martes, 31 de julio de 2012

El Reino de los cielos es como un tesoro escondido



“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido” (Mt 13, 44-45). Jesús compara al Reino de los cielos con un tesoro escondido en un campo, que luego de ser encontrado por un hombre, es adquirido por este después de vender todo lo que poseía.
         En la parábola, el campo es la Iglesia, el tesoro es la gracia de los sacramentos, la venta de los bienes del hombre para poseer el tesoro, esto es, la gracia, es la renuncia del alma al pecado, y a todos los atractivos mundanos que pueden poner en peligro la vida de la gracia. La venta de todos los bienes para conseguir el campo, en donde está escondido el tesoro, significa la disposición del alma a dejar atrás al hombre viejo, con tal de adquirir, conservar y acrecentar la vida de la gracia, obtenida en la Iglesia y en sus sacramentos.
         Lo que se destaca es la actitud del hombre de la parábola, quien vende “todos sus bienes”, sin quedarse con nada, con tal de adquirir el campo: con esto se significa el alma que, percatándose del valor de la gracia, decide no solo dejar atrás el pecado mortal, sino también el venial, e incluso las imperfecciones.
         El otro elemento importante de la parábola es el estado anímico y espiritual del hombre que vende sus bienes para adquirir el campo: lo hace “lleno de alegría”, lo cual es un indicio ya de la Presencia de Dios Uno y Trino en el alma en gracia, puesto que Dios es “alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes.
         La parábola también se puede aplicar a la Santa Misa, puesto que para poder participar de ella con el máximo fruto posible, es necesaria la misma disposición del hombre de la parábola: vender todos los bienes, dejar atrás al hombre viejo, abandonar para siempre la vida de pecado, rechazar con todas las fuerzas al mundo y sus atractivos, para recibir al Dios de la Alegría sin fin, Jesús Eucaristía.

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