracia y perfumado con el suave aroma de las virtudes de Cristo, las primeras entre todas, la caridad, la mansedumbre, la humildad y la pureza, y en cambio, por las pasiones sin control, se convierte en un lugar oscuro, sucio, maloliente, asiento de vicios y desórdenes de toda clase que ni siquiera están presentes en las bestias sin razón; el cuerpo es templo del hombre, y su corazón es el altar, en donde debe estar Jesús Eucaristía, para ser adorado y amado por sobre todas las cosas, y su alma debe ser luminoso nido de la dulce paloma del Espíritu Santo, y en cambio, es convertido su corazón en babeante y maloliente guarida de serpientes ponzoñosas y de todo tipo de alimañas tenebrosas.
“Habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones”, les dice Jesús, cuya ira divina se enciende al contemplar el profundo desprecio que los mercaderes, vendedores de palomas y cambistas hacen del templo de Dios, profanándolo al pervertir su fin original, la contemplación y adoración del Dios verdadero.
“Habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones”, dice también Jesús al hombre de hoy, sobre todo a la juventud, enceguecida por los falsos ídolos y por los atractivos del mundo, que son el anzuelo de Satanás, por medio de los cuales profanan sin ningún tipo de miramientos sus cuerpos, sus corazones, sus almas. 
Jesús experimentó ira –ira divina- al entrar en el templo y contemplar la profanación de la casa de su Padre.
¿Qué experimenta Jesús al entrar en las almas de quienes profanan sus cuerpos, templos del Espíritu Santo?

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