domingo, 4 de marzo de 2012

En la Transfiguración, Jesús nos enseña que a la Luz se llega por la Cruz


(Domingo II – TC – Ciclo B – 2012) 

“Jesús se transfiguró delante de sus discípulos…” (cfr. Mc 9, 2-10). Jesús sube al Monte Tabor, acompañado de sus discípulos, y delante de ellos se transfigura. Luego les dice que no digan a nadie lo que vieron, hasta que Él resucite de entre los muertos, y los discípulos al mismo tiempo se preguntan qué quiere decir “resucitar de entre los muertos”. No sabían qué era la Resurrección, porque no tenían experiencia de la misma, y por eso se preguntan qué es “resucitar”. Análogamente, también nosotros nos preguntamos qué quiere decir “transfiguración”, ya que no tenemos experiencia de la misma. Para tratar de explicarnos qué es la Transfiguración, el evangelista dice que la vestimenta de Jesús resplandeció “como nadie en la tierra podría blanquearla”. 

Sin embargo, se trata sólo de una expresión, un modo de decir humano, que poco y nada dice acerca de la realidad insondable y del misterio inaudito que es en sí misma la Transfiguración, la cual es un traslucir de la divinidad de la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, que inhabita en Cristo hipostáticamente, personalmente, a través de la humanidad de Cristo. En la Transfiguración, Jesucristo deja ver el majestuoso esplendor de su divinidad, de modo tal que quien lo contempla transfigurado, radiante, lleno de luz y de gloria divina, no puede dudar de que Él es Dios. La luz, en la Sagrada Escritura, es símbolo de la divinidad, y es por eso que en el Monte Tabor Cristo demuestra quien dice ser: Dios, que es luz de majestad infinita. 

Jesús hace este milagro para que los discípulos, cuando lo vean todo desfigurado por los golpes, y cubierto de sangre, con el aspecto de un gusano, del cual todos dan vuelta el rostro, recuerden que en el Monte Tabor resplandeció la luz de su divinidad. Jesús resplandece en el Monte Tabor, con el fulgor esplendoroso de su divinidad, para que en el Via Crucis, y en el Calvario, cuando lo vean cubierto de sangre, de heridas, de golpes, de hematomas, de magullones, de salivazos, coronado de espinas, flagelado, todo su cuerpo lleno de polvo y de tierra, extenuado, cansado al extremo, abandonado de todos, menos de su Madre, recuerden que Él es Dios, que a pesar de este su aspecto tan miserable, es Dios Hijo en Persona, que ha quedado reducido así, a este estado tan lamentable, porque se ha puesto en lugar de los hombres, porque se ha interpuesto entre la Justicia divina y cada uno de los hombres, y ha recibido el castigo que merecíamos todos y cada uno de los seres humanos. Jesús se transfigura al subir al Monte Tabor, dejando resplandecer la luz de su gloria divina, para que cuando suba al otro monte, el Monte Calvario, cubierto no ya de luz, sino de sangre y de heridas abiertas, los discípulos no desfallezcan y recuerden que ese Hombre, que aparece, tal como lo describe el profeta Isaías en sus visiones del Siervo Sufriente de Yahvéh, “varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable” (53,2-3), es Dios Hijo, que ha asumido los pecados de todos los hombres, para redimirlos. 

En cuanto tal, la Transfiguración es un milagro que muestra claramente la divinidad de Jesucristo, motivo por el cual, a partir de la misma, los discípulos no podían dudar de que Jesús no era simplemente “el hijo del carpintero”, o “el carpintero”, sino Dios Hijo en Persona. Por un milagro, la gloria de la divinidad, que le pertenece a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, traspasa la humanidad de Jesús y se deja ver en todo el esplendor de su majestad. Pero es un milagro todavía mayor el ocultar esa divinidad debajo de la humanidad de Jesús, y esto lo hace Jesús para poder sufrir la Pasión : si Jesús no hubiera hecho el milagro de ocultar su divinidad, durante toda su vida, excepto en el Tabor, no habría podido sufrir la Pasión, porque un cuerpo glorificado es un cuerpo impasible, que no puede sufrir. Jesús suspende, en un acto de su misericordia infinita, la glorificación de su humanidad para poder sufrir la Pasión, para poder recibir, de modo vicario, el castigo debido por nuestros pecados. “Jesús se transfiguró delante de sus discípulos…”. 

Con la Transfiguración, que es la glorificación del cuerpo, tal como quedará el cuerpo luego de la resurrección, antes de la Pasión, Jesús nos hace ver que para llegar a la gloria de la resurrección, es necesario pasar por la Cruz; nos muestra que solo por la Cruz se llega a la luz; nos muestra que solo por la Cruz, por la negación y muerte de sí mismo, se llega al Reino de los cielos. La Tansfiguración nos muestra el destino de gloria que nos espera, pero a ese destino de gloria se llega sólo por el Camino Real de la Cruz: “Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su Cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 23). 

Por último, Jesús se transfigura para que también nosotros reproduzcamos, en nuestras vidas, su misterio pascual de muerte y resurrección, y eso significa aceptar con amor los dones de Dios, que nos hacen participar de la Cruz de Jesús: los dolores, las enfermedades, las tribulaciones, los cuales, unidos a la Cruz, quedan transfigurados por la luz de Dios y se vuelven fuente de santidad y de salvación. Y para demostrarnos todavía más amor, Jesús hace nuestro camino más liviano que el mismo camino suyo, porque mientras Él se transfiguró y luego sufrió la Pasión hasta la muerte de Cruz, a nosotros nos concede que nuestra cruz –dolor, tribulaciones, muerte, enfermedad- se transfigure y se convierta en luz, cuando la acercamos a su Cruz.

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