(Domingo
XIII - TO - Ciclo C – 2013)
“¿Quieres que mandemos fuego del cielo para consumirlos?”
(Lc 9, 51-62). La brutalidad de la expresión, pero sobre todo, la dureza del
corazón de nada menos que de Santiago y Juan, debe haber sorprendido a Jesús,
quien se da vuelta para reprenderlos. Es verdad que los samaritanos los habían
rechazado sin motivo valedero, solo por el hecho de dirigirse a Jerusalén, y
eso en virtud de la enemistad que mantenían los hebreos con los samaritanos,
pero la reacción de Santiago y Juan es, a todas luces, no solo desmedida y
desproporcionada, sino ante todo, carente de la más mínima nota de humanidad y
de comprensión para quien no comparte –por el motivo que sea- el mensaje que
uno lleva.
“¿Quieres que mandemos fuego del cielo para consumirlos?”. El
deseo de aniquilar al enemigo, manifestado por Santiago y Juan, además de ser
una consecuencia del pecado original, que enfrenta en el odio al hermano contra
el hermano –la expresión más cabal es el asesinato de Abel por parte de Caín-,
revela que los discípulos más cercanos de Jesús no han ni siquiera mínimamente
comprendido de qué se trata el “Mandamiento nuevo de la caridad” que Jesús ha
venido a traer. Jesús ha venido no solo a destruir el “muro de odio” que separa
al hombre de su hermano, sino que ha venido a unirlo a sí mismo por medio del
Amor divino, el Espíritu Santo, y esto lo ha llevado a cabo en la Cruz. Es ahí,
en la Cruz, en donde ha destruido este muro de odio, con su Cuerpo, y es
también con su Cuerpo, dando lugar a la efusión del Espíritu Santo, el Amor
divino, a través de la Sangre que brota de su Corazón traspasado, con el cual
ha unido a los hombres con Dios, es decir, con Él mismo, y luego entre sí. En esto
consiste la religión católica, y en esto consiste el acto salvador de
Jesucristo: haber desterrado el odio a Dios y al hermano, del corazón del
hombre –presente desde el pecado original- y haber infundido el fuego del Amor
divino, el Espíritu Santo, por medio de la Sangre de su Corazón abierto por la
lanza. Por Cristo y su Cruz, el hombre ya no solo no odia a su enemigo, sino
que lo ama en el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y es esto lo que Jesús quiere
decir cuando dice: “Ama a tus enemigos”.
Sólo
así, en esta perspectiva, en este sentido, cobra un nuevo sentido la frase
dirigida a los enemigos: “¿Quieres que enviemos fuego del cielo para
consumirlos?”, la cual debe ser re-formulada, para quedar de esta manera: “¿Quieres
enviar el Fuego del cielo, el Fuego del Amor divino, el Espíritu Santo, para
que consuma en el Amor de Dios a nuestros enemigos?”. Es este el único fuego
que debe consumir a nuestros enemigos: el Fuego del Amor divino, el Espíritu
Santo, enviado desde aquello que es infinitamente más grande que los cielos, el
Corazón traspasado de Jesús. Ahora bien, esta petición solo la puede hacer
aquel en cuyo corazón arde, consumiéndolo en el Amor divino, el fuego del
Espíritu Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario